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IVÁN SAN MARTÍN
Opinión

Tras los pasos de Geache

Mi bisabuelo Gregorio Hortelano era dibujante, caricaturista, ilustrador, cartelista, divulgador y escaparatista en la España de la preguerra. Nunca firmaba con su nombre y usó varios seudónimos. En El Norte de Castilla fue, durante once años, Geache

Lunes, 4 de noviembre 2024, 07:59

De las cuatro hijas que trajo a este mundo mi bisabuela Amparo, todas, menos Carmina que murió con apenas dos años, tuvieron un temperamento muy artístico. Marisa, la pequeña, era una apasionada de la música. No paró hasta que de niña consiguió una beca para estudiar piano y toda su vida estuvo vinculada a lo melódico. Pilar, mi abuela y la única que se casó y tuvo hijos, escribía. Diarios de viajes, cartas, poesías… Nos ha dejado cuadernos llenos de pensamientos y reflexiones. De forma tardía, comenzó a pintar como ya hacía su hermana Amparo. La primogénita, seguramente la más bohemia, siempre se relacionó con artistas y sus pinturas y esculturas tienen rasgos de diferentes movimientos. Su madre potenció una vena artística que llevaban en el ADN.

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Su padre, y mi bisabuelo Gregorio Hortelano, era dibujante, caricaturista, ilustrador, cartelista, divulgador y escaparatista en la España de la preguerra. Nunca firmaba con su nombre y usó varios seudónimos. En El Norte de Castilla fue, durante once años, «Geache». Sus coetáneos destacaron de él su visión humorística del mundo, también su técnica, y lo definieron como afable, modesto, sencillo y un hombre bueno. Sus hijas, como un padre amantísimo y bromista al que tuvieron que echar de menos demasiado pronto.

No cayó muy bien en la familia eso de que Gregorio comenzara a pintar caricaturas para el principal periódico de la época de Valladolid. De profesión ferretero, le acusaron de descuidar el negocio contratando personal mientras él se volcaba en el dibujo, al que nunca se dedicó de forma profesional.

También le reñían por dar una educación demasiado liberal a sus hijas. Pero, claro, llevar a una niña de apenas nueve años a ver un espectáculo de vedettes en el Lope de Vega posiblemente no fuera lo más acertado. Y sin embargo, con qué cariño recordó siempre ese día mi abuela y qué feliz fue repitiendo los cánticos escuchados, delatores después de tan inadecuada excursión.

El bisabuelo Gregorio abandonó el periódico, con gran pesar, cuando comenzó la Guerra Civil. Las ilustraciones se prohibieron de forma inmediata. Seguramente entonces ya estaba enfermo. Murió un año después de cáncer y mi bisabuela Amparo tuvo que ponerse al frente del negocio familiar, que dejó de ser una ferretería para convertirse en una «más femenina» droguería. Había tres hijas que alimentar.

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En este 2024, el decano del periodismo español cumple 170 años. Tras todo lo que le he contado, supongo que será consciente de la emoción que me embargó el día que Ángel Ortiz, director de este diario, me propuso, sin saberlo, continuar con el legado familiar. Por desgracia, ya no hay ningún Hortelano que conociera a «Geache». Su primera nieta nació mucho después de que falleciera y la última de sus hijas que nos dejó, la tía Marisa, lo hizo en 2018. Muchas veces imagino a la metódica Amparo, que leía todos los días El Norte de primera a última, apuntando alguna corrección al artículo de los miércoles de su sobrina-nieta; a la alegre y dicharachera Marisa sugiriendo algún tema del que opinar; y a Pilar, mi abuela, que escribió cartas a su padre durante toda su vida, emocionada y orgullosa.

Ninguna de las tres vivió de forma permanente en Valladolid, pero Amparo y Marisa regresaron tras la jubilación. Siempre que ibas a su casa, sobre la mesa, estaba El Norte de Castilla abierto por el crucigrama, manoseado y garabateado. Era, y es, el periódico de casa, testigo de la Historia y, también, de muchas historias que necesitan ser contadas.

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