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DOLORES ALONSO
Viernes, 14 de noviembre 2008, 02:24
A ntes, el Paseo de Juan Carlos I avanzaba lleno de vida y semáforos desde la carretera de Madrid hasta la Ronda Norte. Ahora, al llegar a Pilarica, numerosos carteles amarillos anuncian su nuevo nombre: «Prohibido peatones». No me di por aludida -en algún sitio he leído que la bici es vehículo- y entré a Santos-Pilarica en medio de la riada de coches que lo atraviesa forzosamente. Con un ojo vigilaba intermitentes y retrovisores y con el otro contaba: una, dos... diez grúas grandes, tres excavadoras de cimientos, siete esqueletos de edificios en distintas fases de crecimiento... ¡Cáspita!, uno ya revestido de fachada (¿en la parcela 17, o en la 42 del Ayuntamiento?). No daba abasto a contar los huecos de garajes -un pie en tierra me convertiría en peatona- ni el batallón de albañiles, pero vi que los más numerosos se afanaban en las aceras del paseo del monarca.
Saliendo por el Esgueva, me cruzo con una pareja joven. «Han subido un piso desde el último día, pero ¡anda que no queda!», les oigo, mientras leo, para no perderme, los letreros de las dos calles que acaban de atravesar: Agustina de Aragón y Compostela; y me parecen proféticas: para ganar la batalla de tener piso sin ceder a los abusos, van a necesitar el empuje de la heroína y la paciencia de los peregrinos. Suerte.
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