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La estatua de Miguel de Cervantes, ubicada desde 1877 frente a la Plaza de la Universidad, nunca hubiera visto la luz de no ser por la iniciativa y los afanes de Mariano Pérez Mínguez, fundador de El Norte de Castilla y farmacéutico de prestigio. A él se debió la idea, buscó los fondos para costear los trabajos, contactó con los encargados de realizarlos, tuvo que poner de su dinero para hacerlos realidad y, una vez terminado el monumento, lo donó al Ayuntamiento de la ciudad. Fundador, en 1854, junto con Pascual Pastor, del periódico 'El Avisador', que dos años después se fusionaría con 'El Correo de Castilla' dando lugar a 'El Norte de Castilla', Pérez Mínguez era farmacéutico de profesión y un acreditado humanista fascinado por la obra del autor del 'Quijote'. De hecho, a él también se debió la recuperación, en los años 70 del siglo XIX, de la Casa de Cervantes como Ateneo Literario.
Nacido el 22 de julio de 1809 en la capital burgalesa, su padre, Blas Pérez, era dueño de un importante taller de carruajes en Burgos. Aunque estudió Filosofía en su ciudad natal, muy pronto mostró extraordinarias dotes para la práctica farmacéutica, que comenzó a frecuentar en el Hospital del Rey. En abril de 1843, una vez cursada la carrera de Farmacia en Madrid, estableció en la vallisoletana calle de Santiago la que terminaría siendo una de las más prestigiosas boticas de la ciudad, ampliada muy pronto con una droguería aneja.
Pero, además de ser un prestigioso farmacéutico, Mariano Pérez Mínguez fue un auténtico humanista que se entregó a la vida y obra de Cervantes, indagó sobre su estancia en Valladolid, contribuyó a salvar de la ruina la casa donde residió, la adecentó y decoró con muebles y objetos antiguos e impulsó una Junta Conservadora que daría pie a la «Sociedad: La Casa de Cervantes de Valladolid». Acto seguido, lanzó la idea de erigir un monumento que «recordara solo que vivió en esta ciudad de Valladolid el Manco de Lepanto». Con la idea de colocarlo en el centro de la llamada Plazuela del Rastro, delante de la casa del escritor, encabezó una suscripción que hizo extensiva a todos los cervantistas de España, pero solo recaudó 14.588 reales, cantidad insuficiente para levantar la estatua. No le quedó más remedio que poner el resto del dinero.
Contactó con el escultor Nicolás Fernández de la Oliva, a quien encargó el monumento, e hizo otro tanto con Pablo Santos de Berasategui, autor de los cuatro relieves que figurarían en el pedestal inicial, construido con material de la desaparecida Fuente de la Rinconada. Colocada la primera piedra el 22 de octubre de 1876, en junio de 1877 llegó la escultura y el 29 de abril se inauguró en el Campillo del Rastro. El pedestal, colocado por el arquitecto municipal Joaquín Ruiz Sierra, estaba formado por dos cuerpos separados por hiladas de molduras. El inferior presentaba los relieves de Santos de Berasategui, que representaban cuatro escenas del 'Quijote': la aventura de los Molinos de Viento, la de los leones, la batalla de los cueros de vino y la estancia de don Quijote en la casa de los Duques. El cuerpo superior tenía nichos en sus cuatro caras con bustos de mármol en su interior.
La estatua, por su parte, se realizó en fundición debido al escaso presupuesto con que se contaba, de lo que se encargaron los Talleres de la Fundación del Canal. Muestra al escritor de pie, con traje de época, una pluma en la mano derecha, que apoya sobre una columna donde también se coloca la capa, y un libro en la izquierda. Como escribió en su día Casimiro González García-Valladolid, se trata de una obra «sencilla, modesta, humilde, sin pretensiones ni de riqueza material ni de mérito artístico».
La inauguración, verificada el 29 de septiembre de 1877 mediante un acto sencillo celebrado en la Casa del escritor, contó con la lectura de un soneto de Emilio Ferrari y estrofas de Albino Madrazo. Hablaron, entre otros, el propio Pérez Mínguez, José Estrañí y José María Casenave. Al finalizar, Pérez Mínguez hizo entrega del monumento a los representantes del Consistorio. Peor suerte corrió el pedestal antiguo, que ya a finales de abril de 1877 había sido rechazado por la Academia de Bellas Artes. Consecuente con dicho informe, el Ayuntamiento mandó construir uno nuevo, obra de Jacinto Peña, que concluyó en noviembre de 1880 granjeándose la opinión desfavorable de la prensa. Los relieves de Pablo Santos de Berasategui se trasladarían al patio interior de la Casa cervantina.
En 1882, las obras emprendidas en la nueva calle de Miguel Íscar dejaron empotrado el monumento, por lo que el Consistorio decidió trasladarlo a la Plazuela de Santa María, su ubicación actual, lo que no se verificaría hasta abril de 1889. Mariano Pérez Mínguez no pudo presenciarlo, pues falleció el 6 de noviembre de 1887.
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Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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