Lo decía Miguel Delibes, que prefería la vida de provincias antes que la capitalina, porque aquí se veían a los personajes nacer y morir, se observaba pacientemente una vida completa, en definitiva. Matizando el yermo de Castilla, surgen oasis venidos de lejos que han florecido ... donde menos se piensa, como es el caso de nuestro periódico. Y por eso rechazó la oferta de irse a Madrid a dirigir El País, porque en provincias el tiempo transcurre más lento y eso lo notamos los que, hijos del exilio castellano, tuvimos que marcharnos a la capital de España a ganarnos el pan. El Norte de Castilla es aquí la rosa de los vientos y de los tiempos de la información, con su anacronismo tan moderno, pues del anacronismo y apego a la forma de entender la información provincial nace la resistencia y la longevidad. Lo que hacemos con las noticias no es sino una categoría digerible en anécdotas y titulares soportables por el común.
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En un rincón de Castilla se ubica, pues, el periódico más ubérrimo de la región, como alimentado con el trigo y las cosas de otro tiempo. El tabernero feliz tiene un ejemplar o dos en la barra, y así su vino adquiere más verdad, como si fuese lo uno con lo otro, de manera indivisible, con el clarete o con el ribera, en una escena repleta del sol de la calle Santiago o de la Fuente Dorada, o detrás de La Antigua. En el Campo Grande está la pérgola de los periódicos, sobre las mesas, y los paisanos leen dándole nombre a las cosas del mundo, con esa tipografía de solera antigua. Porque cuando España fue admitida en la ONU, en 1955, Delibes lanzó el periódico a un viaje independiente y comprometido con Castilla que alcanzó su cenit en las décadas de los años 50 y 60, primero como subdirector –en 1953–, después como director interino –1958– y, finalmente –en 1960–, como director, cuando incorporó a sus páginas Martín Descalzo, José Jiménez Lozano, Miguel Ángel Pastor, Francisco Umbral, Carlos Campoy, Manu Leguineche, Fernando Altés Bustelo, César Alonso de los Ríos y Julián Lago. Como subdirector, Delibes recuperó la línea editorial regionalista, liberal y castellana con secciones como «Campos y mercados», «En defensa del castellano», «Campaña para la creación y mejora de escuelas», «Moda y hogar», «Radiotelefonía» o «Tres minutos», que se publicaba en la última página y en la que brilló con luz propia el mencionado maestro Lago, que se marchó a buscar la verdad en una máquina, allá por los años noventa.
Con el suplemento semanal agrícola de 1955, «Las cosas del campo», recogió Delibes el sentir castellano, sus preocupaciones, una corriente castellanista que llegó a su máximo exponente con la creación del suplemento «Ancha es Castilla», reivindicación de los pueblos castellanos, entre el periodismo y la literatura. Como siempre por aquí. La preocupación de Delibes por el problema del agua en Castilla y la necesidad de convertir su tierra al regadío llega hasta 1986, cuando vuelve sobre los mismos problemas en Castilla habla. Esta idea resistente, naturalmente y como era de esperar, la han entendido mejor los castellanos que los demás, porque salvo el también centenario El Faro de Vigo, la cosa va hoy de medios efímeros y proyectos periodísticos que van y vienen. Un buen periódico es la historia de España contada elegantemente, con su geografía e historia, sus matemáticas de la economía doméstica y sus opiniones de nuestro tiempo que aquí, en El Norte, se han vuelto perennes, tan valederas como el propio legado de Delibes, el espíritu de la letra de un periódico de antaño con mucha tinta de hogaño.
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