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El sacerdote recita sus conjuros contra las tormentas en la representación que se celebra en Cuenca de Campos. / A. P.
Conjurando tormentas
CASTILLA MISTERIOSA

Conjurando tormentas

La localidad vallisoletana de Cuenca de Campos rememora una arcaica tradición a caballo entre la magia y la religión para espantar lo peor de la meteorología

ÁNGEL DEL POZO

Miércoles, 19 de agosto 2009, 03:00

En una región inminentemente agrícola como la nuestra, con la cosecha de cereal ya encarrilada, se temía mucho a los nublados del verano, por el daño que podían hacer en las espigas. El destrozo de la cosecha por una tormenta repentina significaba época de penurias, calamidades y hambre. No solo arruinaban recolecciones, producían incendios y mataban a personas y animales. También entorpecían labores domesticas: el pan no se fermentaba antes de la hornada, la leche no se 'nataba' antes de elaborar la manteca y los huevos que estaban empollando las gallinas podían 'atronarse'&hellip . De ahí que para evitar la catástrofe, los pueblos agricultores recurriesen a todos los métodos posibles conjugando hábilmente religión y paganismo.

Cuando se acercaba una tormenta, en las casas rurales se preparaban auténticos rituales mágicos. Era costumbre realizar cruces en el suelo (normalmente en el dintel de la puerta de la casa) utilizando hierros o sal gorda. En las ventanas se ponían cuchillos y hoces con el filo hacia al cielo, tijeras con la punta hacia arriba y se echaban puñados de sal al fuego. Un curioso elemento de protección son las piedras del rayo. Se cree que tienen protección contra las tormentas, echándola al fuego o simplemente poniéndola en un lugar visible, por ejemplo en una ventana, al lado de una vela encendida. Estas piedras también conocidas como 'de la centella' son simples restos arqueológicos como hachas, puntas de flecha y otras piedras pulimentadas.

Estos rituales esotéricos y creencias paganas se mezclaban con otros ritos más cercanos a lo religioso. También se quemaba laurel, romero o tejo antes bendecido en el Domingo de Ramos y se encendían velas de las Candelas o las que habían ardido en el monumento parroquial el Jueves Santo.

Y por supuesto, no podían faltar los rezos a santos protectores. En diversas localidades son los propios santos patronos quienes intervienen para evitar las desgracias de las tormentas. Sin embargo hay dos santos especialistas en los fenómenos atmosféricos: Santa Bárbara y San Bartolomé. Este último, uno de los doce apóstoles de Jesucristo, es menos conocido en estos menesteres y, sin embargo, la tradición recoge la siguiente oración que no da lugar a dudas: «San Bartolomé se levantó / antes que el gallo cantó / Pies y manos se lavó / con Jesucristo se encontró. / ¿Dónde vas, Bartolomé? / Yo, Señor, contigo iré / al cielo subiré / y con los ángeles cantaré. / Vete, vete, Bartolomé / a tu mesón y posada. / Te daré un don / que no te lo quitará ningún señor, / te daré un dado / que no te lo quitará ningún vasallo. / Donde tú fueras mentado / no caerá centella ni rayo / ni morirá mujer de parto / ni niña de espanto / por obra y gracia del Espíritu Santo».

La devoción a Santa Bárbara para estos menesteres está reconocida mundialmente, siendo la patrona de la artillería, arquitectos, albañiles, fortificaciones, cavadores de tumbas, fundadores, revistas, y por supuesto, protectora contra el rayo, fuego, muerte repentina e impenitencia. Su historicidad no está comprobada y en ocasiones parece más cercana a la leyenda. Tradicionalmente se ha aceptado que es una virgen y mártir cristiana del siglo III. Cuentan que Bárbara era la única hija del gobernador Dióscuro. Huérfana de madre a los siete años, muy joven, se convirtió al cristianismo. Al regreso de un viaje de inspección por la provincia romana, su padre propuso a la joven un matrimonio de conveniencia, que ella rechazó. Dióscuro descubrió la conversión de su hija al cristianismo y la denunció al pretor romano, el cual se vio obligado a condenarla a la pena capital. El sátrapa, que ya había mandado construir una torre para mantener a Bárbara alejada del mundo y forzarla a la apostasía, la sometió a toda clase de castigos y vejaciones y, finalmente, solicitó permiso para ejecutar personalmente la sentencia de muerte. Después, la degolló con su propia espada. Al momento de cometer el parricidio, Dióscuro fue fulminado por un rayo. Este es uno de los mayores riesgos que pueden correr los llamados conjuradores de tormentas que, desafiando los elementos de la naturaleza, proclaman jaculatorias en ocasiones en plena tempestad para que las nubes se deshagan o conviertan el maléfico granizo, en suave y bendita lluvia que acaricie los cultivos&hellip

El prodigio

El escritor Jesús Callejo recoge en su libro 'Testigos del prodigio', varios casos de estos 'paganos' conjuradores: «En el pueblo de Zamayón (Salamanca), existía hace años una mujer llamada 'la Pito', que tenía por costumbre subir a los tejados para espantar a su manera a los nublados. En otros pueblos de Burgos, se cuenta que en días de tormenta subía al pico de Kaite un brujo especialista con poderes para ahuyentarla. En Fuentes de Béjar (Salamanca), a estos especialistas en ahuyentar tormentas y con habilidades también para pronosticar el tiempo se les llamaba 'tío diablo' o 'tía bruja'».

Para conocer a un autentico vestigio vivo de esta arcaica tradición, hemos puesto rumbo a Lombillo, en pleno Bierzo y donde reside Emilia Igareta, quizás la ultima espanta-tormentas española. Desde que murió su padre Antonio, hace ya 35 años, Emilia se encarga de ahuyentar las tormentas en su localidad. Esta labor la realiza recorriendo el pueblo y tocando una campana con advocación a Santa Bárbara. La preciada campana es negra y pesada, con dos agarraderas que le salen por arriba para sujetarla con seguridad. Emilia ya de avanzada edad, me recibió con recelo ante el forastero que intentaba saber algo más de esta vetusta tradición y apenas contestó preguntas, añadiendo más misterio a un ritual único y que sorprende en pleno siglo XXI. Aunque tengo constancia de que todavía se realiza hoy en día en algunas localidades de nuestra región, tocando las campanas de ermitas e iglesias con el toque conocido como 'tente nublo'.

En otros tiempos, ante esta competencia desleal de estos espanta-tormentas heterodoxos, eran los propios sacerdotes quienes se encargaban de combatir las tormentas.

Magia y religión

Es precisamente este insólito ritual el que se rememora en la localidad vallisoletana de Cuenca de Campos. El año pasado tuve oportunidad de asistir a una representación teatralizada de manera magistral por la compañía de teatro Fabularia. El fabuloso espectáculo nos hizo sumergirnos a todos los espectadores, en lo que podía ser la aproximación de una repentina tormenta a la localidad. Todo el pueblo deja sus quehaceres y se organiza en una improvisada procesión para ir en busca del cura a la iglesia. Desde allí y con Santa Bárbara al frente, todos los asistentes se dirigen al Conjuradero, donde el sacerdote, llevó a cabo todo el ritual del conjuro mediante rezos y proclamas. Con voz potente, el sacerdote finalizó este ritual y empleó para ello, entre otras, la siguiente jaculatoria: «Tente, nublo, tente. / si eres agua ven acá / si eres piedra vete allá. Detente nube maldita / que Dios puede más que tú». Un espectáculo divertido y sorprendente que merece la pena ser proclamado de interés turístico, tal y como se pretende, y que nadie debería de perderse. La cita fue el pasado 8 de agosto, donde además este año hubo un concurso de disfraces medievales, degustación de productos típicos y un espectáculo pirotécnico.

castillaoculta@hotmail.com

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