
J. C. C.
Lunes, 12 de mayo 2008, 03:39
El efecto fue similar a la bandada de pájaros que amenazó a Tippi Hedren en la célebre cinta de Alfred Hitchcock en la bahía de San Francisco. Dos perros sueltos por la pista de un circuito de Fórmula 1, a galope de sus antojos. Eso sucedió ayer en Estambul. La imagen hubiera dado la vuelta al mundo, pasto de las agencias internacionales, si hubiera sucedido en la carrera de Fórmula 1 que ganó Massa. Aconteció en su hermana menor, la segunda división, la prueba de GP2 que se disputó tres horas y media antes.
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Eran las doce del mediodía de un domingo cualquiera de carreras. En la pista se batían el cobre los aspirantes a estrellas, pilotos de GP2 cuyo -paddock- es una réplica en miniatura del santuario de oropel de la Fórmula 1. Pilotos que compiten con menos medios, normalmente pagan por subirse a un monoplaza y generalmente deparan carreras más abrasivas y entretenidas por competidas y disputadas. No tenía reclamo especial la cita, salvo por lo que deparase para los españoles concursantes: Javier Villa, Roldán Rodríguez, Andy Soucek y Adrián Vallés. De repente la diversión de la gente en la grada pasó de la velocidad de los bólidos a la aparición canina.
Dos perros, uno negro y otro blanco, se lanzaron a la pista como quien suelta un galgo en la meseta a la caza de la liebre. Muy poco glamour para las gentes de la Fórmula 1. Uno de los pilotos esquivó al cánido blanco en una recta en la que se alcanzan velocidades de 250 kilómetros por hora con los GP2. Pero el fogonazo asustó al animal, que falleció unos segundos después cuando Bruno Senna no pudo esquivarlo.
El atropello fue brutal y el enfado del brasileño, sobrino del legendario Ayrton Senna, no menos espectacular. Tuvo que retirarse y se bajó del coche en los garajes hecho un basilisco, puños en alto, gesto retador hacia el mal fario.
Mientras tanto aparecieron las indicaciones del director de carrera, que ordenó la entrada del coche de seguridad, toda vez que el impacto dañó con severidad la rueda delantera derecha del coche de Senna, patrocinado mayoritariamente por el Santander. En el monoplaza del brasileño se podía comprobar media hora después las secuelas del golpe. El neumático derecho tapado con un plástico rojo no impedía ver los restos del pelo blanco del animal.
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El otro perro, un pastor alemán de color marrón, escapó de las centellas de la pista y se adentró en los vericuetos interiores del circuito, donde unos cuantos operarios intentaron reducirle al estilo de los empleados del fútbol que tratan de atrapar conejos por el césped.
Nunca más se supo de él porque la FOM es muy mirada para estas cosas. No repitió ni una sola imagen del atropello canino de Senna y mucho menos consumó la curiosidad natural del espectador que quería saber que había sido del pastor alemán.
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Eso sí, rápidamente la FIA distribuyó un comunicado para decir que en virtud del artículo 30.16 del reglamento 2008 de la GP2, había seguido los procedimientos para evacuar cualquier otro animal de la pista y cerrar cualquier conducto por el que pudiera entrar otro.
Los perros fueron los protagonistas. Tanto que Flavio Briatore saludó a su pupilo, Grosjean -el ganador de la carrera-, con su sentido del espectáculo. «¿Por qué no has atropellado al perro en vez de ganar la carrera?», bromeó.
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«A mí nunca me ha salido un perro», comentó Alonso, que sí recordó la irrupción de un cura escocés en Silverstone hace unos años con una proclama reivindicativa. Más duro fue el accidente de Cristiano Damata en la Champ Car, que arrolló a un ciervo en una pista de Wisconsin. Y la leyenda urbana, que relata la presencia de serpientes en alguna carrera americana.
Hasta ahora, sólo los conejos y pequeños roedores habían perturbado la vida de las gentes de la F-1. Desde ayer, también los perros.
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