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VICTORIA M. NIÑO
Sábado, 12 de diciembre 2009, 01:51
Es lo que siempre quiso ser, ilustrador. Y le ha ido muy bien. Javier Zabala (León, 1962) ha ilustrado más de 70 libros, algunos de ellos premiados en la Feria de Bolonia ('Pictogramas en la historia de Don Quijote', SM), el Premio Nacional de Ilustración ('El soldadito Salomón', SM), el White Ravens ('Las cosas perdidas', Edelvives) o el Banco del Libro de Venezuela ( 'Sin los ojos', SM).
-¿Vive la literatura infantil su particular 'boom'?
-La ilustración española sí vive un gran momento, la literatura no. Se edita demasiado y hay muchas cosas malas. Somos el cuarto país editor del mundo. Pero eso tiene más que ver con el 'marketing' que con la calidad artística. Tampoco se lee tanto. En cualquier caso, cuantos más lectores pequeños haya, más llegarán a adultos leyendo. No hay que olvidar que el libro lo escogen los padres o los maestros la mayoría de las veces. Y en cuanto a la crisis general, en la edición no se nota. Incluso se ha aumenta un 13% la venta.
-¿Trabaja al servicio del texto o alguna vez es al revés?
-Lo he intentado al revés con algunos amigos, pero se lo propongo y ninguno recoge el guante. Muchas veces empiezo antes de leer el texto, con saber de qué va por encima puedo llegar a producir el 40% del trabajo. El texto pesa sobre ti, te intoxica, te contamina y empapa tu mundo gráfico.
-¿De dónde procede su mundo gráfico?
-Soy muy ecléctico, de hecho me han sacado muchos parecidos con Blake o Barceló, por poner dos ejemplos. Mi principal influencia es la escuela del Este de Europa, los eslavos. El libro ilustrado fue un vehículo de entrada de las vanguardias europeas. Me ido haciendo abstracto.
-¿Y eso es un problema en el libro infantil?
-Los ilustradores no tienen apellido. Los clásicos han hecho de todo desde escenografías, carteles, pintura, publicidad. Creo que un libro ilustrado para niños que no gusta a los mayores no es bueno. La famosa ilustradora checa Kveta Pacovska tiene una expresión gráfica muy abstracta. Son trabajos para niños pero pueden y de hecho están colgados en los museos. Cualquier adulto se siente representado al verlos. Los buenos álbumes tienen que gustar de cero a cien años. Un niño es una persona que exige más que los adultos y comprende todos los planteamientos gráficos. Mi propio hijo de seis años ve más allá que el editor. Hace poco trabajaba en un dragón que varía de colores y de forma en cada ilustración. El editor me decía que eso no podía ser porque despistaba al niño y, sin embargo, mi hijo lo identificaba perfectamente. Un niño es siempre más abierto. Y luego todo depende del mercado. Este libro del que hablo es demasiado abstracto para Alemania y sin embargo es el paradigma del arte en Italia y EE. UU. Así que nunca sabes que pasará. Lo que hay que hacer es algo bueno objetivamente.
-¿No sucumbió a la tentación del cómic?
-No. Cuando empecé, a finales de los ochenta, todos mis amigos lo hacían. A mí de los cómics me gustaba hacer la cubierta porque toda la vida he querido ser ilustrador. Pero en aquel entonces, cuando salías de la escuela, el cómic era una profesión, y la ilustración, no. Ahora, en cambio, sí es una salida profesional, yo mismo doy clases. Nunca quise ser pintor ni otra cosa que ilustrador. Me gusta más dar mi opinión gráficamente, expresar las ideas de un texto o agrandarlas a través de la plástica. Me gusta la relación que se mantiene con el texto. Cuanto más conoces de pintura, te das cuenta de que todo se puede hacer en ilustración. Lo malo es que ahora en ilustración se mete mucha morralla. La ilustración abarca desde lo ínfimo a los excelso. Y a veces lo excelso no llega porque es un producto muy elitista por razones de 'marketing'. Ahora el 80% del personal de una editorial tiene que ver con el 'márketing', no con la creación. Un álbum ilustrado es un producto complicado, caro de producir y difícil de vender. Y las editoriales se retroalimentan, miran lo que hacen los demás, se copian. Un álbum de éxito pude tener como máximo una tirada de 5.000 ejemplares, entre 2.000 y 3.000 en España es lo normal.
-¿Cómo han evolucionado los editores?
-Las editoriales pequeñas cuidan mucho la edición, algo que se ha perdido en las grandes donde si quieres que salga bien tienes que estar tú detrás porque lo mandan a fotomecánicas de libro de texto, donde se comen el grano de papel. Lo bonito es encontrar un editor que quiera al libro tanto como tú y se preocupe de que salga bien.
-¿Ilustrar ediciones de clásicos para adultos es una manera de acercarlos a nuestro tiempo?
-Sí, creo que los contemporaniza por decirlo de alguna manera. No decoras, opinas plásticamente, tiene que ver con la lectura de ese texto en tu tiempo. En España empieza ahora y parece que hay interés. En el 2007 salió la primera edición de 'Bartleby' en Nórdica Libros, se vendió en sólo quince días. Fue una apuesta editorial que salió bien.
-¿De qué se quejan los reacios?
-Hay gente que no le gusta porque dice que no se corresponde con la idea que se había hecho al leer el texto. Lo mismo que pasa con las películas cuando has leído la novela que adaptan,que no son cómo te imaginabas. La crítica que he oído de los lectores detractores de la ilustración es que les pastorea. Pero a la mayoría le gusta.
-¿Cómo fue el proceso en 'Hamlet'?
-Es un texto que me dio más libertad que el 'Bartleby', donde apenas pasaba nada. El problema de clásicos como éste es que es un icono en sí mismo. Hace poco hice 'Platero y yo' para Brasil y ocurría lo mismo, o el 'Santiago' de Lorca, donde conviven dos iconos: Santiago, patrón nacional, y Lorca, el poeta. Eso hace que al comienzo te metas con prudencia, pero ésta se acaba pronto en cuanto se inicia el proceso creativo que arrasa con todo. Antes de hacer 'Hamlet', leí dos versiones, es un texto muy sugerente y no tan lejano como pudiera parecer. Al principio me dejé llevar por el proceso creativo y puse mucho color, luego fui depurando y se quedó el negro y el rojo sangre, porque casi todos mueren. Era una historia que no necesitaba más color. La ventaja de ilustrar clásicos es que el texto siempre es bueno.
-¿Y qué le parecen los textos contemporáneos?
-Creo que hay mejores ilustradores que escritores. Por otra lado, es más fácil vender fuera el dibujo que el texto, que hay que traducirlo. Pero la realidad es que la fama de los ilustradores españoles fuera no se corresponde con el trato que recibimos dentro y habla el mundo del libro. No se tiene conciencia de la importancia de la ilustración como vehículo de comunicación y como impulsor de la venta del libro. Un 50% de la venta de un libro se lo debe a la cubierta.
-¿Cómo reparten los derechos de autor?
-En cuanto a los derechos de autor, en otros países, los beneficios de un libro ilustrado se reparten 7 para el ilustrados y 3 para el escritor, teniendo en cuenta que aquél lleva el peso de la historia cuando hay más ilustración que texto. En España, siendo generoso, se llega al 50%.
-¿Cómo se mueve en el mercado internacional?
-Trabajo fuera desde hace mucho. Empecé en 1989 y cinco años después ya estaba en Bolonia. Si querías algo decente, tenías que ir fuera. Ahora, con las nuevas tecnologías, se ha facilitado el trabajo internacional, no requiere de presencia física. Se ha perdido lo de ir con una carpeta para que alguien la abra y vea lo que tienes dentro. El esfuerzo de salir era bonito.
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