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DOLORES ALONSO
Viernes, 28 de noviembre 2008, 02:29
Noviembre es el mes de los buñuelos, los cementerios, las castañas y, sobre todo, del teatro. Quizás condicionada por el rito anual vivido desde la infancia, de ver o releer Don Juan Tenorio en la víspera de los difuntos, cada vez que asoma el penúltimo mes del año, parece que todo a mi alrededor habla de teatro.
El sábado pasado eran las previsiones de la Diputación sobre la probable reapertura del Teatro Zorrilla en Ferias del 2009. Este lunes, el Premio Adolfo Marsillach para Teatro Corsario. Días antes, otros dos premios para sus títeres de 'Aullidos'; o la historia de Amelia Lejido, que cada noviembre vuelve de París a Valladolid para ser la Brígida de Don Juan Tenorio; o las declaraciones de los directores de 'Alambrada' y de 'Barroco' en las vísperas de su estreno. Teatro.
Y, a pesar de la tristeza por el prólogo de este mes -la muerte de Juan Carlos Moretti, al que debíamos haber visto en la sala Ambigú el 25 de octubre-; a pesar del sabor triste de las últimas historias sobre los escenarios de Pucela -como los días finales de Antonio Machado en Colliure-; a pesar de que ayer empezó la oscuridad de la luna nueva, siempre, al salir de una función teatral, he sentido que en esta orilla -la izquierda o la derecha del Pisuerga- «más clara, la luna brilla y se respira mejor».
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