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MARÍA DOLORES ALONSO
Viernes, 19 de junio 2009, 03:27
A mis pies, un Alvia reducía velocidad para entrar en la estación del Campo Grande; y yo le imitaba, para tomar -sin caerme de la bici- cada uno de los recodos de la rampa que cruza las vías desde el camino de la Esperanza hasta el solitario Parque las Norias, uno de los más bonitos de Valladolid.
Mi meta era contemplar ese chalet de la entrada que dentro de poco servirá de sede a la Fundación Jorge Guillén, y mirar de reojo el resto del parque, con el interrogante del miedo: cuánto habrán destrozado esos cuatro 'artistas' del botellón a los que la policía sorprendió hace una semana arremetiendo, con pico y pala, contra las paredes de la fábrica.
Ya sea por el sol que brillaba esa tarde, por la sensación de normalidad de un decorado compuesto por cuatro ejecutivos almorzando bocata y coca-cola a la puerta de las pistas de pádel, o por haber entrado desde el Camino de la Esperanza, pero esta vez he recuperado el optimismo respecto a la supervivencia del Parque. Optimismo también por la Fundación Jorge Guillén que allí se instalará y por la solidez de su trabajo; es como ese pozo artesiano -título de la novela inacabada de Rosa Chacel cuya edición está preparando su director, el poeta Antonio Piedra- que mana sin necesidad de norias, porque tiene la fuerza en el interior.
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