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MARÍA DOLORES ALONSO
Viernes, 3 de abril 2009, 03:16
Até al manillar una cinta negra con las iniciales del ciclista de Medina recién fallecido en el Clínico, y comencé a pedalear camino del trabajo, sintiendo la fragilidad de la vida junto al frío de las mañanas que han vuelto a ser de invierno. En esta semana, en la que cuerpo y cabeza luchan para adaptarse a las convenciones horarias, encuentro un regalo inesperado en el Palacio de Santa Cruz: el Muva y la Fundación Jiménez-Arellano exponen una selección de terracotas chinas de las dinastías Han, Tang y Ming (más de veinte siglos de trayectoria), que nos hablan, con su belleza estática, de las costumbres y de la vida de un pueblo regido por la sabiduría de Confucio y por los principios religiosos del taoísmo y del budismo.
Imbuida por estas imágenes, veo en la vida de la ciudad el yin y el yang, ese juego de dualidades y contrarios que se integran, absorben y transforman. Junto al frenesí de las obras -segunda fase de la avenida de Salamanca y soterramiento del ferrocarril-, veo a los mayores en sus huertos de INEA, cultivando en la tierra esa amistad con los orígenes y lo inmutable.
Y junto a la transformación futura del nuevo complejo ferroviario, me parece ver a Andrés Coello trabajando para recuperar la Fuente de la Fama, con la misma perfección de la caligrafía china.
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