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JAVIER PRIETO GALLEGO
Viernes, 8 de mayo 2009, 03:03
C uando la primavera estalla lo hace como puede verse estos días allá por donde los ríos Pirón y Viejo juntan sus aguas. El paisaje es tan idílico como el de las poesías de amor lamigoso: un río tranquilo con sus sotos ribereños y sus molinos, sus pequeñas cascadas, sus remansos, sus pozas de aguas tranquilas que espejean a quien se asoma, árboles centenarios, praderas verdes y un millón de margaritas, pajaritos, sombras frescas y un senderín que va recorriendo el fondo de un ancho cañón, a cuyas paredes se asoman más agujeros que margaritas. ¡Ah, y un puente medieval al que sólo le falta un caballero espada en ristre al otro lado obligándote a jurar que su amada es más bella que Blancanieves y sus hermanastras juntas!
Así las cosas tampoco resulta un sorpresón descubrir que todo ese entorno natural, el que media entre las localidades segovianas de Peñasrubias de Pirón y Losana, fuera el escogido por las sucesivas generaciones de hombres primitivos que entre el Neolítico y la Edad de Bronce hicieron de la cueva de La Vaquera su casita en el campo, un lugar perfecto con vistas al valle, amplios salones, fácil de resguardar, soleada y un jardín con tantos metros cuadrados como cada cual fuera capaz de defender. Lo mismo, más o menos, que debieron de ver en la Edad Media los ermitaños que llegaron al Pirón para colonizar los agujeros de las paredes calizas convirtiéndolos en nichos habitables desde los que dedicarse a la oración o la vida contemplativa, lo cual bien mirado, y dada la belleza de lo que se contempla desde ellos, tampoco parece cosa de mucho mérito. Claro que no todo fue siempre por aquí tan apacible. De hecho, durante el siglo XIX también vieron posibilidades al sitio un grupo bandoleros que tomó por suyo tanto recoveco y cueva, escondrijos perfectos para burlar a la sagaz Benemérita que, mediado ese siglo, no daba abasto con tanto malandrín como se echó al monte para vivir del saqueo. Uno de los más famosos de toda la provincia de Segovia fue Fernando Delgado Sanz, natural de Santo Domingo de Pirón, conocido como El Tuerto de Pirón.
El comienzo de este paseo tan tentador tiene un prólogo de lujo en la visita a la ermita de la Octava, solitaria joyita románica que despunta sobre un cerro a las puertas de Peñasrubias. Por la parte alta del pueblo, saliendo hacia Cabañas de Polendo, tras dejar a un lado el desvío hacia ese pueblo y algo después otro que se va hacia una granja, se localiza el sendero (N41 05.554 W4 04.875) señalizado sólo en dirección a Peñasrubias, pero que tomado al contrario arrima a las orillas del río justo a la altura del arruinado molino de Covatillas. Río arriba, la senda fluvial conduce, en 700 metros, hasta el bello puente medieval que salva el Pirón a la altura del caserío de Covatillas, pequeño emporio del siglo XVIII perteneciente a los marqueses del mismo nombre. Sin cambiar de orilla, un poco más allá del puente sorprende una original fuente que deja escapar su agua por la boca de siete fieros leones, guardianes del escudo nobiliario que queda, medio borrado, en medio.
Sin pérdida
El paseo prosigue sin pérdida por esa orilla hasta alcanzar la ermita rupestre de Santiaguito (N41 04.962 W4 03.656), en mitad del paredón de caliza y en una zona donde se han localizado otros refugios de ermitaños. Desde ella hay que volver a la base del cañón y proseguir río arriba por el sendero hasta localizar el puente de madera (N41 04.866 W4 03.393) que permite pasar a la otra orilla para iniciar el tornaviaje. Ya aguas abajo, a 400 metros del puente se localiza la boca de la cueva de La Vaquera, en cuyo interior se han encontrado restos de hombres que la habitaron desde el Neolítico hasta la Edad del Bronce. Después el sendero lleva hasta otro puente de madera por el que toca salvar el cauce del río Viejo para remontar su orilla izquierda en busca de la cueva de La Mora (N41 05.016 W4 02.954). A su localización concreta, abierta en lo alto de la pared caliza, ayuda un panel informativo en el que se da cuenta de que fue usada como habitáculo eremita con tumba incluida. Aunque no se ve la entrada, lo que sí es visible desde el panel es el ojo que hace de balcón sobre el valle. El paseo junto al río Viejo puede proseguir valle arriba hasta la empinada subida sobre la que se encuentran las ruinas del Corral de Máximo (N41 05.197 W4 02.189). Su nombre hace referencia a un soñador que en los años cincuenta del siglo XX no pudo resistir el embrujo del lugar, hasta el punto de aprovechar una cueva para construir su casa, hoy un cúmulo de ruinas melancólicas que dialogan con los almendros que plantó en su día.
Desde aquí el camino se desanda casi hasta la desembocadura del Viejo en el Pirón para bordear por alto el campo de labor que hay junto al puente y, caminando por la orilla derecha del Pirón, salvar el puente medieval de Covatillas para regresar a Peñasrubias por el camino sabido.
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