María Sandoval, en la localidad segoviana de Garcillán. Antonio de Torre

María Sandoval, técnico de Radiología

Los que se quedan Un pueblo distinto pero la misma vida

Hija de hosteleros, viajó de Venta de Baños a Garcillán, donde ha formado una familia a medias con un carretillero leonés que emigró de su mano

Viernes, 25 de octubre 2024, 07:15

María Sandoval, en la localidad segoviana de Garcillán. Antonio de Torre

Cuando María del Carmen Sandoval miró casas en Segovia nunca contempló la capital. De pueblo a pueblo: la chica de Venta de Baños (Palencia) echó raíces en Garcillán (Segovia). «Queríamos crear un grupo, que es lo que hemos vivido desde que hemos nacido. Las fiestas de un pueblo, la manera de convivir allí». Así nació la familia de una técnica de radiología palentina y un carretillero leonés que han creado un hogar durante una década de experiencias.

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La infancia en Venta de Baños de María, hija de hosteleros, fue idílica. «Una vida hecha al pueblo, a mí me encantaba estar allí. Me tuve que ir por mi camino laboral, por decidir que quería ser sanitaria y me gustaba esto de los rayos». Pudo terminar en el otro lado de una barra, pero acabó en el otro lado de una resonancia. Había estudiado documentación sanitaria en Palencia. «Pero noté que no me gustaba».

Así que la primera migración de María, de 40 años, fue de Venta de Baños a León, donde estudio radiodiagnóstico. Probó suerte en los dos centros públicos que había en la región -también Salamanca- descartando la opción privada de Valladolid por el consejo de una amiga. «Que las prácticas y la máquina que tenían en clase era muy mala». Pequeñas decisiones y grandes consecuencias. Pudo terminar con familia charra, pero el sí lo encontró en León y fue sin reparos. «Yo soy una tía bastante abierta, muy social. Toda la vida mis padres en un bar, me he criado mucho allí, no me costó mucho hacerme». Tuvo un aliado, un amigo que estudiaba ya allí biología y con el que compartió piso. «De ahí salió mi matrimonio». Porque a aquel piso llegó la que después sería su cuñada y gracias a ella conoció a su hermano, su actual marido.

«En Garcillán hacemos vida completa. A Segovia bajas a la compra y al trabajo y ya»

Su traslado a Segovia empezó de forma tangencial, con una entrevista en Valladolid con el grupo Recoletas. La idea inicial era un puesto en unas unidades móviles que operaban por el norte, en concreto, Cantabria. «Pero me dicen que lo tienen cubierto. Y cuando estaba volviendo a mi casa en Venta de Baños, a la altura de la Trapa, me volvieron a llamar desde las oficinas. Era la encargada del hospital de Segovia, que ella sí tenía un puesto libre». Eran cuatro técnicos en la plantilla y buscaban a un quinto de jornada completa. Así que deshizo el camino para su segunda entrevista en el mismo lugar y en el mismo día. Dijo que sí en junio y llegó a la ciudad en julio de 2007.

Llevaba entonces un año saliendo con su futuro marido, que esperó en León el desarrollo de los acontecimientos. María vivió la primera semana en La Vadama, un hostal del barrio de San Lorenzo. En ese tiempo empezó a buscar pisos de alquiler. «No sabíamos lo que me podía durar esto, de primeras me hicieron seis meses de contrato». Dio con un alquiler compartido en La Albuera, cerca del antiguo parque de bomberos. Apenas dos meses. «Mi marido dice que me dure lo que me dure el contrato, que él se viene para acá. Que deja su trabajo y que probemos aquí. Que vaya buscando un piso para los dos». Nueva mudanza hacia la calle Lirio, detrás de la piscina climatizada.

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Y llegó otro segoviano adoptivo. Alguien que trabajaba en la construcción y que encontró trabajo en Thermobel (una tienda de muebles), un puesto efímero que desapareció por la llegada de la crisis inmobiliaria en 2008. Empezó con las ETT y en apenas un par de semanas entró en Ontex, una empresa dedicada a la fabricación de productos de higiene donde estuvo empleado hasta el año pasado. Sigue siendo carretillero, ahora en Santo Domingo. Mientras, su mujer no se movió de Recoletas, donde lleva trabajando 17 años. Un empleo al que sumó horas en la Seguridad Social. «Empecé a meter la cabeza en la pública durante los típicos contratos eventuales de verano y navidades». El trabajo fue lo que en definitiva asentó sus cimientos. «La vida aquí ya nos iba agarrando. Tampoco teníamos obsesión de volvernos a nuestras ciudades porque cada uno éramos de una».

Así que en 2011 se casaron. Eso sí, en Palencia. «Era mi casita», sonríe ella. Continuó con los dobles trabajos y compraron una casa en Garcillán. Querían la zona oeste porque era la que mejor comunicaba con sus trabajos. «Valverde como pueblo nos gustaba mucho, pero se nos iban mucho los precios y nos teníamos que aclimatar a la hipoteca que nos podrían llegar a conceder». Y eligieron allí hogar sobre Hontanares de Eresma, su otra opción.

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Y allí se quedaron, porque el destino no volvió a tentarles con un cambio de aires, pese a que el restaurante de sus padres cerró tras su jubilación. El mayor conflicto de su trayectoria vino por dejar de trabajar en la pública a partir de su primer embarazo, en 2013. «Ya no podía estar doblando y es la decisión que más te viene a la cabeza porque los sueldos en la privada están estancados y en la pública, por suerte, han ido mejorando». Pero Segovia nunca se cuestionó como destino.

Pueden esgrimir un buen grupo de amigos en Garcillán y también en Valverde, donde estudian sus dos hijos. «No nos plantearíamos siquiera la idea de salir de Garcillán, porque tanto en un pueblo como en otro estamos haciendo una vida completamente llena en invierno y verano. A Segovia bajas a la compra y el trabajo, ya está». Y los paseos por La Fuencisla, con bocata en mano. «Por la tranquilidad que me aporta. El paseo desde la Casa de la Moneda hasta San Lorenzo me encanta».

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«Siempre he querido estar cerca (de Venta de Baños) para ir cualquier fin de semana»

No fue la única conexión entre Venta de Baños y Segovia, entre su pasado y su presente. Al bar de sus padres acudía con frecuencia un vagabundo nacido en Valladolid, un joven que había sido abandonado. «Mi padre le daba siempre un bocata y le decía que no se metiera en jaleos». Pero no pudo seguir el consejo y María se reencontró con él en la Seguridad Social: tuvo que hacerle una prueba de rayos como preso de la cárcel de Perogordo. «Ha sido de las cosas que más me han impactado. Le dije, ¿pero sabes quién soy? Él, avergonzado, solo tenía una respuesta. 'Por favor, no se lo digas a tu padre, que me ha ayudado mucho en la vida'».

Mientras, ella ha conseguido la estabilidad. «Creo que durante bastantes años no va a cambiar porque los niños son pequeños». Pero no descarta un nuevo contexto en el futuro, quizás cuando sus hijos crezcan y estudien en otros lugares. «A mi marido y a mí nos gusta bastante el ambiente, salir, tomar algo; no sé si de aquí a 15 años mi vida puede dar la vuelta y acabar en Segovia ciudad, si económicamente me lo puedo permitir». Lo que no tiene es la cuenta pendiente de volver al pueblo.

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Quizás no tenga necesidad porque ha encontrado otro hogar cercano. «Si tus raíces son de peso [habla de sus padres y de sus amigas] siempre he querido estar cerca para poder ir allí cualquier fin de semana. Me gusta vivir todo lo que puedo con ellas, yo sigo bajando una vez al mes». Ventajas de no irse demasiado lejos.

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