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Juan Antonio Siro saborea el triunfo en su salida a hombros del coso del Paseo de Zorrilla. / R. GÓMEZ
Siro triunfa con clase y fijeza
VALLADOLID

Siro triunfa con clase y fijeza

El salmantino corta una oreja a cada novillo, en la primera corrida de abono La Feria se estrena con apertura de la puerta grande

RICARDO HERRERAS

Domingo, 9 de septiembre 2007, 03:15

Siro supo adaptarse al juego de su primer novillo, que tenía bravura, pero escasa nobleza, peligroso el de Guadaira. Manejó los tiempos con la derecha. Al natural, lo intentó, pero no tenía pases. El toro, que de inicio gustó a todos, no entraba a la muleta como se le presuponía tras los pases de capa, redondos y lucidos. Moldeó estilo el salmantino.

El quinto fue lo mejor de la tarde, un jabonero, muy alto, pasado de kilos y algo feo, pero embestía como piden los toreros. Dibujó tandas con ambas manos de mucha profundidad y pureza. Pinchó una vez y perdió un triunfo mayor. Se abre la Puerta Grande en la primera de abono, buen comienzo. Poco le queda a Siro para doctorarse, tiene cabeza y estilo, dos requisitos cotizados en la fiesta nacional. Recuerda a un paisano suyo, Eduardo Gallo, tanto en el aspecto físico como en algunos matices y detalles.

Chechu dio una de cal y otra de arena. En el primero, el que subía el telón de la feria de la Virgen de San Lorenzo, nada hizo. El novillo tenía pases, pero el de luces le atosigó, le ahogó, no le concedió los tiempos necesarios en este arte. El astado, desfondado, no llegó en plenas condiciones al final de la muleta. No se impuso, le ganó la partida el animal al hombre. En el cuarto, corrigió errores. El astado, flojo y soso, no se amoldaba a la lidia. El madrileño hizo faena de menos a más. Cabeceaba, perdía las manos y se resistía, pero a medida que pasó el tiempo se hizo más dócil. La estocada, impecable y fulminante que sentenció al animal sin puntilla.

Mas, el más joven de los tres, tiene mucho estilo, elegancia, colocación y fijeza. En su primero se acopló a la renqueante embestida del eral. Le sacó vistosos derechazos y no se amedrentó cuando el toro le fijaba con la mirada. De esas miradas del toro se produjo un susto, antes de entrar matar. El apéndice, merecido, como todos los repartidos.

Al que cerraba corrida, un toro precioso, castaño, de mucho genio y maldad, nada le pudo hacer Mas. Lo intentó por ambos pitones, pero el toro tenía grabado en la memoria los pasos del madrileño. Los terrenos en los que se colocó en el albero, muy cargado de arena y en un estado no habitual. Quizá tanto concierto, tan junto y tan cercano a la Feria, haya hecho mella.

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