
S. DE LAS SÍAS
Viernes, 28 de septiembre 2007, 03:21
Las fiestas patronales de Quintanilla de Onsoña tienen lugar el 30 de noviembre y el 1 de diciembre en honor a San Andrés. El frío que deja siempre el calendario por estas fechas influye en la escasa afluencia de público en las celebraciones. Para aliviar el problema, el Ayuntamiento y los vecinos decidieron crear una fiesta en verano -el segundo fin de semana de agosto concretamente- para facilitar la asistencia a todos aquellos vecinos, amigos o hijos del pueblo que no están en invierno.
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La experiencia piloto del 2006 resultó ser un éxito de participación, por lo que se sentaron las bases para próximas ediciones, intentando atraer actividades sociales y culturales para todos los públicos. Con esta premisa, la alcaldesa de Quintanilla, Teresa Carmona Crespo, pensó que podía incluir en el programa una visita al particular museo etnográfico que atesora en su domicilio Florencio Macho.
No fue mala la idea, a juzgar por los aplausos y felicitaciones que llovieron por parte de los asistentes, muchos de ellos vecinos del propio pueblo que acudieron sorprendidos a la muestra de antiguos aperos de labranza, utensilios domésticos e inventos recopilados por Florencio, de quien desconocían su faceta de coleccionista.
«La gente quedó encantada. Las personas mayores disfrutaron viendo cantidad de aperos que ellos, utilizaron en las labores del campo cuando no estaban tan mecanizadas como ahora. Al mismo tiempo, sus hijos y sus nietos tuvieron la oportunidad de conocer lo que para ellos eran aparatos raros y alguna que otra historia curiosa», explica la regidora, mientras hace de guía hasta el domicilio de Florencio para realizar un paseo por la peculiar galería.
Una explicación detallada y concisa de cada uno de los objetos que se exponen en las paredes de un antiguo garaje permite ir conociendo poco a poco la personalidad de su propietario, hijo de un agricultor que en un principio quiso seguir con la tradición familiar en Villanuño de Valdavia, su pueblo natal, y que años después decidió buscarse el pan fuera del medio rural. «Comencé a trabajar en la factoría de Renault en Valladolid. Con el recuerdo del pueblo y de los trabajos del campo en los que había participado desde niño, me empezó a entrar el gusanillo», señala Florencio, quien especifica a continuación que su intención inicial de recuperar del abandono y del olvido algunos trastos viejos se transformó con el paso del tiempo en un verdadero afán recopilador, acudiendo a mercados y rastros de Valladolid, Salamanca, Sevilla o Madrid para hacerse con todo tipo de instrumentos que hablaran del ayer y que permitieran mantener vivas las tareas de los antepasados.
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Celemines y macales
Así se hizo con yugos, esquilas de ovejas, tijeras de ganado mular y lanar, arados romanos, cribas para el trigo y la comuña, dalles, trilladoras, bieldos, celemines o incluso macales para hacer adobes; amén de un sinfín de objetos domésticos, como planchas, escriños, irrigadores, capazos o vajillas de vieja cerámica y porcelana. «18 años dan para mucho, por lo que sería imposible tener contabilizado todo», apunta Florencio, mientras explica que en la actualidad ha dejado de adquirir más joyas de este tipo por falta de espacio en su domicilio.
«Aunque estoy convencida de que si vamos a algún pueblo, a algún mercado y se topa con algo que le llame la atención lo compra, ya sean aquellos cedazos que se empleaban para separar el salvado de la harina del trigo, un par de albarcas o almadreñas, zoquetas o una brega para hacer el pan», puntualiza su esposa, Emilia Ibáñez Marcos, natural de Quintanilla, quien anuncia que también colecciona coches de miniatura, monedas y antiguos billetes.
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«No para, como ya está jubilado con algo tiene que matar el tiempo», bromea ella, que no deja escapar un segundo para reconocer el esfuerzo que su marido realiza, dedicando su tiempo libre a recuperar y rehabilitar aperos de antaño que tantos y tantos agricultores dejaron olvidados cuando no existía la fiebre actual por todo lo que lleve el apellido de la familia rural.
Porque en definitiva, Florencio, además de apasionado coleccionista, se ha convertido con la paciencia de sus manos en un protector de nostalgia y costumbres, de las de Villanuño y Quintanilla. Próximo pueblo: Renedo de la Vega
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