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Enrique Miret posa delante de su libro de memorias. / LUIS TORRES-EFE
VIDA Y OCIO

Muere Miret Magdalena, el teólogo seglar heterodoxo, a los 95 años

<strong>Jesuita frustrado por la guerra</strong>, fue un químico aficionado a la historia de las creencias sobre las que se pasó toda la vida escribiendo

I. U.

Martes, 13 de octubre 2009, 02:38

Enrique Miret Magdalena, químico, teólogo y ex presidente de la 'Asociación de Teólogos Juan XXIII', falleció ayer a los 95 años tras una larga enfermedad en Madrid, donde será hoy incinerado. Conocido conferenciante y teólogo seglar heterodoxo y autodidacta, se consideraba ante todo «un hombre de diálogo». Hasta el final, cumplió la máxima que tomó prestada de su admirado Baltasar Gracián: «Los fieles no deben ser demasiado obedientes, no vaya a ser que con eso perjudiquen a la Iglesia».

Nacido en Zaragoza el 12 de enero de 1914, realizó sus estudios de bachillerato en el Liceo Francés de Madrid y, a continuación, se licenció en Ciencias Químicas en la Universidad Central (1942), donde se doctoró un año después. En plena rebelión militar intentó ingresar en la Compañía de Jesús, pero la Guerra Civil se lo impidió; al estar inscrito en la lista de candidatos a jesuitas, le recomendaron ocultarse, y por ello durante la contienda vivió refugiado en la Embajada de Paraguay en Madrid.

Como químico, se dedicó profesionalmente a la especialidad de aislamientos térmicos y acústicos, pero pronto comenzó su labor como escritor, profesor y conferenciante experto en Teología, Ética y Sociología de la Religión y de la Familia y Juventud. Su primer artículo apareció en el periódico 'Informaciones', y poco después comenzó a escribir en la revista 'Triunfo', en cuya sección cultural-religiosa trabajó 20 años. Mención aparte merece su aportación en 'Cuadernos para el Diálogo', publicación de corte democristiano fundada por Joaquín Ruiz-Giménez en 1963.

Sus artículos eran un revulsivo para los católicos que comulgaban con los ideales del Concilio Vaticano II. La labor divulgadora de Miret Magdalena y su entusiasmo eran irrefrenables. «Pocos católicos han sabido comunicar en España el mensaje cristiano con tanta intensidad, en tantos medios y con tanta pasión», reconoce el moralista Marciano Vidal, profesor del Instituto Superior de Ciencias Morales de Madrid. Aunque no se dedicara a tiempo completo a la Teología ni pretendiera forjar una doctrina personal, pocos le niegan su esfuerzo en hacer presente la reflexión sobre Dios en la sociedad civil. «Sacó el pensamiento teológico del gueto clerical. Eso es un hecho y ha sido muy positivo», apuntan todos los expertos consultados por este periódico. Miret Magdalena era un trabajador infatigable. Participó como invitado en algunas sesiones del Concilio Vaticano II, impartió clases en el Instituto Superior de Pastoral de la Universidad Pontificia de Salamanca durante cinco años, y fue profesor de Ética en la Universidad de Comillas durante doce años.

Por si fuera poco, enseñó Psicología Moral en el Mary Ward College y fue director de la cátedra libre Pío XII, en la Complutense de Madrid. También le sobró tiempo para dirigir 'Espiritualidad seglar' y colaborar en periódicos de información general y varias publicaciones. Como escritor, es autor de una veintena de libros de temas culturales y sociales, entre los que destacan. Más recientemente, ha publicado sus memorias 'Luces y sombras de una larga vida' (2000), '¿Qué nos falta para ser felices?' (2004), 'Cómo ser mayor sin hacerse viejo' (2004), 'La vida merece la pena ser vivida' (2004), 'La vuelta de los valores' (2007) o 'Creer o no creer'» (2007). Espoleado por su curiosidad ajena a los dogmatismos, acabó especializándose en las religiones orientales y sus relaciones con el cristianismo, cuestión sobre la que también escribió un buen puñado de libros.

Pequeña empresa

Padre de siete hijos, no se daba tregua para sacarlos adelante y no hacía ascos a las responsabilidades. Una curiosidad: entre junio de 1978 y noviembre de 1979, desempeñó el cargo de presidente de la Confederación de la Pequeña y Mediana Empresa, puesto en el que cesó a petición propia. «Los secretarios generales de los sindicatos eran amigos, pero luego no nos hacían caso porque tenían miedo a las grandes compañías», recordaba con pesar hace un par de años. La empresa familiar, relacionada con la Química, le permitió ganarse la vida pero su autoridad moral atraía más trabajos: el 7 de diciembre de 1982, fue nombrado director general de Protección de Menores, en el Ministerio de Justicia, cargo que desempeñó durante cuatro años.

También fue consejero y presidente honorario de la Asociación Mensajeros de la Paz, vocal de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado y asesor del Servicio Social Internacional. Se entiende que con esta trayectoria recibiera en el 2006 la Medalla de la Orden Civil de la Solidaridad Social del Ministerio de Trabajo.

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