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Estado del edificio después del incendio ocurrido el 26 de octubre de 1915. ARCHIVO MUNICIPAL
Los héroes del incendio de Caballería
Historias de nuestra historia

Los héroes del incendio de Caballería

Cuando ardió la Academia, el 26 de octubre de 1915, se distinguieron por su arrojo algunos oficiales, civiles y, sobre todo, obreros y personal de la Compañía de El Norte

Enrique Berzal

Valladolid

Viernes, 6 de diciembre 2024, 08:27

«Cuando comenzamos a escribir estas líneas (tres de la madrugada), el edificio donde se halla instalada la Academia de Caballería, arde casi en su totalidad. Gigantescos penachos de fuego y colosales columnas de humo coronan el antiguo Colegio de cadetes y difunden su luz por la población, que ofrece a estas horas, envuelta en la siniestra luz, un aspecto fantástico». Era el 26 de octubre de 1915. La Academia de Caballería, levantada en 1850 en un edificio de forma octogonal destinado inicialmente a Prisión Peninsular, estaba siendo devorada por las llamas. Y lo sería casi en su totalidad, salvo dos picaderos.

La conmoción para Valladolid fue enorme. También para el estamento militar español. En aquel momento, 140 alumnos vivían en su internado, 151 soldados formaban el escuadrón de tropa y había 224 caballos en las cuadras. El edificio no se pudo salvar y fue necesario construir uno de nueva planta, el actual. Los trabajos comenzaron en 1920 pero la ocupación plena no se produjo hasta 1929.

Las jornadas del incendio de 1915 fueron agónicas. Todo comenzó a la una y media de la madrugada, cuando el centinela de guardia de la puerta falsa, que comunicaba el patio del picadero con la calle de San Ildefonso, se percataba de la presencia de fuego en el pequeño local destinado a almacén, fatalmente repleto de bancos de madera. Avisó de inmediato al cabo de guardia, quien a su vez se lo comunicó al oficial de servicio, teniente Arcay, para que diera cumplida cuenta al capitán Ibarrola. Conscientes de la gravedad del siniestro, rápidamente procedieron a desalojar el dormitorio y amontonar en el patio contiguo toda clase de objetos, camas, colchones, ropa de aseo, etc.

A partir de ese momento, toda una serie de personas y estamentos dieron todo lo que tenían para que las consecuencias, tanto materiales como personales, no fueran a más. Son los héroes, conocidos y anónimos, de aquel desastre fatal. Los primeros, aquellos soldados que, veloces, ayudaron a desalojar de sus habitaciones particulares a la familia del coronel director, Marcelino Asenjo, ausente en esos momentos de Valladolid. Acto seguido, los cadetes, que pudieron poner a salvo los caballos para trasladarlos al Cuartel del Conde Ansúrez.

No menos importante fue el trabajo de los soldados del Regimiento de Isabel II, quienes ayudaron en las tareas de salvamento de muebles, equipos y demás enseres, que tuvieron que ser depositados en edificios como el Teatro Pradera, el Cuartel de Intendencia y el Colegio de Huérfanos de Santiago. Allí fueron a parar, entre otros, la documentación oficial, la rica biblioteca compuesta por cerca de 6.000 volúmenes, el cuadro de Morelli 'La carga de Treviño' y, desde luego, el estandarte de la Academia, «heroicamente salvado» por el teniente Balmori. La imagen de la Virgen del Carmen, por su parte, pudo ser sacada de la capilla y depositada en los locales del Diario Regional merced al ofrecimiento de su director, Justo Garrán, que hizo otro tanto con los demás objetos de culto.

Aunque en un primer momento se criticó su tardanza, los bomberos tampoco se dieron un respiro, a pesar de que el fuego apenas tardó una hora en propagarse a los tejados de la fachada posterior. La prensa destacó la entrega de los capataces del servicio, señores Elósegui y Regalado, y de los propios «mangueros», que, subidos en altas escaleras, dirigían el agua a todos los lados desde los aleros. A ellos se unió el teniente coronel señor del Valle, segundo jefe de la comandancia de Ingenieros, que trabajó sin descanso pese a las bajísimas temperaturas.

Hasta el arquitecto municipal, Juan Agapito y Revilla, que había acudido para comprobar los daños, tuvo que ser sacado de urgencia a causa de un «síncope». El Ayuntamiento colaboró con una bomba de vapor que se instaló en el patio central, «funcionando constantemente bajo la incansable dirección del maquinista, señor Martín, que ha hecho una labor rudísima desde que comenzó el incendio, sin apenas tomarse el tiempo preciso para el descanso», informaba este periódico.

Pero mucho más importante y meritoria fue la labor del personal de la Compañía del Norte, pues, gracias a sus dos bombas, el incendio pudo ser finalmente sofocado. Sobresalieron el jefe del depósito, señor Montaut, el subjefe señor Capuletti y el ingeniero señor Normand, quienes, con una brigada de obreros, acudieron al amanecer «y cooperaron ardorosamente a los trabajos de salvamento». En efecto, desde las 8 de la mañana pusieron a disposición de la Academia «las dos magníficas bombas de la Estación del Norte, que días después siguieron servidas por inteligente y laborioso personal de la Compañía. La máquina pequeña pertenece al edificio de la estación, y para su cesión concedió todo género de facilidades el jefe de aquélla, don Eusebio González. La bomba grande pertenece al depósito de máquinas. Ambas trabajaron treinta y dos horas seguidas, sin que el personal que las servía accediera a ser relevado».

Los militares no ahorraron elogios hacia ellos, tanto por la cesión desinteresada de las bombas como por el abastecimiento de combustible «y el pago de las horas extraordinarias a aquel personal».

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