Borrar
Ángel Bellogín Aguasal, a la izquierda, con su descendiente Mario Martín Bellogín. EL NORTE
Los recuerdos revolucionarios del farmacéutico Bellogín
Historias de nuestra historia

Los recuerdos revolucionarios del farmacéutico Bellogín

La inquina popular hacia Isabel II facilitó el triunfo de la Gloriosa Revolución en Valladolid, el 30 de septiembre de 1868, que aprobó medidas anticlericales

Enrique Berzal

Valladolid

Lunes, 4 de noviembre 2024, 07:58

«El miércoles 30 de septiembre y los restantes de aquella semana, fueron en nuestra ciudad días de jubilosa animación». Ángel Bellogín Aguasal, testigo de excepción de la Gloriosa Revolución de 1868, que destronó a los Borbones y trajo la primera democracia a España, regaló a los lectores de El Norte de Castilla 27 capítulos con sus recuerdos de aquel acontecimiento. Se publicaron entre el 3 de enero y el 28 de agosto de 1912 y llevaban por título «La Gloriosa en Valladolid».

Bellogín, farmacéutico de profesión e hijo de un progresista célebre en cuya botica se celebraban tertulias de claro signo político, desvelaba las conspiraciones previas al triunfo de la batalla de Alcolea y desgranaba el día a día de la revolución septembrina en la ciudad del Pisuerga. Y es que el entusiasmo popular fue tan desbordante, que hasta la «gente menuda» canturreaba «con infantiles voces esta copilla barata, no exenta de sentido moral: El 30 de septiembre/ se supo la maldad/ ¡Abajo los Borbones!/ ¡Viva la libertad!».

La grave crisis financiera, la inclemente sequía, el encarecimiento de las subsistencias y los estragos de la fiebre tifoidea pusieron su granito de arena a los planes de los conspiradores progresistas y demócratas, que ya en 1866, desde Miranda de Ebro, establecieron relaciones con el Comité Revolucionario de Bruselas, presidido por Prim. En Valladolid se reunían de tapadillo en las sombrererías de Buxó y Hernández, en la guantera de Callejas y en la botica de Bellogín, padre de Ángel, animados por las palabras de Atanasio Pérez Cantalapiedra, Eugenio Díez Pedro, José María Cano, José Treviño, Eustoquio Gante, el citado Alau, José María Álvarez Taladriz y Sabino Herrero Olea.

La otra rama antiborbónica, menos numerosa pero más radical, la formaban los líderes del Partido Demócrata, los Lucas Guerra, Alejandro Rueda, Ramón Liberto, Gregorio Escolar, Pepe Soler, Manuel Ganzo, Pedro Solas y Mariano Santervás, entre otros. Con órdenes de Prim llegaron a Valladolid, trece días antes de los sucesos de Alcolea, dos emisarios para sublevar a la tropa, y a ello salió decidido, el 15 de septiembre de 1868, Ceferino Romón en dirección al cuartel de San Benito. Pero no solo su esfuerzo fue en vano, sino que a punto estuvo de ser sorprendido y arrestado. De modo que la Gloriosa llegó a esta ciudad sin más estruendo que el temor provocado por la victoria de Serrano en la batalla de Alcolea. Sabedoras de que nada podían hacer contra aquellos vientos de revolución, las autoridades dinásticas renunciaron a toda defensa y pactaron la capitulación.

La proclamación de la Gloriosa se verificó a primeras horas de la mañana del 30 de septiembre de 1868, miércoles para más señas, momento en que se constituyó la Junta Revolucionaria provisional. Presidida por Genaro Santander, le acompañaban Eugenio Alau (vicepresidente) y los vocales José María Cano, Saturnino Guerra, Liborio Guzmán, Manuel Gutiérrez Barquín, Lucas Guerra, Remigio Callejas, Eusebio Lafuente y Eulogio Eraso, con Laureano Álvarez como secretario. El general Orozco, al mando de la situación, se apresuró a recordar en un bando que reprimiría «con mano fuerte toda clase de excesos».

Ante una multitud exultante, congregada en la Plaza Mayor, Alau leyó una proclama que afirmaba «no más Borbones, no más tiranía, no más escándalo» y decretaba llegada la hora de que España entrara «en el concierto de las naciones progresistas y ordenadas»: «El mismo día que empieza la vida de la libertad, empieza para los buenos ciudadanos una serie de deberes, sin cuyo cumplimiento, no puede haber orden, ni justicia, ni progreso», recordó, mientras agradecía la labor del Ejército y la Marina, «que nos han redimido de la tiranía».

Antes de que la banda amenizase el bullicio popular con el Himno de Riego, Alau descolgó el retrato de la reina, lo rompió en pedazos y lo lanzó a la muchedumbre, que recorrió las calles dando vivas a la soberanía nacional y mueras a los Borbones. La Junta revolucionaria definitiva, votada por sufragio universal el 1 de octubre, tomó posesión 48 horas después. Además de restablecer el orden y el servicio de la Guardia Civil, de destituir a los miembros de la Diputación, reorganizar las Juntas Provinciales de Sanidad y Beneficencia y decretar el desestanco de la sal y el tabaco y la abolición de la contribución de consumos, las autoridades junteras emprendieron medidas de corte anticlerical como la extinción de la Compañía de Jesús, la supresión del Seminario para sustituirlo por una Facultad de Teología, la orden expresa de retirar todas las campanas de los templos y emplear su metal para acuñar moneda, y la supresión de edificios tan emblemáticos como el Convento del Corpus Chirsti, obligado a cerrar sus puertas.

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elnortedecastilla Los recuerdos revolucionarios del farmacéutico Bellogín