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DOLORES ALONSO
Viernes, 15 de mayo 2009, 02:53
Me lo encuentro siempre al empezar el parque Ribera de Castilla, junto a la verja del seminario. Ladra con saña, se acerca amenazante a mi tobillo derecho y escolta mi pedaleo mientras paso cerca de su familia: una anciana en silla de ruedas, acompañada por hijos, nueras, yernos y un par de vecinos que se han parado a charlar.
Él fue quien me hizo fijarme más en la gente de este parque: los chavales que patinan en la pista de abajo y los jóvenes que muchas tardes aporrean tambores con ritmos africanos mientras corredores en chándal miden en zancadas la largura del Pisuerga. Un poco más adelante, las risas con mil acentos sudamericanos de los más pequeños en los juegos y las partidas de mus de mayores tras la merienda en la chopera.
En la calle de la Rábida, donde entrarán los de la Victoria, algunos se desvían hacia las terrazas de las plazas colindantes; otros siguen el paseo y reciben, junto a la desembocadura del Esgueva, a quienes vienen bordeando su cauce desde la Pilarica, para continuar hasta la ronda norte entre las pandillas de perros que retozan en la hierba y los partidos de fútbol en los campos del Soto de la Medinilla.
Sería bueno poder reflejar todo este bienestar en un estudio estadístico y colocarlo, frente a los datos de tráfico, en el otro platillo de la balanza.
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