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La Nydeggkirche, una de las emblemáticas agujas en el casco antiguo de Berna, vista desde la terraza del restaurante Rosengarten. / FOTOS: ROCÍO BELASCO
VIDA Y OCIO

Berna, ciudad de cuento

Cuando llega la primavera a la capital de Suiza, el deshielo descubre una ciudad que parece haber surgido del bosque, un paisaje alpino que transmite belleza, serenidad y admiración

JUAN M. AMORÓS

Sábado, 2 de mayo 2009, 03:07

Hay algunos raros lugares en los que parece que el tiempo se haya sentado tranquilamente a tomarse un respiro. Y no es que no transcurra, sino que lo hace de manera más lenta y lo impregna todo de una tranquilidad -que no indolencia- que seduce provocando sensaciones de paz y bienestar e invita a la contemplación.

Uno de estos apacibles y afortunados lugares es Berna, la capital administrativa de Suiza, un ejemplo perfecto de arquitectura y urbanismo integrados al cien por cien en el paisaje. Al contemplar Berna por primera vez se diría que la ciudad ha brotado de la tierra de la misma forma que los árboles que la rodean; y las casas, los edificios, han crecido poco a poco de la misma manera que crecen las setas alrededor de los árboles en el lecho del bosque. Esta ciudad encantada es una mezcla armónica del verde del bosque, el tajo turquesa del Aare, el río que blandamente se desliza por la capital, y el rojo amarronado de los tejados de sus casas.

Otro atractivo de esta peculiar ciudad es el aroma a cuento infantil que se respira en las calles que forman el casco viejo. Un paseo por los limpios y sombríos soportales de la ciudad o por las callejas desordenadas, a veces laberínticas, de ese centro urbano, trae a la memoria esos escenarios de los hermanos Grimm donde uno espera encontrar a una anciana sentada ante la rueca, con un huso en la mano, dispuesta a embrujar a la primera joven que traspase el umbral.

Puertas de maderas oscuras, vigas que se entrecruzan sobre las fachadas de los edificios, y esos tejados de piedra lisa y ángulo imposible que evoca la presencia de la nieve alpina invernal, terminan de dar esa impresión de cuento medieval, de castillo encantado, diametralmente diferente al aspecto arquitectónico y organizativo del urbanismo medieval español. Este pacífico escenario, sin embargo, es el marco para una población activa, eficiente y hospitalaria que llena de vida las calles de la ciudad.

Es imperdonable viajar a Berna y no detenerse a tomar un café en una terraza de la Kornhausplatz (plaza del almacén de cereales). Este lugar, auténtico centro comercial y de comunicaciones del casco antiguo de Berna, es parada obligada, ya que en el centro de esta antigua plaza destaca la fuente del Kindlifresser (El comeniños). Este curioso nombre se debe al motivo central de esta fuente pública, una especie de ogro policromado comiéndose tranquilamente a ocho niños, que con caras despavoridas aguardan aterrorizados su negro final. No está claro el porque ni los motivos de este chocante motivo ornamental, pero, en una ciudad de cuento de hadas, como Berna, realmente no es algo que no deba esperarse.

Mercado al aire libre

La primavera y el verano aportan una dimensión turística y colorista diferente a la capital alpina. Desaparecidos los hielos del invierno y colgados los esquíes en los trasteros, las gentes de Berna parecen reaccionar a la luz de la primavera y la ciudad comienza a vivir en la calle. Uno de los distintivos de este despertar es el mercado, que toma al asalto las calles, callejas y soportales del centro.

Cientos de cajas de verduras se apilan al borde de la carretera mientras los vendedores vocean su mercancía, tratando de captar la atención de los miles de compradores o curiosos que disfrutan del paseo por entre los puestos de venta. Frutas exóticas que nadie se explica cómo han llegado a esas tierras alpinas. Quesos llegados de todos los valles suizos. Al lado de los ementales, los gruyeres, los bries, los cheddars y otras 20 ó 30 especialidades más que, sin embargo, palidecen ante la variedad del pan que, calentito, se vende en el mercadillo. Más de 30 especialidades diferentes he llegado a contar. Desde los famosos prätzels (lazos salados) hasta los panes oscuros de centeno integral. Embutidos de todas las clases imaginables. Destaca la zona de la artesanía, en la que se venden jabones con hierbas de la montaña, zuecos de madera, bálsamos aromáticos, hierbas medicinales, juguetes de madera y, parada obligada, todas las variantes posibles de relojes de cuco, uno de los productos más típicos de estos valles alpinos, que inundan el aire de sonidos hora a hora.

Una recomendación

Comer en Berna no es un problema. La cocina suizo-alemana es apetitosa, exquisita y nutritiva, pero es obligatorio, si se va a Berna, parar a comer en el restaurante Rosengarten (jardín de rosas), que, además de una cocina moderna, exquisita y de calidad, ofrece el atractivo de sus inmensos jardines, con una increíble variedad de rosas cultivadas y su localización, en medio de una agradabilísima arboleda sobre una colina desde la que se ofrece una extraordinaria panorámica sobre la ciudad de los cuentos.

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