La plantilla del BM Valladolid posa delante de la Iglesia de San Basilio, en su primera visita a Moscú en diciembre del 2003./ RAMÓN GÖMEZ
BM VALLADOLID

De viajes, comidas y fiestas

El BM Valladolid ha disfrutado y sobrevivido a sus 99 partidos internacionales

MIGUEL A. PINDADO

Domingo, 8 de noviembre 2009, 10:39

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Cien partidos internacionales dan un sinfín de recuerdos, chascarrillos, anécdotas, curiosidades e historias. En estos doce años europeos, las épicas deportivas se han mezclado con las odiseas de los viajes, si bien no es menos cierto que en los primeros años, los desplazamientos por Europa eran una especie de premio al trabajo intenso y concienzudo de toda la plantila. Eran viajes románticos, donde muchas veces era casi mayor el esfuerzo por llegar a la ciudad europea en cuestión que la propia eliminatoria. No cabe duda de que a medida que el club asentaba su nombre en las competiciones europeas a base de disputar finales, la competición internacional iba adquiriendo el rango de devoción, de necesidad. Dejó de ser un premio para convertirse en una obligación y en algún caso incluso una obsesión.

El primer desplazamiento del BM Valladolid fue a la localidad sueca de Halmstadt, a mediados de octubre del 1997. Toda una odisea. Para muchos jugadores, en su mayoría salidos de la cantera, era su primera ocasión de subir a un avión, para la mayoría, la primera vez que salían al extranjero. Pese a la derrota en terreno nórdico, los Jorge, De la Haza, Paco López, Juancho, Alex Paredes, Paco Gallego, Raúl González, Juan López, Guillermo, Agustín, Paterna y el lesionado Ávila pudieron disfrutar del pase a la siguiente ronda, celebrándolo con la ducha en el vestuario al entonces presidente Andrés Martín.

La primera gran odisea del BM Valladolid tuvo lugar precisamente en la primera final que disputó, en su desplazamiento a Magdeburgo. El avión salió con una hora de retraso de Barajas y se perdió el enlace en Fráncfort. Compuestos y sin avión, se buscó una solución de urgencia, que no fue otra que bajar a toda prisa al metro que llega hasta al aeropuerto y desplazarse hasta la estación de trenes. Allí, casi sin tiempo ni para mirar qué tren tomar, subieron a un espectacular ICE (el AVE alemán), con cómodos asientos con televisión, otros sin televisión pero igual de cómodos, otros más incómodos... y luego la expedición del BM Valladolid, que por sabe Dios qué motivos, no tenía derecho a asiento. Instalado cada uno como pudo, llegaron a Hannover, donde había que tomar otro tren hasta Magdeburgo. Con retraso de una hora, un ferrocarril de los años 40, con asientos de madera trasladó a la afición hasta Magdeburgo. Las maletas, incluso las camisetas y el material de los jugadores, llegó un día después. Desde luego, el conjunto vallisoletano pagó la novatada de su primera final europea.

Otro de los viajes para el recuerdo fue el desplazamiento a Oporto, donde más de mil aficionados siguieron al equipo en uno de los éxodos deportivos más importantes del deporte vallisoletano.

El último viaje estrambótico del club fue hasta Astrakhan, la localidad rusa en el litoral del már Caspio. Sin ninguna duda el desplazamiento más largo del club. Casi 9.000 kilómetros entre ida y vuelta, con una escala en Moscú, con un total de 22 horas de viaje para ir y otras tantas para regresar. Menos mal que la elimatoria se solventó sin problemas.

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Añoranza del jamón

Cuando el BM Valladolid se desplazó a Zúrich para medirse al Grasshoppers (2003), los suizos les tenían preparada una desagradable sorpresa ya que el alojamiento estaba a 13 kilómetros del centro de la ciudad y del pabellón. Después del berrinche, la expedición blanquivioleta bajó a cenar y fue obsequiado con unos espaguetis a la boloñesa. Nada más. Ni siquiera postre. Las protestas de los directivos consiguieron unos yogures. A la vuelta, los suizos recibieron la misma medicina y encima fueron eliminados.

Y algo muy similar ocurrió en Ostrava, con la visita al Banik Karvina (2005). Un platito de pimientos, muy apreciados en el Este, y unos espaguetis fueron toda la cena después de un día entero de viaje, alimentados nada más que con las 'excelencias' de las compañías aéreas. Al menos había yogures de postre, aunque la mayoría optó por tomar yogures como segundo plato antes del postre...

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En Magdeburgo (1999), con motivo de la primera final del club, el equipo se alojó en un excelente hotel, pero la primera comida resultó decepcionante. Un plato con un escuchimizado muslo de pollo, rodeado de escasas y extrañas verduras y unos 4 ó 5 raviolis. ¡Y plato único! Afortunadamente, preguntado el metre por los postres, simplemente se limitó a señalar una espectacular mesa de varios pisos repleta de tartas. Ni que decir tiene que no quedó ni una.

En Backa Palanka (2000), el plato habitual era un muslo de pollo excesivamente largo con un antemuslo excesivamente pequeño. ¿Era pollo? En una cena, la sorpresa fue una ración de tortilla de patata, atacada con ansiedad, pero tenía un raro sabor. Nadie se atrevía a decir nada porque había salido de las manos de Paco, de La Criolla, hasta que él mismo, ante las caras de los comensales estalló: «¡Qué queréis, aquí el aceite parece de Cepsa!». Ni corto ni perezoso, en una rápida excursión a la capital de Novi Sad, el cocinero paró el autocar para bajarse a comprar la única botella de aceite de oliva Elosúa de un escaparate. Unas mil pesetas de entonces abonó por el litro de aceite. Después, en las comidas, pasaba con su botella plato por plato para racionar unas gotas de su preciado oro verde en cada ensalada.

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En Portovik (2006), junto a la mítica capital ucraniana de Odessa, el BM Valladolid fue alojado en una antiguo balneario soviético. Evidentemente el tiempo y la burocracia habían hecho mella en las instalaciones, bastante obsoletas, sobre todo en relación al nuevo complejo hotelero diseñado por el millonario de turno en la ciudad. Con amabilidad, pero sin apenas recursos, las comidas en dicho alojamiento tenían como elemento imprescindible el pimiento. Rojos y verdes, para cenar, para comer, para desayunar, de pincho, de entremés, en ensalada, crudos, fritos, asados, crudos otra vez. Y se extrañaban de que nadie los probase a la hora del desayuno...

Las celebraciones

Las celebraciones de los éxitos eran mucho más espontáneas y pasionales en los primeros años en Europa, quizá porque eran más inesperados y también porque la plantilla del BM Valladolid estaba formada en su mayoría por chavales de entre 18 y 20 años, en pleno apogeo de su juventud. Así, una de las celebraciones más sonadas fue sin duda el empate logrado en la Copa City del 2000 en la cancha del Dunkerque. La localidad celebraba unos afamados carnavales y el equipo logró su primer punto lejos de su cancha y pasar la eliminatoria. Tras la cena, la fiesta se desbocó por la localidad gala. Hubo quien disfrazado de indio (un pantalón de chándal, una camiseta, una cinta al pelo y la cara pintada) ofreció un excelente espectáculo al mejor estilo 'Full Monty', mientras alguno de sus compañeros tuvo que ser rescatado de la discoteca cuando dormía plácidamente apoyado en uno de los altavoces. De vuelta al hotel, hubo quien pernoctó media noche en el pasillo porque sus compañeros le sacaron con colchón incluido mientras dormía profundamente.

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La ciudad de Kilkis (2004), al norte de Salónica, es una pequeña población de unos 90.000 habitantes, que hizo la machada de meter a su equipo en la Recopa. El presidente del club, aparte de ver el partido en el banquillo y dar órdenes a sus jugadores, era un boyante y superconocido empresario de la localidad, que no dudó en ofrecer una exquisita hospitalidad a los directivos, aficionados y prensa vallisoletanos. Una cena con productos típicos griegos, música tradicional y luego discoteca. Y sin salir de sus dominios, que abarcaban toda la ciudad.

En Backa Palanka (2000), pese al temor inicial por los ultranacionalistas serbios, la noche acabó cuando comenzaba el día. Y es que, tras el partido, la recomendación de los directivos serbios es que nadie de la expedición española saliese del hotel. Por si acaso. De madrugada, cuando el BM Valladolid celebraba en el vestíbulo del hotel su triunfo, apareció Zoran Kurtes -técnico entonces del Sintelon, después del Pick Szeged y ahora del Constanta-, junto con Milinovic (entonces en las filas serbias y después en Valladolid) para invitar a los jugadores y acompañantes a una fiesta en un bar cercano. Al principio había reticencias, pero finalmente casi toda la expedición acudió a la cita. Nada más abrir la puerta del bar, los forofos ultranacionalistas vestidos de paralimitares que horas antes habían apaleado el autocar recibieron a sus invitados. Después de unos primeros minutos de tensión y miedo, comprendimos que el deporte une mas que separa.

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Los cubatas son tan caros en algunos países que hay que recurrir a llevarse el ron, el güisqui o la ginebra de casa y luego confeccionar los combinados con habilidad, destreza y discreción. En Saint Gallen (2000), una preciosa ciudad suiza, unos quince clientes españoles entran en un bar y piden exclusivamente coca cola y tónica. Uno de ellos solicita su tónica «con un poco de limón exprimido», lo que provocó una risa general ante la incredulidad e incomprensión del camarero. Algo muy similar ocurrió en Sandefjord (2004), con toda la expedición celebrando el triunfo en el pub Telegraf hasta altas horas de la madrugada y donde sólo se pidieron refrescos...

Y en Velenje (2004), los eslovenos tenían preparada una macrofiesta que el BM Valladolid les estropeó con su victoria y solamente los españoles disfrutaron con una sonrisa de oreja a oreja de las copiosas viandas.

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