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CULTURA

Un poeta de café

P. M. Z.

Domingo, 9 de diciembre 2007, 01:12

Antes que relatos de humor o ideas para guiones cinematográficos, en los cuadernos de Rafael Azcona hubo poemas. En su juventud, como un Juliano Fernández cualquiera, el riojano valoró la posibilidad de ser 'poeta de café', y mantuvo esa idea en su cabeza hasta que se trasladó a Madrid a comienzos de los cincuenta.

Azcona escribió el grueso de su obra poética antes de cumplir los treinta años. Sus poemas aparecieron en revistas más o menos recónditas y nunca se han recogido en libro. Aunque él no siente demasiado aprecio por esos textos de juventud, no es difícil encontrar en ellos puntos de interés. Manuel de las Rivas ha escrito que su poesía es capaz de «medirse sin desdoro» con aquella que en ese momento hacían en España los miembros de su generación.

Tanto por edad como por estilo, Azcona es un miembro del grupo del 50. Pese a la inevitable inmadurez de sus versos, el poeta Azcona se muestra ágil como Hierro, desabrido como Gil de Biedma y oscuro como José Agustín Goytisolo. Sus poemas combinan una óptica realista con fuertes dosis de ternura, escepticismo y tristeza. Algunos de ellos, como el titulado 'Es difícil ser hombre', se sitúan en el punto exacto donde Ángel González se cruza con Blas de Otero: «Además de las caries de los dientes, / nos debieran doler bastantes cosas / Por ejemplo, las tardes de domingo, / la risa que nos da si un niño llora, / la lluvia que se rompe en los cristales, / el pico sin amor de una paloma, / la angustia en soledad de los banqueros / y muchas otras cosas».

El lector atento de estos poemas no tarda en encontrar indicios de lo que con el tiempo conformaría el mundo creativo, literario y cinematográfico, de Azcona. Ocurre por ejemplo en 'Domingo ciudadano', un poema con ecos de Dámaso Alonso que avanza como el plano general de una furiosa comedia neorrealista: «Por no poder odiarte, te desprecio, / fiesta municipal, reglamentada; / desprecio tu mañana de perezas / satisfechas después de una semana; / desprecio tu comida con manteles / y postres, desusadas circunstancias; / desprecio tus cafés, copas y puros / en la tarde monótona y gregaria; / desprecio tus teatros y tus cines / y tus bailes que amasan carne humana; / desprecio tu concierto entre dos luces, / su público de horteras y criadas, / y desprecio tu noche sin silencio, / con voces de borrachos ensuciada».

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