Aquel deseo se había convertido en una pujante realidad. El símbolo del progreso, el artífice de la gran revolución de las comunicaciones llegaba a Valladolid de manos francesas. El Norte de Castilla lo celebró con fervor el 23 de agosto de 1856. Aseguraba que la Sociedad «El Crédito Mobiliario», de origen y capital francés, al ofrecer «todo su apoyo al Gobierno de su Majestad», daría gran impulso a todas las obras ferroviarias contratadas, con lo que «muy pronto debe verificarse la subasta para la sección del Ferrocarril desde Madrid a Valladolid».
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En aquellos momentos, una vez malogrado el proyecto ferroviario Alar-Santander, todos los ojos estaban puestos en la línea Madrid-Irún, que implicaba directamente a Valladolid. Gracias a ella, la ciudad del Pisuerga se erigiría en el centro neurálgico de los negocios, paso obligado de mercancías y centro redistribuidor de las mismas. Y es que la línea Madrid-Irún se proyectó como el tronco del que partirían los diversos ramales llamados a drenar el tráfico comercial del oeste, noroeste y de la región cantábrica. La concesión relativa al paso por Valladolid se hizo pública en 1852. Tres años después, a instancias de la Ley General de Ferrocarriles del 3 de junio, ya se contemplaba la sección segunda (Valladolid-Burgos) de la línea Madrid-Irún y su subasta. Ésta tuvo lugar al año siguiente, el 20 de febrero de 1856, recayendo la concesión en la Sociedad de origen francés Crédit Mobilier.
Creada por los hermanos franceses Isaac (1806-1880) y Émile (1800-1875) Péreire, Crédit Mobilier había revolucionado las finanzas francesas a partir de 1852 con una suerte de capitalismo popular capaz de reunir tanto los grandes capitales como los más pequeños para destinarlos a las más diversas inversiones: ferrocarriles, compañías de seguros, líneas trasatlánticas, infraestructuras urbanas e incluso planes de remodelación urbanística de la capital francesa, auspiciados por el prefecto de París, el Barón Haussmann.
Los hermanos Péreire continuaron su política de inversiones en España mediante una filial de su empresa parisina. En un primer momento se centraron en la explotación del ferrocarril, pero no tardarían en diversificar sus negocios impulsando, entre otros, todo lo relacionado con la acometida del gas en Madrid y la potente compañía de seguros La Unión y El Fénix. Valladolid entró de lleno en sus planes tras la concesión relativa al paso de la línea ferroviaria Madrid-Irún, sobre todo porque nuestra ciudad reunía las condiciones más ventajosas para ser el centro neurálgico de la misma: una excelente localización geográfica, fluidas relaciones comerciales con los puertos de Galicia, Asturias, Santander y Bilbao, y su configuración como centro redistribuidor del carbón procedente de Barruelo.
Para una más eficaz gestión y explotación de sus intereses ferroviarios, Crédit Mobilier puso en marcha la principal de sus inversiones en nuestro país: la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España, familiarmente conocida como Norte, creada en 1858 para construir la línea ferroviaria que uniría Madrid con Valladolid, Burgos y Francia a través de Miranda de Ebro. En Valladolid centralizó todos los servicios de la red, los Almacenes Generales y los Talleres Centrales de Reparación de Material rodante, erigidos en 1861 y convertidos en pieza clave tanto para la Compañía como para la fisonomía social y urbanística de la ciudad.
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El anuncio de la llegada del ferrocarril a Valladolid fue motivo de festejo y afirmación patriótica. Las celebraciones partieron de la iniciativa edilicia y comenzaron nada más tener noticia, en febrero de 1856, de la adjudicación de la línea Madrid-Irún a la Sociedad francesa: el día 24 se corrieron tres novillos embolados y enmaromados, se dispararon cohetes, se iluminó la ciudad a las ocho de la noche, la Banda Nacional de Infantería tocó unas piezas de música y a los Comisionados se les ofreció una serenata a su regreso de Madrid.
El 14 de marzo, la Corporación acordaba dar el nombre de «calle de 20 de Febrero» a la vía que, formada por los terrenos cedidos gratuitamente por José León y Compañía, se extendía «por Oriente a la de Doña María de Molina y por Occidente a la Ronda de San Lorenzo». Mayor impacto tuvo el acto solemne de inauguración de las obras, verificado el 26 de abril en el lugar denominado «Puente encarnado», con la asistencia del mismo Espartero, presidente del Gobierno.
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En el acto, el duque de la Victoria removió las primeras tierras para llevar a cabo la construcción de la «Alcantarilla, número primero, del trazado de la vía» y, a decir de las actas del Ayuntamiento y del testimonio de los contemporáneos, todo se hizo «en medio de las demostraciones más extraordinarias de público contento y entusiasmo en que rebosaba la inmensa concurrencia que llenaba el espacio», entregándose la población «a verdaderos trasportes (sic) de alegría».
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