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Quiliano González fue transportista y agricultor; Ángel Fernández Martín trabajaba en Renault; Antonio Rodríguez Asensio; el alcalde de Palazuelo de Vedija, Salvador Fernández; el ganadero de ovino Gabriel Cuenca; la hostelera Dulcinea Irimia; y la poetisa Teo Fernández López. Detrás, el monumento a los marraneros y la iglesia de Nuestra Señora del Barruelo. /FOTOGRAFÍAS FRAN JIMÉNEZ
Palazuelo de Vedija existe
CASTILLA Y LEÓN

Palazuelo de Vedija existe

<strong>Este pequeño municipio vallisoletano lucha contra la despoblación</strong> y mueve todos sus recursos históricos, patrimoniales y turísticos para ocupar su lugar en el mundo

NIEVES CABALLERO

Domingo, 1 de noviembre 2009, 02:31

Antes de la peste porcina africana Palazuelo de Vedija era conocido en toda España como el pueblo de los marraneros. Hoy recuerda su pasado y rinde homenaje a sus protagonistas, el cerdo y el marranero, una escultura en piedra que desde hace una década preside los jardines de la Plaza Mayor, la misma en la que se ubican tanto la casa solariega de la familia de los Cuadrilleros, que hoy alberga el Ayuntamiento, como la única de las cinco iglesias que queda en pie. En la actualidad este pequeño municipio vallisoletano de Tierra de Campos lucha contra la despoblación y mueve todos sus recursos históricos, patrimoniales y turísticos para ocupar su lugar en el mundo.

Palazuelo de Vedija era una isla en Tierra de Campos. Nadie se dedicaba a la agricultura, como en los pueblos de alrededor. Sin embargo, entre 1955 y 1965, la cuarentena impuesta al ganado porcino por la mencionada peste provocó la escapada de sus habitantes en busca de trabajo, principalmente en la incipiente industria automovilística de Valladolid, en concreto en las fábricas de la antigua Fasa-Renault y sus auxiliares. La expansión industrial de la capital supuso un lastre para muchos de los pueblos de la provincia. Al mismo tiempo, muchos vecinos emigraron a Andalucía, Extremadura, Cataluña, o incluso pusieron mar por medio para volar hasta Argentina, para buscar trabajo. Los elementos se aliaron para una progresiva e imparable reducción de sus entonces más de tres mil habitantes. Hoy el censo municipal ronda los 270 vecinos.

Atraer a foráneos

El alcalde de Palazuelo de Vedija, Salvador Fernández Martín, se ha propuesto que este pequeño municipio de Tierra de Campos, ubicado a diez kilómetros escasos de Medina de Rioseco, no quede difuminado en un paisaje uniforme de extensos campos de cereal y palomares. Hace ya muchos años que decidió cargarse sobre su espalda el compromiso de liderar una serie de actividades, fiestas populares, museos y otro tipos de citas, no sólo para atrapar a los turistas si no también para convencer a muchos foráneos de que en este pequeño pueblo se puede vivir muy bien.

El tan manido desarrollo rural del que hablan los políticos se hace realidad en Palazuelo de Vedija gracias a todos y cada uno de sus vecinos. Por una horas, Salvador Fernández deja el bastón de la Alcaldía y convertido en un auténtico Cicerone conduce a los enviados por EL NORTE DE CASTILLA a través de las calles, los monumentos, los museos y los bares del pueblo. Será una caminata salpicada de datos históricos y de imágenes. El pueblo, de entrada, está limpio como la patena. «Hombre los días de viento es inevitable encontrar algún que otro papel», señala Salvador, antes de lamentarse de que en los años ochenta «el pueblo cayó en la apatía». Así que cuando en 1990 ganó la Alcaldía se remangó la camisa y se puso manos a la obras. Cogió una máquina y desescombró el pueblo. «Está claro que no era un visionario porque se ha vendido todo y se ha edificado», se justifica el regidor.

Para el alcalde es un objetivo fundamental luchar contra la despoblación. «Los pueblos suben o bajan dependiendo de sus alcaldes. Hay que moverse», argumenta. En estos momentos se construyen 12 viviendas de protección oficial y otras cuatro cuyo precio no puede exceder los 90.000 euros. El Ayuntamiento no cobra ni la luz ni el agua mientras se construyen y, además, se compromete a buscar terrenos para aquellos que quieran instalar una industria en Palazuelo de Vedija. «Tenemos que ir todos de la manos». Salvador Fernández confía en que las futuras autovías Benavente-Palencia y Valladolid-León también contribuyan a reactivar el municipio desde el punto de vista económico. Unas carreteras por las que también espera que lleguen muchos turistas.

Lo cierto es que este pueblo de menos no se puede quejar porque en las fiestas patronales logra aglutinar a más de cinco mil personas, que acuden a los encierros por el pueblo y, a caballo, por el campo.

El monumento a los marraneros se instaló en 1998, y diez años más tarde se le ocurrió que sería bueno recordar las cuatro iglesias -San Juan, Santa María, San Mamés y Nuestra Señora del Barruelo- con las que llegó a contar el pueblo, las tres primeras desaparecidas antes de la Guerra. Están talladas en piedra en un arco que se apoya entre el único templo que permanece en pie y el Palacio de los Cuadrillero, sede del Ayuntamiento. Un edificio que ha sido declarado bien de interés cultural «como ejemplo clásico de casa solariega castellana».

Poco a poco ha sido rehabilitado y, además de las dependencias municipales, cobija el Centro de Interpretación y de la Matanza, cuya fiesta se celebra el segundo sábado de febrero, y a las numerosas asociaciones y otros grupos del municipio. En su patio de columnas se muestra uno de los más de 400 carros con los que los marraneros de Palazuelo de Vedija viajaban al mercado de Zamora para comprar los cerdos que luego conducían por todo el territorio nacional.

Familia de los Cuadrillero

A la familia de los Cuadrilleros pertenecían dos de los más ilustres personajes nacidos en este pueblo. Se trata de los hermanos don Cayetano Cuadrillero y Mota, que fue obispo de Ciudad Rodrigo entre 1763 y 1777 y después de León, y don Francisco Cuadrillero y Mota, obispo de Mondoñedo, entre 1781 y 1797. El próximo año, el 22 de septiembre, en el marco de las fiestas patronales de San Mauricio, Palazuelo de Vedija rendirá homenaje a estos dos vecinos ilustres. Varios obispos, entre ellos el riosecano Monseñor Carlos Amigo, han confirmado su presencia en un acto durante el que se instalarán dos medallones.

Dos medallones de piedra en los que trabaja en la actualidad Justi Irimia, una de las artistas del municipio. Su hijo, Santiago Hernández Irimia, se encarga de gestionar la casa rural Fuerte de San Mauricio, con capacidad para 22 personas. Justi muestra en directo cómo trabaja y luego el museo privado en el que tiene sus obras.

Entre los personajes contemporáneos que han nacido en Palazuelo de Vedija destaca el actor de carácter Cesáreo Estébanez. ¿Recuerdan al sargento Romerales de la serie de televisión 'Farmacia de guardia'?

Los detalles pasan por delante: el abrevadero del siglo XV, el antiguo trazado del llamado tren burra Valladolid-Medina de Rioseco-Palanquinos, el monumento dedicado al toro... «Este pueblo siempre ha sido muy taurino», explica. En las última fiestas patronales se inauguró el nuevo Museo de la Vaca Enmaromada, en presencia del ganadero Vitorino Martín, que compró reses a los herederos de José Bueno, natural de Palazuelo. Por el camino, Salvador llama a la puerta de la casa rural La Huerta, pero sus propietarios se encuentran fuera. Una pena porque se intuye un maravilloso jardín tras unos grandes tapiales de adobe y piedra perfectamente conservados. Por el contrario y salvo excepcionales casos, los palomares que circundan el pueblo aparecen casi derrotados sobre la tierra. «Es una pena, pero no podemos obligar a sus propietarios a que los restauren».

Da charla en la plaza

Con la excusa de la fotografía de familia surge la conversación. De aquel pasado en el que sus habitantes recorrían las sendas y los caminos polvorientos de una España de postguerra conduciendo bien a pie, con sus látigos, o en carros las piaras de cerdos dan cuenta hoy algunos de sus protagonistas todavía vivos. Uno de ellos es Francisco Escudero, de 69 años, marido de la poetisa Teo Fernández López. «Desde los nueve años iba arreando a los cerdos por los caminos de toda España», recuerda este marranero ya jubilado que heredó la tradición de su padre, y éste a su vez del suyo. Y de regreso a la plaza, Dulcinea Irimia hace un aromático y rico café en su restaurante. Muchos Quijotes hay en este pueblo vallisoletano de Tierra de Campos.

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