Cape Palliser, las antípodas
Al otro lado que ocupa Valladolid en el mundo hay océano, un faro y focas. Es la punta más al sur de la isla norte de Nueva Zelanda, el lado contrario de la Tierra
SONIA DE VIANA
Domingo, 7 de junio 2009, 03:07
Al otro lado del mundo que ocupa Valladolid hay océano, un faro y hasta focas. Se llama Cape Palliser y está en la punta más al sur de la isla norte de Nueva Zelanda. Exactamente, el último trozo de tierra en el lado contrario de la Tierra. El exacto punto contrario del mundo. ¿Han pensado alguna vez cómo serían sus antípodas? Pues en el caso de Valladolid el lugar es, además, su antítesis.
Una vez halladas las coordenadas -nada de sextantes; Google es mucho más efectivo-, aparece el nombre de Cape Palliser, un cabo marino incrustado en el Océano Pacífico, el último trozo de tierra antes del Polo Sur. Está a 70 kilómetros en línea recta, pero el doble por carretera, de Wellington, la pequeña capital de Nueva Zelanda, a su vez antípoda de Alaejos. Es la punta más extrema al sur de la isla del norte de las dos que forman el país, unos 2.600 kilómetros más abajo que Australia. Y a 6.378 de Valladolid. Justo en la otra mitad del mundo.
Cómo ir hasta allí. La primera parada obligatoria es el centro de información turística de Wellington. No se aconseja pasar la mañana de jet lag ante el mostrador tratando de conjugar horarios y precios de trenes, ferrys, aviones, buses, albergues, ciudades, viñedos, tours, cambios horarios de estación Porque tampoco hay autobuses, ni trenes ni mucho menos un flamante AVE que llegue hasta allí. No hay más remedio que usar un vehículo privado. Que se elija alquilar un coche, una caravana o una bicicleta ya es opción de las preferencias de cada quien. O, puestos a no conducir ágilmete por la izquierda -es decir, lo contrario a Valladolid y al resto del mundo excepto las ex colonias británicas como ésa-, alquilar un conductor. Y ya que estamos sobre ruedas, ¿por qué no de una moto Harley Davidson?
Hay un club en las llamadas Blue Mountains, localidad de Silverstream, cerca por tren de Wellington, que organiza tours turísticos pero sin autocar, con casco, y te prestan hasta la cazadora; va incluido en el (no barato) precio. Sólo hay que llegar a un acuerdo telefónico -mejor si lo cierran en inglés autóctono desde la oficina de turismo- y rogar al cielo, cual campesino de libro del ilustre paisano Delibes, para que no llueva o sople un viento exacerbado, algo característico de la zona.
El camino, sin Delibes. Para llegar, en moto o andando, se atraviesan las tierras de viñedos del 'condado' de Martinborough, en la zona de Wairarapa. Desde hace escasos diez años es cada vez mayor la atención vinícola de la región austral. La última indicación de la carretera nacional que bordea parte de la costa para tomar el desvío a Cape Palliser, queda a 37 km de éste. Y en la encrucijada, otra señal advierte: 'Carretera sin retorno'. No es un mal augurio, es que es verdad: la carreterilla termina allí, después de haber sido atravesada por una riera que le ha costado la vida a alguna, y de haberse convertido en simple pista de grava por los desprendimientos de la montaña rocosa. Y termina en una alambrada con un letrero más rural que advierte de la propiedad privada del terreno siguiente. Algo así como a ponerle puertas al campo. Al tener que dar la vuelta en la rotonda de arbustos se atisba una decrépita escalera de madera con 250 peldaños repintados de blanco y una nueva advertencia -»Úselos bajo su propia responsabilidad»- que llevan a un faro. El faro está allí arriba desde 1897, siglo en que contabilizaron 20 naufragios en esa zona, pero no hay farero solitario desde 1986; una luz automatizada realiza el trabajo cada 20 segundos. Desde el promontorio, si el día está bueno, se alcanza a ver la costa de la isla sur neozelandesa. Y justo el otro lado del monolito rojiblanco es el lugar preferido de la mayor colonia de focas de la isla del norte de Nueva Zelanda para aparearse.
'Urbanización'. Cinco kilómetros antes -o después, según se vaya o vuelva, y con apenas media docena de viviendas desparramadas en ellos-, se halla la única agrupación vecinal del lugar. El nombre suena africano y es de origen indonesio: Ngawi. Ngawi es una pequeña localidad de apenas un centenar de algo que, de haberse situado en 'Costa Viana' o 'Costa Simancas' habrían sido chalets, pero que en esa parte de Oceanía hay que denominar simplemente casas. Casitas de madera de desvaídos colores mirando, todas, al mar, que ocupan a diario no más de 40 personas, aunque en verano y los escasos fines de semana que hace buen tiempo llegan a alcanzar las 300 almas. Una curiosa y colorida flota de bulldozers -más curiosa la estadística wikipediana: la mayor densidad de bulldozers por habitante en el mundo-, algunos de llamativos colores y con nombres propios, arriba cada día las 20 o 30 barcas de los pescadores de Ngawi a su playa de arena volcánica. No hay muelle y sí rocas escondidas bajo el agua, y el mar suele estar bastante picado por el viento.
¿Por qué ir hasta allí? A Nueva Zelanda se suele viajar por naturaleza y deportes de aventura (o, ahora, por se un fanático de 'El Señor de los Anillos', cuya trilogía cinematográfica se rodó en sus tierras), pero el motivo, o los motivos, para hacer un viaje tan atípico como bajar hasta las antípodas de uno -y en una moto Harley Davidson, para más inri- ya son cosa de cada cual. En cualquier caso, y una vez atisbadas las maravillas neozelandesas de la zona, la auténtica atracción de ir hasta Cape Palliser, si se es vallisoletano, es sentir que no se puede llegar más lejos. Bastan unos minutillos mirando el Pacífico océano para caer en la cuenta de que, si se diera un paso más, se estaría empezando a dar la vuelta al mundo.
Tierra de vinos Separados por la mitad del mundo, hay algo, sin embargo, que une a la provincia de Valladolid con la región neozelandesa de Wairarapa, donde se halla Cape Palliser. El vino de la zona ha ganado fama y premios con su uva Pinot Noir, y las cepas se extienden por kilómetros de viñedos. Sólo en la calle principal de la localidad de Martinborough hay hasta 25 vinotecas. Llevan desde 1970 fabricándolo. La industria se desarrolló en a finales los 80, y diez años después exportaron 16,2 millones de litros a 50 países, lo que supuso un ingreso de 55 millones de dólares estadounidenses.
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