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De cómo la chica yeyé pudo ser Santa Teresa
CULTURA

De cómo la chica yeyé pudo ser Santa Teresa

No conoce el concepto 'darse por vencida', Concha Velasco se ha ganado el respeto como actriz en una carrera de fondo en la que ha sorteado muchos obstáculos para conseguir su sueño

ANGÉLICA TANARRO

Sábado, 28 de noviembre 2009, 02:08

Era el año 1965 y una película titulada 'Historias de la televisión' (antes había habido unas 'Historias de la radio', del mismo director) mostraba a una chica guapa, con unos ojos penetrantes y una sonrisa espectacular, que bailaba desenfrenada con unos pantalones pitillo (ahora se llamarían 'leggins') que ponían de relieve sus bien moldeadas piernas. Ella era Conchita, Conchita Velasco, y se auto proclamaba 'chica ye-ye'. España estaba necesitada de aire fresco y ella ponía un mensaje de optimismo y cierta apertura en un país que (empezaba a darse cuenta por las 'suecas' que llegaban en verano) llevaba un retraso considerable con respecto a sus vecinos europeos.

El éxito fue enorme, la canción fue como una bandera de una -no nos engañemos- ingenua y poco transgresora modernidad, aunque dadas las circunstancias del país, sumido aún en la dictadura, quizá no fuera despreciable. El éxito trajo consigo que la actriz, que nunca se ha considerado cantante, aunque haya cantado en muchos espectáculos, grabara ocho discos con la firma Belter, pero también tenía adherido -como todo éxito- su parte alicuota de precio. Quizá el primero que tuvo que pagar esta luchadora. Porque si hay una característica que la describe tanto en su vida personal como en su carrera es esa: la de haber sido una luchadora, capaz de reinventarse a sí misma y resurgir tras cada tropiezo. Y una valiente.

Cuando grabó la archicantada 'Chicayeyé', ella ya tenía su público. Llevaba en los escenarios casi desde niña, desde que ella misma dijera esa frase que también se convirtió en un emblema de su carrera: «mamá quiero ser artista». Quizá no fuera fácil para una madre de la época, esposa además de un militar, aceptar que su hija quisiera tomar ese incierto camino. No eran buenos tiempos para la consideración social de los actores (peor de las actrices). Pero, con todo, se trasladó a Madrid para que la niña estudiara baile clásico y español y solfeo. Pisó las tablas antes de la adolescencia y a los quince años ya había rodado su primera película. Así fue como Concepción Velasco Varona, nacida el 29 de noviembre de 1939 en Valladolid, empezaba a cumplir sus sueños. Y empezaban a tomar cuerpo, nunca mejor dicho, cuando Celia Gamez previo examen detenido de sus piernas, la contrató para su compañía de revista.

El de 'chica yeyé' fue un sambenito que la acompañó años y años pero también fue el comienzo de muchas cosas. Para empezar, el director de la película, José Luis Sáenz de Heredia, fue un hombre muy importante en su vida. Su relación de pareja fue durante mucho tiempo un secreto a voces. A simple vista puede parecer extraña la mezcla. ¿Qué tendrían en común el director de 'Raza' y de 'Franco, ese hombre' con la actriz que jamás ha ocultado sus ideas de mujer de izquierdas? Pero no hay que olvidar que Sáenz de Heredia se formó con Buñuel y que éste era uno de sus grandes defensores. También que Concha se define a sí misma como rebelde y contradictoria, católica, conservadora y de izquierdas. «No en vano -ha dicho más de una vez- soy hija de un teniente coronel de caballería y de una maestra republicana». La parte profesional de la relación dio para mucho. Con él hizo, entre otras 'La verbena de la Paloma', 'Relaciones casi públicas', 'Pero... ¿en qué país vivimos?', 'Juicio de faldas', 'La decente'... Estamos en los sesenta y principios de los setenta, son los años de las películas con Mariano Ozores, de compartir cartel con algunos de los que serían sus mejores amigos, Tony Leblanc -con el que había hecho 'Los tramposos' y, sobre todo, 'Las chicas de la Cruz Roja'- José Sacristán con el que luego se embarcaría en la obra teatral 'Yo me bajo en la próxima... ¡Y usted?', que también protagonizó con Adolfo Marsillach; de las películas con Manolo Escobar que tantas tardes de gloria han dado al programa 'Cine de barrio'.

Una etapa en la que rodaba seis o siete películas al año y de la que ella nunca ha renegado. Cuando el año pasado el Festival de Málaga le dio el premio a su trayectoria dijo alto y claro, como ella suele hablar: «Soy una actriz de 68 años que no reniega de sus comienzos, pero que también está muy contenta con su presente».

Las cosas empezaron a mejorar en su carrera con la llegada de la democracia. Consiguió dejar de ser Conchita para ser Concha, casi al mismo tiempo que el cine empezaba a tratarla mejor. Y el público que la quería, pero como a esa chica simpática que nos hace reir con cómicos de toda la vida como Alfredo Landa o José Luis López Vázquez, empezó a darse cuenta de que bajo esa sonrisa y esa vitalidad contagiosa había una actriz capaz de enfrentarse a otros papeles de más envergadura. Los que hizo en películas como 'Tormento', 'Pim, pam pum... fuego!' y, más tarde, 'La colmena' o 'Esquilache'.

El empujón definitivo se lo dio la directora Josefina Molina, cuando la imaginó en el papel de Santa Teresa, como ella misma ha dicho, sin necesidad de taparle su lunar de la cara. Porque lo que veía la directora en la actriz como el motor de la interpretación de la santa es ese denominador común de dos mujeres dispuestas a sortear todos los obstáculos para llegar a su objetivo. Ese papel en una serie de televisión que se convirtió en uno de los momentos míticos de la historia del medio, como lo fue 'La cabina' -que, por cierto supuso algo parecido en la carrera de López Vázquez- le valió el respeto del público de la crítica y de sus compañeros de profesión. Ya nadie tendría dudas de que ella puede hacer a todo, pero que todo puede hacerlo bien si se lo propone. Definitivamente Concha.

Cuando Josefina Molina le ofreció el que resultaría ser uno de los papeles de su vida ella estaba haciendo teatro. El teatro le proporciona una energía especial a su vocación de actriz. Nunca, por bien que le fuera en otros ámbitos, ha renunciado a ser una heroína sobre el escenario, ya fuera Doña Inés, Mariana Pineda, o Filomena Maturano, una monja o una mujer de la calle reconvertida en convencional ama de casa. Autores como Marsillach o Antonio Gala han escrito para ella y cuando no ha tenido un papel lo ha buscado, creando compañía propia, empeñando hasta lo que no tenía para sacarlo adelante. Así puso en pie el célebre musical 'Hello Dolly' y tantos otros proyectos, algunos de los cuales le han llevado a la ruina, de la que ha emergido porque en su diccionario vital no existe el concepto 'darse por vencida'.

En televisión

Haciendo una Doña Inés en el teatro se topó con el productor Paco Marsó con el que vivió un noviazgo largo que se convirtió en un no menos largo pero mucho más tormentoso matrimonio, que acabó en divorcio en el 2005. De ese matrimonio queda un hijo, Paco, el segundo de la actriz, que tuvo a su hijo mayor, Manuel, de una relación anterior. Cuando su matrimonio fracasó, supo sortear el asedio de los programas de cotilleo manteniendo las distancias con dignidad y simpatía aunque en ocasiones no haya podido evitar que le helaran la sonrisa.

Puede que los más jóvenes la identifiquen con sus últimos trabajos en televisión, sobre todo por el papel de la matriarca de la serie 'Herederos'. Quizá ha sido este medio con el que ha mantenido una relación más irregular. A veces por razones externas a lo profesional: En el 71 fue vetada en Televisión Española por participar en la famosa huelga de actores que reclamaba la función única y la reducción de jornada laboral. (Siempre ha sido una actriz comprometida, como volvió a demostrar cuando estampó su firma como una de las fundadoras de la plataforma de apoyo a Zapatero). Y otras por razones propias. Y es que sólo cuando, mal aconsejada o impelida por las necesidades económicas, ha hecho de presentadora de algún programa de variedades ha mostrado sus límites ante la cámara.

Concha Velasco ha llegado a los setenta, con un aspecto físico envidiable, atesorando premios (entre otros tiene el Nacional de Teatro) y sin perder la sonrisa, por más que los últimos acontecimientos de su vida le hayan hecho decir en alguna entrevista tan rotundamente como acostumbra un: «No soy feliz». Aunque a continuación recuerda quién es. Una aprendiz de Ícaro.

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