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Iván San Martín
La buena letra
Opinión

La buena letra

«La secular obsesión de El Norte por la buena letra, en la más amplia extensión del término, le ha llevado a ser considerado como uno de los grandes modelos del buen uso del lenguaje periodístico en español»

Carlos Aganzo

Valladolid

Viernes, 25 de octubre 2024, 08:07

Guardo como un tesoro de la memoria las últimas palabras que escuché de labios de Miguel Delibes, cuando se despedía de mí, apenas tres meses antes de su muerte. Los dos consejos que, en un ejercicio extraordinario de síntesis, representaban quizá lo mejor de su legado: piensa que de una u otra manera todos somos de pueblo y no te olvides nunca del campo ni de la naturaleza… y cuida mucho del periódico, sobre todo de las faltas de ortografía. Es decir: velemos por el lugar del hombre en el mundo, y por la excelencia de su expresión. Así lo entendí yo.

Como sabemos por sus libros, por sus artículos o sus cartas, la «buena letra», es decir, la justeza y la pulcritud de la escritura, fue una de las grandes obsesiones de Delibes. El mismo espíritu insobornable de su tío, don Santiago Alba, cuando en 1918 escribió un telegrama a los trabajadores del periódico, que le deseaban una pronta recuperación tras un accidente: «Brazo no duele. Duelen erratas Norte». La mejor expresión del rigor en el decir, que es el primer paso, entre periodistas, del rigor en el informar.

La secular obsesión del Norte por la buena letra, en la más amplia extensión del término, le ha llevado a ser considerado como uno de los grandes modelos del buen uso del lenguaje periodístico en español. Y a lo largo de sus 170 años, tan importante como la independencia y la libertad periodísticas, como la honestidad y el rigor informativos, la valentía a la hora de defender y ejercer la profesión y el compromiso con sus lectores, lo ha sido el valor de la escritura. Empezando por sus directores, que a lo largo de tres siglos han sido y siguen siendo ejemplo de fidelidad y amor a la buena letra. Hasta hoy mismo, en la mejor herencia de un Delibes, un Cossío o un Jiménez Lozano, por decir tres nombres.

Con frecuencia pienso en las turbulencias que el periodismo (como la escritura) sufre cada día frente a las convulsiones de un mundo tan pleno de incógnitas como de zonas oscuras. Torbellinos, vorágines que tantas veces nos hacen intuir que, en plena revolución tecnológica, caminamos con las nieblas de la edad media como grilletes en los tobillos. Pero cada vez que pienso en la edad media pienso también en el renacimiento. En el modo en que los hombres del siglo XV y el XVI supieron transformarse, consiguiendo que renaciera en ellos el gran legado de las culturas griega y romana, apoyados en la tecnología, con la imprenta de Gutenberg a la cabeza.

No sé hasta qué punto, en el momento en el que celebramos los 170 años de El Norte, estamos todavía con un pie en la edad media del ensordecedor ruido mediático y con el otro en ese renacimiento necesario, que nos tiene que ayudar a dar un nuevo paso hacia adelante. Pero estemos donde estemos, algo sí me parece seguro: la buena educación, como el buen periodismo, como la buena letra con la que hemos de seguir escribiendo, analizando, informando y pensando, son herramientas imprescindibles para ese tránsito. La inteligencia natural, la fuerza del arte y el pensamiento, y también la pericia, el rigor y la honestidad del periodismo, como garantías de un futuro más humano, frente a la pesadilla de los hombres esclavizados por el algoritmo. No sería la primera vez que ocurriera: en las páginas de El Norte, desde el año 1854, esta crónica del caer y el levantarse, del oscurecerse y el volver a brillar se ha escrito muchas veces. Algo de ello podemos leer ahora mismo en internet, en las noticias, artículos y reportajes del periódico digital. Y mañana en su edición de papel.

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