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DOLORES ALONSO
Viernes, 24 de octubre 2008, 02:46
Entré por la calle de La Carraca, pedaleando por el carril bici que bordea la factoría de Iveco y me encontré con un nutrido grupo de paseantes que inspeccionaban el edificio del nuevo Hospital. «¡Pues sí que es grande! -le comentaba una señora a su marido-, aquí habrá que venir con una hora de antelación, como en los aeropuertos». Levanté la vista y, a través de los ventanales de la segunda planta, se veían los laterales de metacrilato de las modernas escaleras, igualitos a los pasillos semovientes de Barajas.
Y, hablando de aeropuertos y de esperas, la escultura de Javier Mariscal (las gigantescas piezas de metal negro en forma de silla que posan sobre el techo de los aparcamientos) me pareció un monumento a la sala de espera, verdadero corazón de cualquier hospital: allí esperamos mientras arreglan una pierna a nuestra hija, remiendan las arterias al hermano infartado, le quitan las anginas al nieto o le dan la quimio a la mujer. El nuevo Río Hortega y sus alrededores ofrecen una imagen estupenda, a la que ojalá haga justicia la calidad de la atención sanitaria que allí se ha de ofrecer. Si así no fuera, ¿alguien se imagina las manifestaciones de protesta -haciendo honor a las calles del barrio- al son de la Cítara, el Pífano, la Zanfona, el Rabel o las Castañuelas?
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