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La enseña albanesa está siempre unida a la kosovar./ VISAR KRYEZIU-AP GRÁFICO: DANIEL GARCÍA
MUNDO

Kosovo, el vértigo del año dos

Tras la resaca de la independencia, el nuevo país afronta un futuro difícil, agravado por la recesión y un estatus jurídico incompleto

ÍÑIGO DOMÍNGUEZ

Domingo, 22 de febrero 2009, 02:11

Pasada la fiesta del 17 de febrero, primer aniversario de la declaración de independencia de Kosovo, cientos de albano-kosovares regresaban a casa. No a su tierra, sino a Suiza, Alemania u otros países, donde viven unos 400.000, una quinta parte de la población. No pudieron. El pequeño aeropuerto de Pristina estaba cerrado por la nieve. Se abrió el día 19. En un vuelo a Zurich familias enteras volvían a la realidad. Los jóvenes mostraban en el móvil imágenes de la fiesta en Pristina. Los niños llevaban bufandas azules y amarillas de Kosovo. En el silencio del avión eran recuerdos para otro año duro, enviando dinero a casa. No se come de independencia y banderas. Por otro lado, tenían tres tipos de pasaportes: de Kosovo -reconocido' sólo por 54 países-, los anteriores de la administración de la ONU (UNMIK) y los de Yugoslavia. El país que dejan atrás no es algo sólido, es un ente en formación.

Esta semana había en Pristina una mínima parte de los periodistas de hace un año, y habrá que ver cuántos acuden el 17 de febrero del 2010. Kosovo entrará en el olvido de los pobres y, salvo nuevos choques étnicos, quizá empiece a ser noticia por sus conflictos sociales. El Gobierno de Hashim Thaci intenta seguir viviendo de la retórica de la independencia, pero la oposición ya está en la fase siguiente, denunciando que nada funciona, y los ciudadanos afrontan un día a día durísimo. Esos albañiles, mecánicos, camareros, taxistas kosovares desperdigados por Europa y Estados Unidos sostienen media economía de Kosovo, un país con el 45% de paro. Con sueldos de 250 euros, es vital tener un pariente en el extranjero. Y algunos se están quedando sin trabajo por la crisis mundial.

La otra mitad de la economía se alimenta de las organizaciones internacionales. En la nueva misión civil europea EULEX, que toma el relevo de la ONU, hay 1.650 puestos para personal local. Por otro lado, los 1.900 policías y magistrados europeos alquilan pisos, ocupan hoteles, compran en tiendas, comen en restaurantes. La mayor misión civil de la historia de la UE es la última pieza de una gigantesca presencia burocrática internacional. Una década de ONU, 11.000 empleados y 15.000 soldados de la OTAN (KFOR). Y también el compromiso internacional puede verse afectado por la crisis. La última inyección es de 1.200 millones hasta el 2012. Es ya un lugar común decir que la fortuna invertida estos años en Kosovo no se ve por ningún lado y hay un buen modo de comprobar que el optimismo del Gobierno de Pristina es pura fachada. Drenica es la zona más pobre del país más pobre de Europa. Si algo debe mejorar es ahí. Además, es la tierra del primer ministro, Hashim Thaci. Si algún sitio conoce y debe cuidar es ése. Por último, es la cuna del UÇK, la guerrilla kosovar, el mito bélico en el que se funda el nuevo país. Si algún lugar merece un esfuerzo sería éste. Pues bien, no ha cambiado nada. «Yo me fui en el 2004 a Italia, sin papeles, trabajé de albañil, volví en el 2006 y todo seguía igual. Hoy todo sigue igual», lamenta Gjergj, un joven de Polac. Trabaja de vigilante, 150 euros al mes. Kosovo es el país con más jóvenes de Europa, cada año entran 30.000 al mercado laboral. Es un potencial enorme, porque se mueren de ganas de trabajar y hacer fortuna, pero sólo encuentran frustración.

Depresión

La doctora Shukrije Statovci es jefa del departamento de Psiquiatría del hospital universitario de Pristina y trabaja en él desde el fin de la guerra. Señala que en esta década los casos de depresión y desórdenes psicosomáticos aumentan progresivamente. «En la guerra te preocupas de sobrevivir y estás contento de estar vivo, pero luego te enfrentas con una realidad dura, el desempleo, la falta de esperanza», razona. Ella misma cobra 399 euros y echa ahí 12 horas todos los días, con escasa inversión del Gobierno. Está especialmente preocupada por los adolescentes. Luego, saca la tabla de suicidios. Del 2000 al 2006 crecieron de 41 a 63. El 44% eran jóvenes menores de 30 años. Pero la doctora Statovci no se rinde, gente como ella también es el futuro de Kosovo.

El corazón de Drenica es Skenderaj y allí al lado, en Prekaz, se encuentra la casa de Adem Jashari, héroe y mártir para los kosovares, criminal para los serbios. Es un lugar siniestro, porque se conserva su casa tal como quedó tras el ataque serbio que en 1998 acabó con él y su familia, 58 personas. Al lado hay una explanada conmemorativa. 'Bac, u kry!', es el lema de los carteles con su efigie. 'Bac' es un apelativo respetuoso de los mayores, algo así como 'tío', y el resto significa 'está hecho'. Se refiere a la independencia, pero en realidad ahora empieza todo. No hay nada hecho.

Frente al mausoleo se detiene a hablar Xheladin Rahadani, de 54 años, aunque aparenta dos décadas más. Apenas tiene dientes y el rostro es tan afilado que sus mejillas se tocan. Trabajaba en Perparim, la fábrica de ladrillos, con otros 400 empleados. La privatizaron, la cerraron y le echaron. En su casa viven once personas con 75 euros. Pero tiene fuerzas para el optimismo: «Poco a poco irá mejor, hay que esperar». Esta gente ha sufrido tanto que la independencia ha sido lo único bueno que ha pasado en sus vidas. De momento, en muchos alimenta la paciencia.

«Todas las fábricas de Drenica han cerrado, empezaron hace cuatro años y el año pasado fue el golpe final», explica Ymer Rushiti, ex director de una cooperativa agrícola de 3.200 hectáreas que dejó en la calle a 400 empleados. Firmas de municiones, de juguetes, de construcción, fueron privatizadas, troceadas y vendidas. Se supone que deben arrancar de nuevo con los activos sanos. También Rushiti se agarra a la esperanza. Explica que ya no hay gente viviendo en tiendas o barracas, que el asfalto ha llegado a los villorrios más perdidos y que se han construido quince escuelas en la comarca. Carreteras y colegios son los logros que suele mencionar el Gobierno. Sobre el futuro, Thaci espera privatizar las dos vetustas plantas térmicas de Kosovo y abrir una tercera, con un contrato de 3.500 millones. También prevé vender la compañía de móviles.

Lo cierto es que por ahora la economía de Kosovo es totalmente irreal. Según datos de la inteligencia de la OTAN, el 80% del PIB procede de actividades criminales. La élite mafiosa y política heredada de la guerra, a menudo una sola cosa, domina el territorio. Debajo de ellos, el 90% de las empresas son familiares, de menos de nueve trabajadores, y la gran actividad de punta, el 5%, es... el lavado de coches. En torno al automóvil gira buena parte del dinero que se mueve Kosovo. Los páramos sucios y desolados, salpicados de casas a medio hacer, rebosan de gasolineras y desguaces.

Kosovo necesita desesperadamente inversión extranjera para despegar y normalizarse, pero su independencia aún arrastra una gran inseguridad jurídica y topa, de nuevo hay que decirlo, con la crisis económica mundial. El año pasado entraron 355 millones, según datos del banco central, un bajón de 80 millones. Habrá que ver en el 2009, que se anuncia peor, y ahora irrumpe por sorpresa la crisis en los países del Este. Los kosovares están solos, dependen de sí mismos. Dini, un joven de Pristina, saca adelante una familia con dos hijas con la compra y venta de coches, que arregla con piezas de recambio. Es una excepción: la media de miembros de una familia es de 6,4. Para comprobar sus dificultades basta acompañarle a la compra. El Inter Ex es uno de los dos grandes centros comerciales de la ciudad, con mejores precios, y Dini llena el carrito para una semana. Paga 110 euros. Recuérdese que el sueldo medio es de 250. Pero los precios de Kosovo, cuya moneda es el euro, son europeos. Un paquete de 78 pañales cuesta 16 euros. Seis coca-colas de dos litros, siete euros. Un kilo de macarrones, 1,27. La gasolina, 82 céntimos y el gasóleo, 89. A cualquiera se le ocurre emigrar.

Kosovo no produce nada. En el gran mercado de verduras de Pristina sólo las patatas y las cebollas son locales. El resto, de fuera: la balanza kosovar es de 202 millones de euros de importaciones frente a 10 millones de exportaciones. Frutas y verduras llegan de Turquía, Albania o Macedonia. En los supermercados sólo son kosovares el agua, la leche, los zumos y cosas como un puré de patatas. La mayoría de los productos sigue llegando de Serbia. Con el obstáculo de que ese comercio ahora es más difícil, porque Belgrado lo boicotea. Fejzulla, comerciante mayorista, gira un saco de té para mostrar la razón. En la tela está impreso el destino, 'República de Kosovo', sello que se usa desde diciembre. A partir de entonces en la aduana serbia lo echan para atrás.

Serbia y Kosovo estarían obligados a entenderse, pero hoy parece una utopía. Belgrado ha jugado bien sus cartas. Ha obtenido de la Asamblea General de la ONU una denuncia ante la Corte Internacional de Justicia, que tardará unos dos años en resolverse, y ha logrado del Consejo de Seguridad un nuevo diseño de la situación con un plan de seis puntos que, en la práctica, mantiene una doble administración en las zonas serbias. Su estrategia es impedir el ingreso de Kosovo en cualquier foro internacional: FMI, Banco Mundial, OSCE, el Comité Olímpico, la FIFA o la UEFA. Kosovo esperaba un reconocimiento de un centenar de países, lo que podría abrirle la presencia en la ONU, pero se ha estancado en 54. Seguirá siendo un país raro, al margen de la ley, sin equipo de fútbol, durante unos cuantos años.

Sobre el terreno, crece el abismo entre albaneses y serbios. Mikel Córdoba, de la ONG española Movimiento por la Paz, el Desarme y la Libertad (MPDL), lleva dos años trabajando en Kosovo en ayuda legal y contra la discriminación y confirma que este primer año «ha aumentado la vida en dos mundos paralelos». «Antes había una zona gris en la que había relaciones, ahora con la independencia es blanco o negro», explica. La prueba de la ausencia de contacto es que apenas ha encontrado casos de discriminaciones. Tiene cuatro: uno sobre la propiedad de una casa de una familia de la minoría rom askhali egipcia y tres casos de prohibición del velo islámico, pero entre los propios albaneses.

Aislados

Los 50.000 serbios del norte de Mitrovica, pegados a Serbia, siguen viviendo en su país de siempre, sin notar ningún cambio, y los otros 70.000 de los enclaves, aunque un mínimo roce es inevitable, viven encerrados en sí mismos, protegidos por la OTAN. Para considerar su punto de vista conviene recordar que Kosovo es la cuna de Serbia, donde nacen sus dinastías, y está plagada de monasterios, un total de 1.300 lugares religiosos. El más famoso es el de Deçani, la mayor iglesia medieval de los Balcanes y con los frescos bizantinos más grandes que se conservan. Cada semana llegan autobuses de Serbia para visitarlo, pero ni un solo albanés. Es patrimonio de la humanidad de la UNESCO pero en Peja/Pec, la ciudad de al lado, viven como si no existiera.

Muestra el templo un joven monje, Alexander, de 18 años. Hablar con él, como suele ocurrir con el clero ortodoxo en Kosovo, es entrar en otra dimensión temporal. «¿Cómo es la situación? Bueno, desde la derrota del rey Lazar las cosas no han ido bien por aquí», contesta sin asomo de ironía. Se refiere a la célebre batalla de Kosovo de 1389, cuando los serbios fueron derrotados por los turcos y perdieron esta tierra. La mente tradicional serbia habla en estos términos y vive sumergida en la historia. Muestra la tumba del rey Esteban, fundador del monasterio en 1327, y un enorme fresco con su árbol genealógico. Sus raíces se hunden en el pasado de Kosovo. En el otro lado, frescos de mártires. «Ante lo que ocurre fuera nos concentramos en el interior, en la oración, en el estudio, leyendo las vidas de los santos. No tenemos miedo, estamos listos para morir», dice con un susurro. Los kosovares viven el año dos de su independencia. Serbios como este monje, en la profundidad de los siglos. La distancia entre ambos, tras la guerra y los horrores, es sideral. Antes los albaneses hablaban serbio, pero las nuevas generaciones no. Si llegaran a encontrarse un joven albanés y otro serbio no podrían comenzar una conversación.

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