

Secciones
Servicios
Destacamos
JOSÉ CARLOS PÉREZ COBO
Martes, 11 de diciembre 2007, 01:06
Entre los mamíferos terrestres, los elefantes comparten tres características fundamentales, y únicas, con los humanos y los monos antropomorfos. Disfrutan de vidas considerablemente largas, tienen cerebros muy grandes y sus crías dependen del cuidado de los mayores durante mucho tiempo. Estos rasgos de la biología se asocian con el desarrollo de la inteligencia y de la vida en comunidades sociales complejas.
Sin un cerebro grande -más amplio que el necesario para el control de los movimientos- y sin una infancia prolongada resulta imposible adquirir las capacidades necesarias para resolver los problemas que representa vivir en comunidad. La inteligencia de los elefantes -su memoria, por ejemplo, es proverbial- ya llamó la atención de uno de los primeros naturalistas importantes, el romano Plinio el Viejo. Ahora, un artículo en la revista 'Neuroscience and Biobehavioral Reviews' revisa los conocimientos sobre la inteligencia elefantiásica y concluye con un resultado curioso. Los elefantes, de cualquiera de sus tres especies -la asiática y las dos africanas, la de la sabana y la de la selva-, son sólo relativamente inteligentes: hacen bien algunas cosas, incluso con los humanos son únicos en ellas, pero responden muy pobremente en otras tareas.
Los elefantes no son buenos en el uso de herramientas. Los chimpancés son capaces de usar piedras como yunque y martillo para cascar nueces, fabricar ganchos para capturar termitas o utilizar un palo para calcular la profundidad de un río por cuyo fondo quieren caminar. Sin embargo, a pesar de la versatilidad de la trompa para manipular objetos, los elefantes no usan, en su estado natural, más que un tipo de herramienta: una rama con sus ramitas y hojas para espantar las moscas de sus corpachones. Con la trompa, cogen esta especie de abanico y se golpean indolentemente los lomos. Este hecho tiene su historia: se corresponde con la primera observación documentada del uso de herramientas por parte de un animal no humano.
Nada menos que en 1838 describió esta actividad el aventurero inglés W. C. Harris. Más adelante, Darwin utilizó el ejemplo en sus discusiones sobre la inteligencia de los animales en 'El origen del hombre' (1871).
De la misma manera, los elefantes son muy torpes, si se les compara con los chimpancés, en otras tareas cognitivas. No son capaces de entender que si tiran de una cuerda, la suculenta bandeja de plátanos se acercará a ellos y se los podrán comer. Tampoco deducen que si se pone un cubo tapando el plátano, éste sigue debajo y basta con retirar el recipiente para obtener el premio. Puede entrenárseles para realizar estas tareas, pero cuesta bastante trabajo.
A cambio, tienen una memoria prodigiosa. En primer lugar, una memoria única. A pesar de su gigantesco tamaño, los elefantes son de entre todos los mamíferos los que consumen la dieta más pobre tanto en calorías como en poder nutritivo. Esto hace que los elefantes pasen comiendo entre el 60% y el 80% de cada día. Y como viven en grupo, allá por donde pasan queda todo arrasado durante una temporada.
Sentido de la orientación
Los elefantes, por lo tanto, viajan muchísimo, cientos de kilómetros al año dentro del inmenso territorio de cada manada. Y deben recordar los caminos que han seguido y, sobre todo, los sitios en la sabana donde encontrar agua en abundancia. Hay lugares en el que los pozos pueden estar separados más de sesenta kilómetros unos de otros. La habilidad de una familia elefantiásica para viajar de uno a otro, con algunos días sin beber, refleja un sentido maravilloso de orientación. Y esta memoria les dura a lo largo de sus sesenta o setenta años de vida.
Los elefantes poseen también una sorprendente memoria social. Cada uno de ellos reconoce a más de cien elefantes tanto de su grupo como de los más o menos próximos. Es capaz de reconocer tanto el olor de sus congéneres y de su orina, como el de sus voces: los elefantes están continuamente 'hablando' entre ellos en sonidos de muy baja frecuencia.
Son capaces también de reconocerse en un espejo y, sobre todo y lo más sorprendente, tratan de ayudar a sus congéneres heridos o enfermos y sienten un particular interés por sus difuntos. Esto sólo es propio de los proboscídeos y de los humanos. Así, se ha observado a menudo a un elefante que intenta levantar a otro que ha caído y, una vez levantado, ayudarle a mantenerse en pie. O, también, ver a un elefante que acompaña a otro que está herido o enfermo. Cuando un elefante muere, los demás miembros de su clan -y de otros próximos- visitan al cadáver y lo tocan. Durante años observarán los restos esqueléticos con atención. Está descrito el caso de una hembra que durante años visitó el cráneo de su madre cuando tocaba pasar, en la peregrinación perpetua de la vida elefantiásica, por cerca del lugar donde murió la progenitora.
Los animales de mayor masa cerebral de todos los mamíferos -unos cinco kilogramos de cerebro- no son listos para muchas cosas, pero en algunas otras son sorprendentes. La explicación de su diferencia con los primates en la forma de su inteligencia tiene que ver, también, con la microestructura de su sistema nervioso.
En la corteza cerebral de una persona -unos 1.400 gramos de cerebro- se empaquetan, densamente, 20.000 millones de neuronas. En la inmensa corteza cerebral de un elefante se disponen, más espaciadas, la mitad de neuronas: esto supone unas reglas de funcionamiento del cerebro muy diferentes. Los procesamientos deberán más lentos.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Crece la familia del reptilario de Cabárceno
El Diario Montañés
Una luna de miel que nunca vio la luz
El Comercio
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.