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Parte superior de la portada del especial publicado por El Norte de Castilla con motivo de su 170 aniversario. EL NORTE
Patrimonio de Valladolid
Discurso íntegro

Patrimonio de Valladolid

Discurso ·

Reproducción íntegra del discurso pronunciado esta noche por el director de El Norte de Castilla en el acto que conmemoraba su 170 aniversario

Ángel Ortiz

Valladolid

Miércoles, 30 de octubre 2024, 20:40

En las páginas leídas, en las páginas aún blancas, piedra papel sangre o ascuas, tu nombre escribo.

En formas que son centellas, en campanas de colores en la física verdad, tu nombre escribo.

En la salud recobrada, en el peligro que huye, en la esperanza sin anclas, tu nombre escribo.

Y el poder de una palabra me hace volver a la vida, nací para conocerte y nombrarte. Libertad.

Autoridades, amigos, señoras y señores, gracias por acompañarnos esta tarde.

Los de antes eran versos de Paul Éluard, uno de los precursores del surrealismo; estrofas de un conocido poema que seguro que muchos de ustedes recuerdan. Fue impreso en miles y miles de octavillas y lanzado desde aviones de la RAF durante la segunda guerra mundial sobre territorios ocupados por el ejército nazi. Pocos textos evocan la libertad de un modo tan bello.

Lo rescato hoy porque deseo referirme desde el principio a aquello que llena de sentido a El Norte de Castilla y sus 170 años de historia: una defensa de la libertad férrea, valiente, constante. Incluso en las peores épocas. Y no han sido pocas, como es fácil deducir, si hablamos del diario más antiguo de España.

Los periódicos mantenemos una relación vital con la libertad. Entendemos la libertad como un valor humano que nos permite ser felices y progresar juntos a través de la responsabilidad, del criterio, del conocimiento, de la renuncia a los dogmatismos y, en definitiva, de la aceptación del otro en igualdad con respecto a uno mismo.

Octavio Paz dijo: «Para que pueda ser, he de ser otro, salir de mí, buscarme entre los otros». Si la libertad no es de todos, entonces es privilegio, discriminación o favor. Sin ella no concebimos ningún camino de prosperidad ni de felicidad.

Los protagonistas de nuestras noticias y reportajes lo son porque representan un ejemplo para los demás, para lo bueno y lo malo. Porque nos ayudan a situarnos en sus realidades. Y porque situarnos en sus realidades nos ayuda a ser mejores personas, mejores ciudadanos y, con ello, a ser más libres como partes de la comunidad.

Nuestras páginas son un lugar para mediar. En ellas caben, desde el respeto, opiniones opuestas, la dialéctica, el debate y hasta el conflicto. Con ellas buscamos la verdad, en un ejercicio de aproximación constante, nunca exacto ni acabado. Sin verdad, sin el contraste de los hechos, tampoco hablaríamos de libertad, sino de fe. O peor aún, de ese fundamentalismo tan apartado de los valores democráticos.

James Madison, cuarto presidente de los Estados Unidos, estableció la siguiente lógica, de plena vigencia: «Puesto que los humanos somos falibles, es necesario un Gobierno. Pero, puesto que el Gobierno también es falible, se necesitan herramientas que denuncien y corrijan sus errores, como lo son la convocatoria regular de elecciones, la protección de la libertad de prensa y separar sus ramas ejecutiva, legislativa y judicial».

Si no es posible disentir, si no se acepta al otro, si no cuidamos lugares o proyectos como El Norte para formarse un juicio, ceder y encontrarse, para vigilar, rectificar o dudar, lo que nos quedará serán sociedades menos libres. No solo más polarizadas, no más radicales, no más egoístas, no más mediocres, no más débiles, no más dóciles, que también, sino sociedades esclavas. De la autocensura, de la pereza, del miedo, del corto plazo, de la falsedad, la ceguera, la confusión y la falacia.

Nosotros también cometemos errores. Pero les diré que somos gente honrada. En El Norte de Castilla, los periodistas nos guíamos siguiendo las costuras de este viejo oficio, con pespuntes no siempre rectilíneos. En todo caso sinceros y reconocibles. ¿Cómo lo hacemos? La verdad es que lo hacemos en un entorno muy complejo, amenazados cada día por todos los que nos orillan por ser incómodos o porque no aceptamos servilismos de ninguna clase. A pesar de lo cual no renunciamos a una tarea que a veces resulta inabarcable.

Verán, publicamos más de 5.000 noticias distintas cada mes. Son distintas todas, cambian siempre. Todas se leen. Todo lo que publica un periódico se lee. Y de todas nos hacemos responsables, por todas ellas damos la cara. Nosotros sometemos nuestro trabajo diario a la crítica pública no como parte accesoria, sino esencial de nuestra misión ética, intelectual y social.

Esta profesión ha cambiado mucho los últimos 170 años... Salta a la vista. Les pondré un ejemplo de algo que no suele filtrarse más allá de las paredes de una redacción. Para muchísimas de esas 5.000 noticias que antes enumeraba, publicamos una alerta móvil o un cintillo de urgente en la web, un titular interior de noticia, quizás otro de portada, más otro que lee el buscador de Google, otro para Facebook, otro para X, otro asociado a un contenido de Instagram, probablemente uno distinto para TikTok, otro para la pieza de vídeo, otro para Google Show Case (un agrupador de noticias), otro igual traspasa al asunto y los enlaces de una newsletter, de una cobertura en directo, otro entra en el canal de whatsapp, otro se escribe para el papel, otro más para la portada que llegará a los quioscos… ¡Más de 15!

A pesar de las dificultades y los nuevos desafíos, creo que vale la pena. Si no existiera El Norte de Castilla, habría que inventarlo. Por eso, una vez que existe, considero que nuestro deber, y también el de la sociedad de Valladolid en su más amplio sentido, es protegerlo como una joya.

¿Podría ser declarado un bien inmaterial patrimonio de la humanidad? Igual es venirse muy arriba… ¿Pero patrimonio de Valladolid y Castilla y León?, absolutamente. La buena prensa, y El Norte lo es de la mejor, merecería la misma protección que cualquier tesoro: como una especie en riesgo de extinción, como una talla renacentista de Berruguete o Bigarny. Creanme, no habrá modo de superar el clima de crispación y ruptura que causa la polarización extrema en el discurso público sin el insustituible catalizador de la buena prensa.

Añadiré que El Norte es una obra en construcción permanente, un sentimiento de pertenencia, una visión cultural única, una garantía de derechos para los más débiles, un espejo de emociones. A veces es un grito, a veces es un susurro. Es el contrapeso del poder, es la urgencia, es la agitación, es el reposo, es la medida, la oportunidad, la primicia y la exclusiva. Es el detalle, es la recompensa, es el orgullo, es la solidaridad y la conciencia política. Un hogar, un refugio, un amarre, es de la familia. En ocasiones es la tristeza… Como hoy, cuando miramos a Valencia. Y la ternura. Y el dolor. Es la vida, queridos amigos. El Norte es una expresión de la libertad con sinónimos improbables y voces infinitas.

Éluard también dijo aquello de que hay otros mundos, pero están en éste; que hay otras vidas, pero están en ti. Algo así pasa con El Norte. Intentamos ser universales e integradores. Conservamos intacta la noble, poco corriente vocación de sumar, de abrazarles, de reunirles, de responderles y preguntarles, de ayudar, de conversar y discrepar; la sana, insólita costumbre de mirar siempre fuera de nosotros.

Recordaba hace poco en un acto sobre innovación digital la primera página del ejemplar que publicamos con motivo de nuestro centenario, el 18 de diciembre de 1954. Una columna del presidente del Consejo de Administración, Antonio Royo-Villanova, decía lo que sigue: «Cuando un periódico llega a vivir cien años, muestra, con ello solo, una fuerza y una energía innegables.

Se ha bañado en aguas diferentes, se ha sometido a costumbres diversas y tuvo, sin duda, el acierto o acaso la fortuna de identificarse siempre con todo lo que le rodeaba». A lo que yo añado: y de poder escribir la palabra libertad todos los días. Muchas gracias

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