J. OLANO
Domingo, 27 de abril 2008, 13:52
La casa sacerdotal de Villamuriel de Cerrato es una pequeña Babel, esa construcción mítica mencionada en la Biblia cuando toda la Tierra tenía una misma lengua y usaba las mismas palabras. Y es que el lenguaje que se utiliza en la iglesia Santa María la Mayor de Villamuriel es el cariño, la comprensión, la tolerancia con todos a pesar de las diferencias.
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Todo empezó hace siete años cuando el colombiano Samuel Barrera, recién llegado a Villamuriel -donde se asentó con una familia de compatriotas que no se portaban bien con él- acudió a misa. Al finalizar la eucaristía, se quedó a charlar con el sacerdote, Ángel Aguado. Aquel primer encuentro con el párroco abrió la puerta principal de la que es ahora la casa de todos, católicos, protestantes y musulmanes.
Porque en la casa sacerdotal donde se celebran las misas diarias -junto a la iglesia- se reúnen desde entonces colombianos, cubanos, paraguayos, venezolanos, marroquíes, italianos, moldavos, rumanos... Un sinfín de gentes que se cobijan bajo el paraguas de Ángel Aguado y de la Asociación Intercultural de Villamuriel de Cerrato (Asinvi), que nació para dar forma a unos enormes lazos de solidaridad, cooperación, entrega y amistad.
Hoy son 350 los inmigrantes entre los casi seis mil vecinos de este municipio cerrateño, y otro aspecto fundamental de esta asociación es que numerosos vecinos del pueblo están verdaderamente implicados en esa labor de integración de los inmigrantes en la vida de Villamuriel. «Los hispanoamericanos lo tienen algo más fácil, al menos tienen la misma lengua y una cultura más parecida, pero las grandes dificultades aparecen para los árabes, por su idioma, su cultura y su religión, y todavía son mayores los problemas en el caso de los africanos. Pueden ser muy buenas personas, pero todavía hay quienes les ven como negros», apunta Ángel Aguado con una máxima muy clara que pone en práctica en su vida diaria y en su labor diocesana: que por encima de todo están las personas.
Y parece que muchos de los vecinos han hecho también suya esa filosofía de vida. Ángel Aguado no tiene más que hacer un llamamiento en misa para recoger mantas y al día siguiente hay un montón disponible para que las familias de inmigrantes no pasen frío. Sugiere celebrar la Navidad en la casa sacerdotal como en familia y allí tiene el 25 de diciembre una comida de lo más variada e intercultural, con medio mundo representado en los platos para cien comensales. «La asociación ha hecho efecto en la población, el pueblo ha tenido la oportunidad de conocernos y así nos han respetado», explica la cubana Idalmis Hernández, una evangelista protestante reconvertida al catolicismo gracias al contacto mantenido en torno a la iglesia de Villamuriel. «Tenía un concepto muy equivocado de los católicos», confiesa.
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A su lado, Adriana Penagos recuerda que ha debido desterrar en muchas ocasiones la identificación que se hace de Colombia con el narcotráfico y la prostitución. Entre la labor desarrollada desde la asociación, también figuran las actividades desarrolladas por estas familias de inmigrantes en los colegios de Villamuriel para que los oriundos les conozcan también un poco más y pierdan el posible recelo inicial. Un rechazo que también muestran algunos inmigrantes, «principalmente por el miedo a abrirse», explica Ángel Aguado.
Un ejemplo de esa integración tiene a Naiel como protagonista. En los dos meses que estuvo en cama inmovilizado tras el accidente de tráfico, recibió las clases con una maestra en casa. Y no sólo eso, sino que fue recibido con una gran pancarta. «No teníamos nada, pero no nos faltó nada», recuerda Idalmis.
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Así va creciendo la pequeña Babel. Pero mientras crece esa sensación de igualdad por parte de los más mayores, se presenta una incógnita respecto al futuro. La añoranza por sus países sigue siendo grande, pero los más pequeños no la tienen. Los Barrera Penagos están locos por ir de vacaciones a Colombia, pero Daniel, a sus 15 años, no siente la necesidad porque por los cuatro costados respira a hogar en Villamuriel. Probablemente será el caso de Naiel, de Mohamed, Abdsamad, Abulaui... y de todos los pequeños habitantes de la nueva Babel.
«Puede que no parezca una asociación demasiado organizada, pero la humanidad no se puede institucionalizar, hay que trabajar con las personas y valorarlas como tales», destaca Javi Fernández, uno de los voluntarios del pueblo que colabora con Asinvi y que junto a Marian Fernández y a todos los 'actores' no ha dejado de ensayar en los últimos días para la gala celebrada ayer.
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