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Hesiodo llama a la muerte la que hurta la voz. Eran aficionados los griegos a llamar a las cosas por otro nombre, al epíteto. Recuerden el de los pies ligeros, Aquiles; o a la de ojos garzos, la mismísima Atenea. La que nos hurta la ... voz es la muerte, para el autor de Los trabajos y los días. Y no es una mala metáfora, nada más definitorio de los cementerios que el silencio. T.S. Elliot opinaba que el mundo no se acabará con un estallido, sino con un quejido, el quejido que precederá a la quietud total.
El Norte cumple 170 años, y lleva dando voz a esta tierra todo ese tiempo, más de siglo y medio. Y es esa voz, la que cada día se renueva en sus páginas, la que mantiene viva a esa Castilla que cada jornada amanece en su cabecera. La tierra, como las personas que la conforman, como los árboles que la habitan, los ríos que la surcan, necesitan hablar, tener una voz. Ni siquiera una voz que la defienda, la reivindique o la invente –nada más alejado de la intención de mis palabras que del nacionalismo, la gran plaga del siglo XX que se perpetúa en el XXI-, sino simplemente que dé constancia de su existencia. De que no está muerta, de que una nube negra no le ha hurtado la voz. El Norte de Castilla, El Norte de Castilla… Cuánto eco, cuántas resonancias… El Norte, también sólo el Norte, como un lugar mítico que cada uno de nosotros ha conformado en su memoria, casi legendario. Podemos viajar por cualquier lugar de esta región, pasar de Soria a Salamanca, de Segovia a Zamora, de Burgos a Ávila y el nombre de este periódico seguirá teniendo un significado global, pero también individual. Y no quiero referirme a episodios añejos, ni a interpretaciones partidistas e interesadas: simplemente quiero decir que El Norte existe en los cuatro puntos cardinales de nuestra geografía y de nuestras identidades, tantas como lectores somos, tantas como gentes pululamos este rincón del mundo. Existe desde la coincidencia, desde la disparidad. Existe y no siempre tenemos que estar de acuerdo con quien nos acompaña.
Ciento setenta años son, principalmente, una promesa de futuro. La voz que no cesa, como aquel rayo de Miguel Hernández, viene acompañándonos desde sus inicios, un amigo que nos cuenta historias en este ya largo camino. Otros, mejor que yo, les hablarán de los grandes directores que ha tenido, de tiempos pasados, de las vicisitudes superadas, de guerras, de derrotas y victorias… Habrá tantas anécdotas dignas de ser relatadas. Ser el periódico más antiguo de España, el decano, es un largo petate sobre los hombros. Pero estoy convencido de que todo ese patrimonio es, sobre todo, un aval para el futuro. No puede ser de otra manera. ¿Se imaginan esta tierra sin El Norte? Yo soy incapaz: no puedo, no quiero, bastantes soledades arrastramos ya por estos lares. El Norte seguirá asomándose cada mañana a la actualidad, a la opinión, al análisis y habrá muchos que no estarán de acuerdo con su visión, otros sí, unos le tacharán de ser así y otros de ser asá. Pero seguirá siendo el Norte, el de Santiago Alba y el de Delibes; el de Jiménez Lozano y el de Altés. El suyo y el mío. Llegar a esa edad supone un enorme reconocimiento a tantos lectores que se han empeñado en su supervivencia; es un homenaje a sus trabajadores que, en estas épocas de cambio, han sabido adaptarse a las nuevas tecnologías, al nuevo modo de hacer periodismo, trabajo hoy tan amenazado, violado, prostituido por los mercenarios de la verdad. Ojalá un día, a punto de empezar el siglo XXIII, otro articulista les hable de los 340 años de El Norte. Yo, ay, estaré ya con Hesiodo, sin voz.
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