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El pasado mes de febrero el semanario 'The New Yorker' publicaba un reportaje donde se aseguraba que en Estados Unidos ya existen más de doscientos condados sin prensa local, es decir, más de doscientos condados en los que el poder puede hacer lo que quiera porque no hay nadie que lo fiscalice, nadie que haga preguntas incómodas y nadie que critique los excesos, la incompetencia y esa extraña propensión al abuso que le entra al político cuando ve su nombre en el BOE. Hay que recordar que no solo el político electo cumple un mandato democrático: también lo hace la prensa. El artículo 20 garantiza el derecho a la información del ciudadano. Pero sin prensa, el ciudadano no puede ejercer ese derecho. Y sin prensa local, el ciudadano residente en los núcleos más alejados del foco está indefenso. Así que la existencia de prensa local no responde al deseo caprichoso de alguien, sino a un mandato constitucional que, como tal, ha de ser protegido.
En el caso de Estados Unidos los condados en los que ha desaparecido la prensa local suelen ser los más pobres. Y si una sociedad sin prensa supone un gran peligro para todos, el sesgo de pobreza debe ponernos en alerta máxima: son los más desfavorecidos los más afectados por su desaparición. Aunque, en realidad, lo somos todos. Donde no hay prensa local los ciudadanos se (des)informan a través de redes sociales, especialmente de X, una plataforma especialmente perniciosa en la cual los grupos interesados en desinformar hacen su patria. También acuden a grupos de Telegram y de Whatsapp en los que se distribuyen masivamente conspiraciones y fake news. Y queda la prensa nacional, que, al no contar con información de cercanía, tiende a incrementar la polarización. El declive de la prensa local es una de las razones por las que Trump ganó apoyo a pesar de llevar a cabo una campaña repleta de mentiras. La situación en Europa, con partidos de extrema derecha al alza en todos los estados, no es mejor. Y no les digo ya en España, con un gobierno que encabeza la distribución de fake news, bulos, mentiras y que, bajo la excusa de acabar con la desinformación, amenaza la propia libertad de prensa.
El Norte de Castilla lleva 170 años informando de lo que sucede en Valladolid y en Castilla y León, es decir, lleva 170 años mejorando la sociedad en la que opera. Sin El Norte de Castilla los vallisoletanos no solo estaríamos más desprotegidos ante el poder, sino que viviríamos en sociedades más fanatizadas, polarizadas y desinformadas. Menos cultas, menos libres. Nadie habría defendido la democracia, nadie habría defendido el campo castellano y nadie habría supuesto, a través de su mera existencia, un freno a las pretensiones autoritarias que nos han acompañado siempre y que, desgraciadamente, siempre lo harán.
Sin El Norte de Castilla Valladolid y Castilla y León serían peores lugares para vivir. Por eso hoy no solo toca defenderlo como un activo clave sino dar las gracias a todos aquellos que han dedicado su vida a hacerlo posible.
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