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La excusa era el partido de pelota entre Irún y Araquistain (blancos) contra «Muchacho» y Sarasúa (azules). Lo más importante, la inauguración, aquel 7 de septiembre de 1894, de una obra emblemática en Valladolid: el Frontón de Fiesta Alegre, un enorme centro deportivo levantado en el número 7 de la calle Muro. A sus llamativas dimensiones sumaba la calidad de los materiales empleados, pero sobre todo lo que suponía de avance y modernidad para una capital de provincias que, de esta forma, satisfacía la novedosa cultura del ocio que demandaba su pujante burguesía.
El principal impulsor de la idea fue el hacendado local Ángel Chamorro, industrial de renombre que, muy aficionado al juego de pelota, aspiraba a que Valladolid albergase un frontón similar a los existentes en Madrid y Barcelona. Para ello se asoció con los madrileños José Rodríguez y Valeriano Macuso. Las obras comenzaron a finales de 1893, según planos de Jerónimo Ortiz de Urbina, y finalizaron en agosto del año siguiente bajo la dirección del también arquitecto Santiago Herrero.
Como ha escrito José Miguel Ortega del Río, todos los materiales empleados en su construcción se realizaron en Valladolid –ladrillo de la fábrica de Eloy Silió, carpintería por los sobrinos de Pedro Anciles, decorado interior de Luis Gijón, obra de hierro por Leto Gabilondo, cristalería de cubierta por Claudio Cilleruelo-, lo que vendría a demostrar el gran nivel técnico alcanzado por sus empresas. Con fachada principal de ladrillo, las dimensiones del nuevo centro deportivo eran impactantes, pues ocupaba un total de 1.800 metros cuadrados, de los que 1.320 correspondían a la cancha de juego, cuya altura, hasta la cubierta de cristal, era de 24 metros. Esta última, formada por 7.000 cristales y sostenida por bastidores y correas de hierro, era uno de sus elementos más característicos.
En el interior se dividía en tres pisos y contaba con servicios como café, vestuario, contaduría, enfermería, botiquín y retretes. Al partido inaugural, en el que resultaron vencedores «Muchacho» y Sarasúa, asistió numeroso público, que, a decir de Casimiro G. García-Valladolid, quedó muy satisfecho, «ofreciendo hermoso y agradable conjunto, así en el interior del frontón, como a la salida, que llenó de carruajes y curiosos la ancha y dilatada calle de Muro». Los primeros años del Frontón de Fiesta Alegre, bautizado como el que en 1892 se había inaugurado en Madrid, no defraudaron: además de los encuentros de pelota, albergó otros muchos espectáculos y actos, incluidos mítines políticos.
Sin embargo, con el tiempo fue languideciendo y terminó siendo empleado para otros usos, incluidos los espectáculos taurinos. Es más, a partir de 1910 pasó a ser «Escuela Circo-Taurina». De ahí que no tardara en ser codiciado por diversas sociedades como posible sede. En febrero de 1913, por ejemplo, el Centro de Sociedades Obreras, de marcada tendencia socialista, planteó la posibilidad de adquirirlo para convertirlo en Casa del Pueblo, lo cual requería hacer frente a las 125.000 pesetas que exigía el dueño.
Paradójicamente, sin embargo, terminarían siendo sus adversarios en la lucha obrera quienes adquirieran el edificio: en efecto, pocos meses después, concretamente en julio de 1913, la Sociedad Protectora del Obrero, de inspiración católica, adquirió el Frontón y lo cedió en usufructo a la Asociación Católica de Escuelas y Círculos Obreros, impulsada por el jesuita Sisinio Nevares, para ser utilizado por la Casa Social Católica, auténtico emporio del movimiento social-cristiano español y castellano. La licencia de obras necesaria la otorgó el Ayuntamiento a Narciso de la Cuesta, presidente de la Sociedad Protectora del Obrero, en 1914.
Como ha escrito Manuel de los Reyes en un documentado libro sobre esta institución, el coste total de las obras de reforma ascendió a 175.000 pesetas y el encargado de llevar a cabo la adaptación del edificio fue el conocido arquitecto Jerónimo Arroyo. El antiguo Frontón de Fiesta Alegre se convertía en el Teatro-Cine Hispania, con capacidad para 2.000 localidades entre butacas, palcos y paraíso. Fue inaugurado el 21 de noviembre de 1915. A partir de ese momento, el local ofreció sesiones cinematográficas, representaciones teatrales, reuniones de los Sindicatos Católicos, así como una serie de actos culturales de todo tipo.
El final de la Guerra Civil y la imposición, por parte de la dictadura franquista, de un sindicato único y oficial sellaron el declive del sindicalismo católico. La Casa Social Católica quedaría, por tanto, reducida a albergar las actividades del Teatro-Cine Hispania. Convertido luego en sede del Frente de Juventudes, el último propietario del inmueble, que en su día albergó uno de los frontones más espectaculares del país, fue la Confederación Hidrográfica del Duero, que en los años 60 volvió a reformarlo para adaptarlo a su nueva función. Finalmente, la piqueta lo derribó en octubre de 1967.
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