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La esquela apareció publicada en El Norte de Castilla el 2 de marzo de 1901. Un día antes, a la una y media de la madrugada, había muerto uno de los aristócratas más importantes de Valladolid. Se llamaba José Antonio Pintó y Lara y su familia eran los condes de Añorga. También su viuda, María Lecanda y Toca, pertenecía a una de las familias más distinguidas de la ciudad del Pisuerga, pues su padre, Toribio Lecanda, había sido propietario de la Plaza de Toros, fundador del Banco de Valladolid y uno de los máximos contribuyentes de la ciudad.
A ambos se debe un hecho crucial para la sociabilidad burguesa del Valladolid del siglo XX: la decisión de derribar el edificio del Círculo de Recreo, situado desde mediados de la centuria anterior entre las calles Olleros (actual Duque de la Victoria) y Constitución, aquejado de ruina, para levantar uno nuevo, el actual. Pintó solicitó la licencia al Ayuntamiento en abril de 1900. Tres meses después se firmaban las escrituras ante el notario Ignacio Bermúdez. El nuevo edificio se encargó al arquitecto Emilio Baeza Eguiluz, quien dirigió las obras junto a Julián Palacios. Estas comenzaron en los primeros días de 1901 y finalizaron en el mes de mayo de 1902. El día 29 ya estaban en pie todas las salas; se instaló calefacción por vapor de agua y la Sociedad Eléctrica Castellana se encargó del alumbrado eléctrico. En aquel momento, el Círculo de Recreo ocupaba casi exactamente los locales actuales salvo la planta baja, donde se instaló el «Café Valladolid».
«Respondiendo a las aspiraciones que Valladolid tiene de irse convirtiendo en gran ciudad, para lo cual es indispensable que eleve en sus calles edificios en los que el buen gusto corra parejas con el ornato y la suntuosidad, llenando las necesidades y las exigencias de la vida moderna, se ha construido sobre el solar que ocupó el antiguo Círculo llamado vulgarmente de la Victoria, un nuevo edificio de trazas y proporciones artísticas, hecho expresamente para instalar en él el Círculo de Recreo de Valladolid», podía leerse en El Norte de Castilla el 30 de mayo de 1902. Era la culminación de 58 años de historia desde el inicio de esta selecta sociedad, abierta en octubre de 1844 en un local de la calle Teresa Gil con 72 socios. De ahí pasó a los pisos principal y segundo del edificio número 41 de la Acera de San Francisco, propiedad de Pedro Ochotorena, hasta su ubicación definitiva, en 1853, en un edificio que entonces era propiedad de Toribio Lecanda, suegro de Pintó.
Cuando en 1889 la junta directiva del Círculo de Recreo, que ya contaba con más de 300 socios, alertaba del mal estado del edificio y de la necesidad de acometer reformas urgentes, este había pasado ya a ser propiedad de Juan Antonio Pintó. Casado con María Lecanda (hija del antiguo propietario), Pintó era un aristócrata que se había licenciado en Derecho Civil pero que nunca ejerció como abogado. No le hizo falta. A la fortuna familiar sumaba una enorme influencia a todos los niveles, también en el político. De hecho, fue concejal conservador y diputado provincial, y como tal se le encomendó, en 1895, junto a César Silió, emprender las acciones necesarias para traer los restos de José Zorrilla a Valladolid. Su presencia en la sociabilidad más pujante de la ciudad explica que en 1894 fuera nombrado vicepresidente de la Sociedad del Teatro Calderón. También formó parte de la junta provincial de Instrucción Pública.
Hasta su vivienda particular, situada en la calle Francos número 22, actual Juan Mambrilla, llamaba la atención por haber sido la morada de Álvaro de Luna durante el tiempo en que estuvo en capilla. Cuando en 1889 Pintó y su mujer decidieron derribar el edificio del Círculo de Recreo para levantar uno nuevo (tres años antes no habían llegado a un acuerdo con el arquitecto Teodosio Torres para acometer determinadas reformas), la sociedad hubo de arrendar la vivienda número 2 de la calle de Alfonso XII, propiedad de Carlos Santamaría, y los almacenes situados en el número 15 de la calle Duque de la Victoria hasta que finalizaran las obras.
El propietario no pudo ver el magnífico resultado, pues falleció el 1 de marzo de 1901, un año antes de la puesta de largo del nuevo Círculo de Recreo. Era, ciertamente, un local para privilegiados: sus socios disfrutaban de servicios tan avanzados en la época como teléfono, coches, baños, ascensor, duchas y peluquería. Ya es sintomático que en 1904 la Junta General acordase, por mayoría aplastante, impedir el acceso a personas con boina o gorra, señal de pertenencia a las clases populares; el objetivo era, evidentemente, «evitar desarmonías con el buen tono de la sociedad». En 1913, el edificio dejó de ser arrendado para pasar a propiedad del Círculo, que lo adquirió por 460.000 pesetas; al año siguiente se incorporó la planta baja y en abril de 1915 se inauguraron de manera oficial sus salones.
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Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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