No solo eran un símbolo palpable de la nueva sociedad nacida al calor del desarrollo industrial que había propiciado, entre otros factores, la llegada del ferrocarril a mediados del XIX, sino también la expresión material de una población en expansión que demandaba nuevas infraestructuras para satisfacer sus necesidades básicas, y de un pujante comercio que precisaba alojamientos funcionales para sus negocios.
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Así se entiende la construcción, en la década de los 80, de los tres grandes mercados de la ciudad: del Val, del Campillo de San Andrés y de Portugalete. De los tres, solo queda el primero en pie. Aunque se construyeron durante la alcaldía de Miguel Íscar en virtud de un proyecto realizado en 1878 por el arquitecto municipal, Joaquín Ruiz Sierra, la propuesta ya se había estudiados a mediados del siglo XIX, momento en que comenzaron a llegar al Ayuntamiento peticiones para construir un mercado cubierto que evitase los problemas de insalubridad de los puestos de comestibles que operaban en los aledaños de la Plaza Mayor, Plazuela de la Red y Plaza del Corrillo. Los tres mercados sirvieron también para traer a la ciudad las pautas de la arquitectura moderna que triunfaba en Europa, especialmente aquella que se refería al aprovechamiento funcional de los nuevos materiales bajo criterios artísticos refinados. Eran, en efecto, excelentes ejemplos de la arquitectura del hierro, donde las columnas de fundición se combinaban con cristales de colores, muy al gusto de lo que promovería la corriente modernista y conforme modelos parisienses.
El del Campillo fue el primer mercado de hierro de la ciudad y el de mayores dimensiones, el que menos problemas generó en su construcción y también el primero en desaparecer. Su imponente instalación se enseñoreó de la zona conocida como Campillo de San Andrés, actual Plaza de España, dándole una fisonomía urbanística irreconocible para los vallisoletanos de hoy: solo el edificio de cuya parte posterior arranca la calle Montero Calvo guarda cierta similitud con lo que puede verse en nuestros días.
El Ayuntamiento aprobó el proyecto el 18 de enero de 1878 y, seis meses después, adjudicó la construcción al contratista Jacinto Peña. Con 2.400 metros cuadrados de superficie y 80 metros de largo, era sin duda el de mayores dimensiones y su presupuesto ascendía a 210.288 pesetas. Su inauguración se verificó el 5 de diciembre de 1880. Sesenta años después, nuevas perspectivas urbanísticas, unidas a lo insuficiente de su servicio y a las quejas de varias personas por no poder ejecutar obras de nueva construcción en la zona, animaron al Ayuntamiento a derribarlo y construir uno nuevo no muy lejos de allí. El nuevo mercado del Campillo se inauguró en agosto de 1956 y el antiguo se demolió por completo un año después.
Más problemas para su construcción trajo el mercado de Portugalete, pues vino precedido de una disputa entre el Ayuntamiento y el Cabildo a cuenta de los caños existentes en la plaza. Mientras el primero quería mantenerlos por su utilidad pública, el Cabildo los consideraba un foco de escándalos y condicionaba la cesión de los terrenos para el mercado a su desaparición. Así hizo el Ayuntamiento. El mercado de Portugalete se levantó en 1881 y desde un primer momento llamó la atención del vecindario por sus mostradores de mármol, su luz (primero de gas y luego eléctrica), su fuente y sus paredes cubiertas de azulejos.
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Sin embargo, a mediados de los años sesenta muchos comenzaron a cuestionar una edificación que, a su juicio, estaba plagada de defectos y era ya poco funcional. El mismo Ayuntamiento, en sesión de 1967, la calificaba de «antihigiénica, antiestética y poco apropiada para la misión que cumplía». Pero el proceso de derribo se vio envuelto en una ardua polémica. De inmediato, colectivos ciudadanos y acreditados profesionales salieron a la palestra periodística para protestar contra el abrupto final de un edificio de gran valor histórico y artístico. En noviembre de 1973, el Ayuntamiento llevó a cabo gestiones con la Dirección Provincial de Bellas Artes para que corriera ella misma con la conservación del edificio o, en caso contrario, concediese cinco millones de pesetas al Consistorio para que éste realizara la tarea.
A mediados de diciembre de ese mismo año, el delegado provincial de Bellas Artes informaba al alcalde, Antolín de Santiago-Juárez, que carecía de fondos suficientes y que la Dirección General no veía inconveniente alguno en derribar el mercado. Era la puntilla. El 30 de abril de 1974, el Mercado de Portugalete cerró definitivamente sus puertas. Los industriales que trabajaban en su interior se trasladaron a las nuevas galerías abiertas en la calle López Gómez y en La Rondilla. «El Portugalete se ha cerrado el mismo día en que se inauguraban unos grandes almacenes, unas horas después de que fuesen abiertas al público las puertas de una espectacular discoteca, en la víspera de la fecha en que inicien su andadura comercial –bajo el signo de un riguroso control de limpieza e higiene- las galerías de alimentación que sustituyen al mercado», informaba El Norte de Castilla.
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El derribo comenzó el 18 de marzo de 1974 y culminó, con retraso, el 9 de mayo de 1974. Y lo hizo de la peor forma posible: a las seis de la tarde de ese día, buena parte de la construcción cedió y provocó la muerte de uno de los operarios que participaban en las tareas, Dionisio del Pozo Sanz, de 38 años de edad.
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