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Carlota Rodríguez, madre del presunto parricida de El Espinar. / ANTONIO DE TORRE
CARLOTA RODRÍGUEZ MADRE DEL PRESUNTO PARRICIDA DE EL ESPINAR

«Iba a matarnos por encima de lo que fuera y si mi hijo no está en casa, no lo contamos»

La mujer defiende que el joven actuó en legítima defensa cuando en diciembre acuchilló a su padrastro en una riña familiar

C. BLANCO

Miércoles, 24 de junio 2009, 10:13

Anochecía el 11 de diciembre del 2008 en El Espinar. El fallecimiento a cuchilladas de Abdessamad Bibah, de 37 años, conmociona y sacude la aparente tranquilidad del bloque residencial situado en el número 8 de la calle Primo Gila. Su hijastro, Crístofer, de 18 años, es detenido acusado de su muerte. La madre del chico, Carlota Rodríguez, no iba a ser un número más en la macabra estadística de la violencia machista. El joven se interpuso -según explica la madre- en la enésima disputa familiar, pero aquella vez el desenlace fue diferente al de otras peleas.

«El informe psicológico acredita los malos tratos», hace la salvedad Carlota antes de finalizar su relato. Fueron cerca de cinco años de vejaciones, insultos y humillaciones que acabaron en tragedia, con la vida de Bibah y con Carlota ensangrentada huyendo en busca de ayuda en el cuartelillo cercano a su domicilio. El fallecido llegó a casa esa noche «borracho como otras veces, llamándonos putas a mí y a mi hija», recuerda la mujer. La niña nació durante la relación que tuvo Carlota con un hombre italiano años antes y que tampoco ejerció de padre.

Al parecer, el desencadenante del fatal suceso fue un mensaje de móvil que recibió la chica, la mediana de los tres retoños por los que se desvive Carlota, la noche anterior. Su padrastro le interrogó por el SMS de la discordia. A pesar de intentar ocultar el contenido inocente del mensaje en el que un amigo de la adolescente le contaba lo bien que lo habían pasado unos días antes, la ira de Bibah se desató. «Le dijo a mi hija que era una puta, que tenía que irse con su padre a vivir a Italia, que los del pueblo se estaban riendo en su cara por culpa de mi hija. Yo le dije que nos separábamos mañana por la mañana. Te quedas en esta casa y me llevo a mis hijos para que no vivan mi calvario».

No valió de nada. Una vez más, el fallecido no aceptó la idea de que su mujer se alejara de sus dominios. Carlota reproduce cómo Bibah despidió a su hijastra cuando la mañana del suceso la llevó al instituto: «ya has provocado una tragedia en tu casa». Para la madre no hay lugar a dudas: «iba matarnos a mí y a mis hijos por encima de lo que fuera; y si mi hijo no está esa noche en casa, no lo contamos ninguno».

«Tantas burradas»

Carlota repite que ese 11 de diciembre del año pasado «sabía que me iba a matar». La mujer relata cómo el fallecido llegó «borracho, echó el cerrojo y se metió las llaves al bolsillo, cosa que nunca había hecho porque solía dejarlas puestas». «Me dijo tantas burradas... se metió con mi familia y los niños lo oyeron todo». Ante este panorama, Carlota indica que instó a su hija a que se fuera al cuarto. El pequeño de la familia, fruto de su relación con Bibah, descansaba ya en la habitación. Entonces se desencadenó la tormenta.

«Me dijo que me iba a cortar la cabeza y que la iba a llevar a la Guardia Civil; que me hijo Crístofer iba a verme muriendo ensangrentada porque me iba a sacar las entrañas y se iba a comer mi corazón», recuerda Carlota. «Trató de estrangularme dos veces -añade-; la segunda vez que lo intentó fue cuando mi hijo intervino». Carlota señala que su atacante cogió un cuchillo de la cocina, pero que se le resbaló, posiblemente por culpa de la borrachera que llevaba, precisa. Al ver el arma en el suelo, Crístofer lo alejó de una patada hasta el vestíbulo, donde el fallecido continuaba forcejeando con Carlota. «Me decía que se iba a tirar por el balcón con nuestro hijo». Entre las amenazas, el primogénito logró que su padrastro soltara a su madre, que no podía zafarse. «Era un hombre robusto, que sabía artes marciales», dice. El desenlace de la pelea, el trágico final ya conocido.

Los más de seis meses transcurridos desde aquella fecha han anestesiado su rabia y su impotencia, aunque no podrá borrar de su memoria las imágenes «brutales» del 11 de diciembre del 2008. El tiempo le ha devuelto la libertad -dice con sonrisa aliviada-. Ahora se refugia en los servicios sociales y en el apoyo psicológico que ella y sus hijos están recibiendo para aprender a vivir sin miedo.

A la espera del juicio

Su prioridad es el bienestar de sus retoños. Crístofer, el mayor, es fruto de una corta relación que mantuvo con un americano. El joven aguarda en la cárcel de Segovia a que anuncien la fecha del juicio.

Carlota comenta que el fallecido parecía que quería «quitarse de enmedio» a su primogénito. La madre cree que era una cuestión de «celos».

«Está deprimido y desesperado», al preguntarle por el ánimo de su hijo. Todos los domingos habla con él y cumple a rajatabla los dos vis a vis mensuales que aprovecha para «abrazarle». Ni ella ni el propio Crístofer entienden por qué ha de estar en la cárcel. Carlota clama que su hijo actuó el «legítima defensa». Lo hizo «para salvarse a sí mismo, para salvar a su madre y a sus dos hermanos pequeños que estaban puerta con puerta» cuando ocurrió la tragedia. «Si esto lo hace en otro país, no estaría en la cárcel», lamenta.

«Un infierno»

Carlota cruza los dedos porque confía en empezar a trabajar pronto. De momento, busca hogar fuera de El Espinar. En su casa, la que compartió con el fallecido, ya no aguanta más, aunque la compañía de una de sus hermanas le ha ayudado a combatir los fantasmas. Ha cambiado de lugar los muebles, cualquier pequeño detalle le ayuda a intentar borrar aquel «calvario» de convivencia. «Fue un infierno», repite una y otra vez. Pese a ese dolor por los malos tratos que ahora denuncia, «me siento una viuda», como si hubiera muerto cualquiera de las dos parejas que tuvo antes del marroquí.

De arrepentirse de algo, reconoce lamentar «no haber sido capaz de denunciarle». Como otras víctimas de la violencia machista el miedo le atenazó durante años. Los primeros seis meses con Bibah fueron «muy bonitos, bebía, comía jamón, era muy abierto para ser árabe, culto, inteligente, había viajado mucho y sabía francés, árabe e italiano». Le conoció entre el verano y las navidades del 2003. Todo fue muy rápido. A principios del 2004 comenzaron la convivencia en pareja. «Me enamoré hasta la médula y eso posiblemente lo mal usó». El hecho además de quedarse embarazada condicionó aún más la unión. Pero los problemas no tardaron en llegar.

En el verano de hace cinco años, la pareja tiene la primera bronca cuando el fallecido le increpa por unas fotos antiguas con unas amigas, explica Carlota. Las dudas comienzan a asaltarle. Ya no era el hombre del que se enamoró. «Tenía mil caras», dice. Después, en las vacaciones, las disputas en su viaje a Marruecos son constantes e intenta volver a Madrid con su hija. «Estaba asombrada porque no entendía de dónde había salido ese carácter».

En septiembre del 2004 se trasladaron a El Espinar. Y todo se estropeó definitivamente. «Empezó a beber mucho más; las tardes y las noches estaba por ahí». Era un hombre que «sabía perfectamente lo que hacía y me hacía ver que era muy abierto; pero esta apertura, con los meses, era falsa».

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