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JOAQUÍN MARTÍN DE UÑA
Lunes, 12 de noviembre 2007, 01:29
DESDE los comienzos del comercio en lugares fijos y cerrados y especialmente en los hoy llamados 'centros de restauración', antes restaurantes, cafeterías, bares y wisquerías, y mucho antes cafés, casas de comidas, botillerías, tabernas, bodegones, etcétera, los negocios han contado con la inventiva y vista comercial de sus propietarios para atraer el mayor número de clientes.
Primero fue la rivalidad en los anuncios, en hierro fundido pintados de colores, así como la calidad de sus productos. Más tarde, la especialización de la oferta de vinos procedentes de lugares afamados en su producción; pescados y mariscos de los más acreditados puertos, carnes de las regiones ganaderas más importantes, así como legumbres, frutas y verduras de calidad llenaron las mesas de restaurantes, hoteles y casas de comidas.
En nuestros días no son escasos los centros de restauración en los que junto a la diversa y selecta oferta alimenticia se ofrece a los clientes un complemento cultural o de ocio. Hay quienes cuelgan en sus paredes óleos, acuarelas, plumillas o cualquier otra muestra de arte pictórico, o fotografías. Otros se centran en los juegos, no faltando quienes completan su oferta con recitales musicales, reuniones de escritores y profesionales, o ambientan sus locales de la forma que estiman más acogedora u original, desde un mesón castellano a un pub irlandés o un café del siglo XIX.
Entre dichos locales merece atención una cafetería en la esquina de los números impares de las calles Leopoldo Cano y Felipe II, que abrió sus puertas el 15 de enero de 1977: Cafetería Patto. Perteneciente al consorcio formado por Ramiro Muñoz y Carmelo Martín, quienes regentaban La Cabina, Papillón y Patton, cuyo traspaso adquirieron los hermanos Ángel y José Luis Cristóbal Ortega, (antiguos empleados en los dos últimos locales, cuando en 1984 se deshizo el consorcio. Su personalidad no sólo viene dada por ser una de las cafeterías de nuestra ciudad que ofrece su acreditado café durante toda la jornada, sino también por no servir tapas de cocina, -según uno de sus gerentes «Hemos conseguido sobrevivir sin la tortilla de patata»-, sirviendo únicamente desayunos como fuera solicitado por sus clientes, al igual que la cerveza a presión y cócteles.
En el local, decorado con maderas nobles y grandes ventanales ovalados, tradicionalmente vienen sus gerentes destinando el lado izquierdo a la recuperación de espacios antiguos. Una escuela, el estudio de un artista, una habitación infantil o una antigua casa rural (entre otros), mientras que en su larga barra, que ocupa el centro del local, han instalado a lo largo de sus treinta años de historia diversos edificios vallisoletanos como la Estación del Norte, (ocupada por pastores navideños en espera de San José y la Virgen que supuestamente viajaban en un tren con movimiento), la Antigua, la iglesia penitencial de la Santísima Vera Cruz, junto a la cofradía de los Luises que acompañaban al Cristo atado a la columna Ahora, una antigua tienda de comestibles ocupa el lugar señalado en la entrada a la cafetería.
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