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MARÍA DOLORES ALONSO
Viernes, 7 de agosto 2009, 03:42
Estos días en que se anuncia la oferta de noches musicales para agosto, paso con la bici por la plaza de Santa Cruz y me pregunto cuándo se terminará la restauración del palacio y si se podrán recuperar en su claustro los añorados conciertos de Estival y Universijazz. Y es que las noches de verano son especialmente propicias para la mágica mezcla entre la música y las piedras que nos permite pasar por encima del tiempo, fundiendo nuestra realidad con los sonidos y la vida -transformada a mejor por la poesía- de los que construyeron esas iglesias, palacios o castillos en los que acaba de finalizar el ciclo 'Las piedras cantan'. Ahora que están cerradas las canteras de Berceruelo y que nadie quiere aprender a tallar la piedra, parece que perdiéramos el elemento básico de esa magia que pueda adecentar la imagen de nuestra vida y contársela a los nietos de nuestros nietos. Pero quizás el hormigón también sepa unirse con la música y proclamar dentro de tres siglos que, aunque éramos tan capullos para abandonar a nuestros mayores en verano, también nos preocupábamos de construir centros -como ahora en el Mercado Central- donde pudieran reunirse con sus amigos y recibir atenciones, sin tener que renunciar a la república independiente (acertada formulación del Ikea que se avecina) de su casa.
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