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Carlios Álvaro
Domingo, 7 de junio 2009, 14:33
«Resguardado del norte por las altas casas construidas sobre la muralla, con el hermoso panorama de la Sierra Carpetana, bien dispuestas sus separaciones y con árboles de sombra, es el punto de reunión de la sociedad segoviana en las soleadas tardes de invierno y en las frescas noches estivales. Un templete para la música, adosado al muro, bancos de piedra y postes para la iluminación completan su decorado».
La descripción es de Mariano Sáez y Romero, prestigioso abogado y escritor segoviano dotado de gran sensibilidad, que vivió a caballo entre los siglos XIX y XX. En su libro 'Las calles de Segovia', de 1918, recrea los rincones más bellos de la ciudad, entre los que figura el Salón de Isabel II, como no podía ser de otra manera. Sáez desvela que, en esos momentos, el Salón tiene un templete para la música, semejante al de la Plaza Mayor, adosado al muro, numerosos bancos y farolas.
Puede pensarse erróneamente que esta coqueto espacio estaba entonces reservado al solaz de las clases de la llamada 'buena sociedad', pero pocos lugares han sido tan vividos y sentidos por el pueblo llano como el Salón, escenario predilecto del Carnaval callejero, el más transgresor de todos, que en las mañanas de febrero llenaba el paseo de disfraces, charangas y juegos. Los domingos y martes de Carnaval, las comparsas y carrozas desfilaban por el paseo del Salón, y el público presenciaba el caótico espectáculo sentado en unas sillas que disponía el propio Ayuntamiento. Los gremios y sociedades obreras asumían la organización de las comparsas, que iban acompañadas de rondallas y entonaban versos satíricos contrarios al poder valiéndose de melodías muy conocidas.
En el buen tiempo, el turno era para la música que animaba la terraza del mítico Café de la Unión, que organizaba bailes y conciertos alrededor del quiosco, la mayoría de ellos a cargo de la laureada banda de la Academia de Artillería; y, por supuesto, de las verbenas de la Feria de San Juan, en el inicio del verano, con música de organillo incluida, barracas de feria y ese olor tan característico y popular de los churros y buñuelos de viento. Alboreaba el siglo XX y el Salón, ese balcón de la ciudad vieja situado entre los postigos del Sol y de la Luna, era el paseo de Segovia por excelencia. Pero, ¿de cuándo este espacio? ¿Cuál es su historia? ¿Tiene valor histórico, patrimonial? Veamos.
El Salón comienza a cobrar su aspecto actual a finales del siglo XIII, cuando la Sociedad Económica Segoviana de Amigos del País, una de las instituciones más importantes y benefactoras que ha tenido esta ciudad, decide acondicionar y adecentar la ladera del Rastro, montículo de tierra adosado a la muralla donde en siglos anteriores se descuartizaban los corderos para su consumo. Allí mismo se vendían los despojos y 'rastros' de estos animales, de ahí el nombre.
En 1786, la Sociedad Económica presupuestó 6.000 reales para dar comienzo a la obra, y en 1788 la explanada ya había sido nivelada y tenía casi terminados los dos tramos de bajada, que confluían en las riberas del Clamores. El acondicionamiento de este espacio estuvo también vinculado al trazado del llamado Paseo Nuevo o Paseo de las Charcas (futuro de Ezequiel González), también concebido por los Amigos del País, que obligó a tender un puente sobre el río Clamores (el de Sancti Spiritus) y a rellenar un inmenso hoyo existente en la subida hacia la carretera de Madrona. El objetivo era abrir en línea recta un camino que condujera a las explanadas de la Dehesa. Llama la atención la visión de futuro de la Sociedad Económica, pues el Paseo Nuevo, ampliado a finales del siglo XIX, acabaría convirtiéndose en el corredor más idóneo para alcanzar la estación de ferrocarril, construida en 1884, y con ella, el tren del progreso.
El Salón como tal
El Rastro comenzó a llamarse 'Salón de Isabel II' en 1835, en homenaje a la nueva reina, que acababa de cumplir los cinco años de edad. Ya por aquel entonces era una zona arbolada, pero todavía no tenía las dimensiones actuales. Cuenta Juan Manuel Santamaría en su libro 'El cinturón verde de Segovia' que en 1846 se pusieron fuentes, se plantaron rosales, se colocaron bancos y se realizaron obras en la Puerta del Sol. También en 1859 se trajeron árboles de Madrid para realizar una nueva plantación y en lo sucesivo se esbozaron numerosos proyectos para ampliar la explanada y mejorar las bajadas a San Millán, especialmente la del Juego de Pelota, que desembocaba en la actual calle de San Millán, lugar donde en la segunda mitad del XIX hubo una rudimentaria instalación para jugar a la pelota.
No todas las intervenciones decimonónicas fueron respetuosas con el patrimonio de la zona. Ni mucho menos. En 1868 se derribó la Puerta del Sol y unos años después, la de la Luna, ambas felizmente reconstruidas en la década de 1990.
Los rellenos
La reforma de más calado fue la que el arquitecto municipal, Joaquín Odriozola, ejecutó a finales del XIX. En 1886, el Ayuntamiento aprobó el proyecto de ensanche y mejora del paseo, que descansa en el Archivo Municipal de Segovia. En la memoria descriptiva el arquitecto señala la necesidad de acometer la reforma: «La acumulación sucesiva de escombros durante muchos años sobre la gran ladera del Mediodía de la ciudad entre las llamadas Puertas del Sol y de la Luna, ha formado una meseta que sirve de paseo en toda época del año, pues reúne una magnífica orientación y agradable paraje al estar muy próxima al centro de la población; pero estas buenas condiciones exigen obras de amplitud, fácil acceso y belleza de que ciertamente carece».
Después de darle muchas vueltas, Odriozola propuso rebajar un metro el terreno, con la correspondiente tala de arbolado, y la construcción de una escalinata que conllevaba el ensanche del paseo y su mejor comunicación con el barrio de San Millán.
La intervención no fue fácil. El arquitecto se vio obligado a construir un muro de contención para evitar desprendimientos en un talud de aluvión, formado a partir de la acumulación de escombros procedentes de todo tipo de derribos. El propio Odriozola lo relata en el proyecto cuando recomienda el tipo de arbolado que debe acoger el paseo tras las obras: «Siendo el terreno puramente de escombros vertidos en la primitiva ladera, no hay terreno firme sino á una gran profundidad», por lo que «considero lo más conveniente la plantación de un buen seto vivo de acacia o álamo negro».
A finales del siglo XIX quedaron, pues, definidas las proporciones y el aspecto que el paseo del Salón posee en el presente, porque después ya no ha habido grandes intervenciones, salvo las requeridas en las fachadas de los edificios tras los incendios del convento del Corpus, en 1899, de parte del caserío de la zona, en 1920, y del inmueble que albergó el Casino de la Unión, en 1977.
Quizá la próxima modificación llegue propiciada por la excavación del aparcamiento, proyecto que exige un profundo y comedido estudio geológico y paisajístico antes de ser ejecutado. Posiblemente, nadie pueda remediarlo, pero la prudencia y el respeto al legado histórico aconsejan dejar el paseo del Salón tal y como está, como todos lo hemos conocido.
Domingo, 21 de junio:
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