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«Salía del Hospital de la Resurrección, que está en Valladolid, fuera de la Puerta del Campo, un soldado que, por servirle su espada de báculo y por la flaqueza de sus piernas y marillez de su rostro, mostraba bien claro que, aunque no era el tiempo muy caluroso, debía de haber sudado en veinte días todo el humor que quizá granjeó en una hora». Así fue como el histórico edificio de Valladolid, situado al comienzo de la Acera de Recoletos, entró en tromba en la historia: con esta cita de Cervantes en «El casamiento engañoso», dentro de sus 'Novelas ejemplares'. El escritor volvería a este lugar en la 'Novela y coloquio que pasó entre Cipión y Berganza, perros del Hospital de la Resurrección, que está en la ciudad de Valladolid, fuera de la puerta del Campo, a quienes comúnmente llaman los perros de Mahudes'.
El origen de este emblemático edificio hay que buscarlo en 1552, momento en el que la mancebía gestionada por la Cofradía de Nuestra Señora de la Consolación abandona su sede de la Acera de Recoletos, a la altura de la actual Casa de Mantilla, para instalar, al año siguiente, un nuevo hospital cuya iglesia daba a la calle de Miguel Íscar. Una fundación que no puede entenderse sin el esfuerzo del clérigo Alonso de Portillo, empeñado en sacar, con apoyo del concejo, a todos los enfermos contagiosos del recinto de la cerca urbana. Gestionado primero por la Cofradía de la Resurrección y posteriormente, antes de acabar el siglo, por la Orden de San Juan de Dios, era el más importante después del hospital de Santa María de Esgueva y se centraba en atender a enfermos de sífilis y sarna. El edificio comenzaba en la Acera de Recoletos y se extendía por la calle del Rastro (hoy de Miguel Íscar) hasta la esquina de la entonces llamada calle del Candil (hoy Marina de Escobar), por donde alcanzaba la calle del Perú y salía de nuevo a Recoletos.
A principios del siglo XVII, el Hospital de la Resurrección centralizó otros establecimientos similares existentes en la ciudad, y quedó bajo el patronazgo del obispo, con lo que se convirtió en un hospital general dedicado a atender a todo tipo de enfermos, sin distinción de dolencias. Pero es que este Hospital tenía otra singularidad, como ha escrito Anastasio Rojo Vega: estaba «integrado en una red singular de control de la prostitución que no tuvo igual en el resto de España», pues las prostitutas que enfermaban eran atendidas gracias a una renta que legó García de Sagredo.
Conocemos datos exactos de su situación en el siglo XVIII, aportados por Elena Maza: además de contar con ingresos anuales en metálico de 36.000 reales más 64 fanegas de trigo y 30 de cebada, sus gastos fijos eran de 25.000 reales y disponía de medio centenar de camas, otras 24 en la sala de cura de unciones y 6 más para transeúntes y peregrinos. El edificio sufrió las embestidas de principios del siglo XIX, en especial la invasión de los ejércitos franceses de Napoleón, que robaron muebles y desalojaron a los enfermos para ingresar a sus soldados. Una vez expulsados los invasores, el Hospital fue cambiando de naturaleza. Acogió enseñanzas prácticas del Colegio de Cirugía y en 1836, en plena revolución liberal, pasó a ser competencia de la Junta Municipal de Beneficencia. Las sucesivas construcciones y ampliaciones de las dependencias hospitalarias hicieron que, en 1864, González Moral calificara al Hospital de la Resurrección, en el 'Indicador de Valladolid' de dicho año, como muy a propósito para su dedicación, amplio y desahogado, y muy bien ventilado por su situación. Declarado Hospital Provincial en 1866, su reglamento de 1883 limitaba ya el ingreso de los pobres enfermos a los pueblos de la provincia de Valladolid.
Ya entonces, el estado del edificio era bastante deplorable. «La Comisión provincial se ocupa actualmente en estudiar los medios da enajenar pronto el edificio que ocupa el Hospital de la Resurrección. Los señores diputados obrarían con acierto adoptando un acuerdo favorable en ese sentido, porque el estado ruinoso del edificio constituye un inminente peligro e importa hacerle desaparecer», señalaba El Norte de Castilla en febrero de 1889. Tan es así, que ese mismo año, la Diputación Provincial, encargada de la gestión del Hospital, inauguró una nueva sede en el Prado de la Magdalena, siguiendo planos de Teodosio Torres. El derribo, planteado en 1883 y acometido en octubre de 1890, salvó la parte de arriba de la portada, incluida la escultura del Cristo Resucitado, que hoy puede contemplarse en los jardines delanteros de la Casa de Cervantes. En su solar se levantaría posteriormente el edificio de la Casa de Mantilla.
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José Antonio Guerrero | Madrid y Leticia Aróstegui (diseño)
Juan J. López | Valladolid y Francisco González
Pedro Resina | Valladolid y Francisco González
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