A. G. ENCINAS
Martes, 30 de junio 2009, 09:33
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Desde dentro del vestuario se escucha el runrún del público, que aguarda expectante. Es el Zorrilla de todos los domingos, pero suena nuevo. Desconocido. Más fuerte, más intenso que otras tardes. Fernando Redondo da las últimas consignas. «Pato, recuerda, si Tomás te coge desde el principio, te vas, te alejas. Te quiero en el otro lado, con Votava». Yáñez asiente. Javier Sánchez Valles ya le ha dado algunas pistas, como siempre. Le ha dicho lo que se va a encontrar en esa defensa acorazada del Atlético. Tomás, Julio Prieto, Arteche y Votava. Javier no juega hoy. Está sancionado. Tampoco juega Antonio Santos, que parece fastidiado después de haber jugado bastante en los partidos anteriores. Ni Pepín. Ninguno falta hoy, sin embargo. Es el día grande, el de la final. «Mirad que esto es muy importante, que podemos ir a Europa. Y fijaos lo que sería para el Valladolid ir a Europa», les decía Gonzalo Alonso, su presidente, días antes.
El vestuario huele a linimento y a hierba pegada a los tacos de las botas. La tensión sobrevive a los chascarrillos de Fortes. Empiezan las rutinas previas a un partido, esta vez más acentuadas. Moré aparece más serio que de costumbre. Fenoy está físicamente, pero su mente ya está jugando el partido. López se traga los nervios. Eusebio, a sus 20 añitos, parece tan tranquilo como un veterano. «Vamos, vamos». Hora de salir. Del vestuario hasta el césped son cincuenta metros escasos. Toc, toc, toc. Resuenan los tacos. Desde el fondo del túnel se atisba la grada, por encima de los periodistas, fotógrafos, cámaras de televisión... Hay más que otros días. La ocasión lo exige, claro. Es una final. Lo que era un runrún es ahora un ruido cada vez más alto, más denso. Ha llegado el momento. «Todos afuera», dice el colegiado.
El espectáculo les deja atónitos. No se ve ni un hueco. Más de 33.000 localidades y todas ocupadas. Cae confetti, el suelo vibra con el ruido de los aplusos y los gritos cuando salen los jugadores. Por un momento, López cree ver a Kempes a un lado y a Neeskens en el otro, con el estadio lleno de papelitos como en la final del 78.
El encuentro comienza. En el palco, Gonzalo Alonso, trajeado e impecable, comparte confidencias con Vicente Calderón, presidente atlético. El mandatario aún tiene fresca la atónita confesión de su rival hace apenas cuatro días. «Menudo repaso nos estáis dando con vuestros chavales a todas nuestras figuras», le dijo en el Manzanares en el partido de ida. Ya, pero aquello acabó 0-0, y esto es otra historia. El partido es del Atlético. Menos nervioso, con más oficio, se impone en cada parcela del campo. Tomás busca el cuerpo a cuerpo con Pato Yáñez, que intenta cumplir el mandado de Redondo y buscar a Votava. Eusebio tarda en entrar en juego, como López. Los dos más jóvenes, nada casual. Moré va sosteniendo al equipo. Ordena, sitúa, rectifica. Y empiezan los apuros. Primero es Hugo Sánchez, que por una vez se zafa del pegajoso marcaje de Richard y remata a puerta. Fenoy salva la primera.
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Al siguiente lance del mexicano, Richard le sujeta como un pulpo. «¡Vamos a jugar al fútbol!», le espeta Hugo, rabioso por tanto toqueteo. Mira al árbitro de reojo. Quiere llamar su atención. Que una amarilla le libere de semejante lapa. No hay suerte.
El descanso es un alivio efímero, porque en la segunda parte el Atlético sale más lanzado aún. Luis Aragonés y Redondo mueven los banquillos. El 'Sabio' pone en liza a Víctor, que al poco de entrar vuelve a obligar a Fenoy a convertirse en héroe. Más tarde, en el 72, mete a Pedraza. Y es precisamente Pedraza el que busca de nuevo a Fenoy, que va camino de ser el gran protagonista. En el público ya hay quien hace cuentas y le ve tirando el penalti decisivo, como en la eliminatoria ante el Sevilla.
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Mientras 'El Sabio de Hortaleza' busca velocidad y desborde, Fernando Redondo quiere calma. Recuperar el juego de las últimas semanas, de ese tramo final de Liga que les llevó a la permanencia y a enfilar la Copa como titanes. Eusebio y López, los dos más jóvenes, se van al banco y Minguela y Fortes, el revulsivo habitual, saltan al césped. La sola presencia de Fortes calentando en la banda levanta el ánimo de los espectadores, que saben que es la baza oculta. El solucionador de atascos. Sin embargo, en los ocho minutos que quedan para el final no hay tiempo de hacer mucho. Ni de revertir nada, ni de dar un golpe de efecto. Son los ocho minutos de la prudencia. Los que preceden a la posible prórroga. «Es mejor esperar y tener 30 minutos que estropearlo todo ahora», piensan los 22 jugadores. El Atlético parece seguro, confiado. Han manejado el partido, en la prórroga tienen mucho ganado. El Real Valladolid, en cambio, parece agotado. Y esa misma imagen se transmite a la grada cuando Pes Pérez pita el final. Los blanquivioletas caen al suelo, derrengados. Santiago Llorente, Aramayo, el perenne utilero Tomás Martín y todos los del banquillo salen a echar una mano. A refrescar gaznates, relajar piernas o dar ánimos. Lo que se tercie. Lo que cada uno pida. Los rojiblancos, mientras, están de pie, arracimados en torno a Aragonés, que imparte instrucciones. Da la sensación de que están más vivos, más fuertes.
Cuando Pes Pérez ordena que se reanude todo, un chispazo sacude al estadio. Algo ha cambiado. Fortes empieza su festival, el Real Valladolid recobra su juego, tiene el balón, domina. El Atlético parece aturdido. Es el momento. Gonzalo Alonso se revuelve en el palco cuando ve a Pato Yáñez iniciar la carrera. El chileno es un relámpago. Ataca por la banda con furia. Llega hasta el área colándose entre dos defensas, mientras Polilla Da Silva avanza sin quitarle el ojo de encima. El Pato alcanza el área, Da Silva ya está listo, el balón sale hacia él... Una media roja se interpone en el camino. Es Votava. Llega a despejar, pero el balón coge un rumbo inesperado. Se va hacia la portería. Pereira lo observa desesperado. ¡El balón entra! El ¡gol! del estadio, atronador, destroza gargantas y solivianta ánimos. Los jugadores blanquivioletas se abrazan, se amontonan. Se gritan. Se insuflan una fuerza descomunal, guiados por un gol que sabe a gloria, a título, a Europa. A noche mágica.
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Ungidos por esa energía desbocada, vuelven al encuentro con una autoridad incontestable. Fenoy, Moré, Gail, Yáñez, Da Silva, Richard, Aracil... Son una muralla. Hugo Sánchez está desesperado. Pedraza se pica con Minguela. El Atlético no responde. Es la hora del 'Bigotón', de Fortes. Su mostacho imponente aparece ante Pereira, que acaba de abortar una internada de Da Silva. El meta se queda petrificado cuando le ve bajar el balón y apuntar a la red. ¡Gooooool!
No hay vuelta atrás. Todo el mundo lo sabe cuando salta en su localidad para celebrar el segundo tanto del Real Valladolid. Lo saben los futbolistas, que empiezan a jugar como si sus pies no tocaran el suelo. Se sienten invencibles, indestructibles. Su rival, que dos horas antes atemorizaba, está hundido y rendido. En plena euforia, Fortes vuelve a liarla. Jaleado por el público y espoleado por el marcador, tira una pared imposible en el área, encara a Pereira y busca con un toque de exterior el segundo palo, donde aparece presto Minguela para redondear la noche con un 3-0 inapelable. El gol le cuesta a Minguela un disgusto. Pedraza, picado con él desde minutos antes, le busca y se enzarzan. Pes Pérez, que no quiere problemas, les manda a los dos a la caseta poco antes del final.
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El último pitido es solo el inicio de un rugido descomunal. Gonzalo Alonso se emociona, Redondo se aleja hacia el vestuario y Moré da un paso hacia la historia.
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