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El «Desastre del 98» lo marcó la derrota de la flota española ante Estados Unidos en batallas tan decisivas como Cavite (15 de marzo de 1898) y Santiago de Cuba (3 de julio de 1898), y se sustanció en la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Pero hacía ya tiempo que el sistema político de la Restauración, ideado por Cánovas del Castillo y basado en el turno pacífico entre el Partido Conservador y el Partido Liberal, había comenzado a ser cuestionado por actores políticos y sociales marginados del mismo: republicanos, obreros y nacionalistas periféricos, fundamentalmente. La preocupación de quienes confiaban en el sistema para afianzar la paz social crecía sin cesar.
La Iglesia católica, por medio de su jerarquía, era la más interesada en mantener el orden establecido. De hecho, interpretó la pérdida de las colonias como un castigo divino por haberse alejado España del catolicismo ortodoxo y permitir, en la Constitución de 1876, un resquicio de libertad al resto de confesiones religiosas. Pero hubo una figura del episcopado que destacó por encima de todas por su implicación política. Se llamaba Antonio María Cascajares y Azara y desde 1891 regía la archidiócesis vallisoletana. Cascajares, que tiene una calle en nuestra ciudad, ha pasado a la historia contemporánea por su propuesta política previa al Desastre.
Al contrario que los carlistas, que no querían transigir con el sistema liberal por considerarlo intrínsicamente anticristiano, Cascajares era partidario de seguir las directrices de León XIII, esto es, participar en política para trabajar por los intereses de la Iglesia. Ya en 1896 escribió a favor de la unión de los católicos, sin distinción, para plantar cara a sus enemigos más peligrosos, en especial a los socialistas, republicanos y anarquistas. Proponía crear un «partido católico» capaz de sustituir al por entonces cada vez más debilitado Partido Conservador y «regenerar», en un sentido religioso, la vida española.
Esta fue, de hecho, una de las primeras iniciativas que adoptó nada más tomar posesión de la sede vallisoletana: proponer a la Reina la creación de «un partido fuerte» ante la ruina que veía avecinarse sobre los dos partidos turnantes, propuesta que dejó por escrito en la obrita 'La Organización Política de los Católicos españoles'. Se trataría, en efecto, de «un partido verdaderamente nacional, en el que cabrían todos los hombres verdaderamente honrados y verdaderos patriotas», el cual podría «ponerse en disposición de ser llamado al poder por nuestra Augusta Soberana». Para procurar la rehabilitación de la patria, dicha plataforma debería resolver, principalmente, dos cuestiones: la protección de los intereses religiosos en las colonias sosteniendo el prestigio de las órdenes regulares -«verdaderos baluartes de la soberanía de España en Filipinas»-, y la «moralización» de la administración española por medio de empleados «probos y honrados», sin «trastornar las colonias con libertades imprudentes». Este proyecto, urdido por Casacajares bastantes años antes, empezó a perfilarse más nítidamente a partir de 1896, año en que fue preconizado cardenal.
La progresiva maduración de su idea desembocó en una sonada Carta Pastoral publicada en marzo de 1898, en plena batalla contra Estados Unidos. Insistía en «la constitución de un gran partido organizado para la lucha política», donde se darían cita todos aquellos «que aman la Religión, la Monarquía, la moral, la sociedad y la familia, las grandes instituciones nacidas o desarrolladas al calor del espíritu cristiano».
Cascajares no solo escribía, también intrigaba en la Corte y presentaba alternativas a la Reina para sustituir al Partido Conservador de Cánovas. En medio del Desastre, buscó un «cirujano de hierro» capaz de sanar la política española y lo creyó encontrar en el general Camilo García de Polavieja, que había sido gobernador y capitán general de Filipinas. Sostenía que era la «única manera posible en lo humano de regenerar esta patria desgraciada». Para Cascajares, que moriría en julio de 1901 sin ver siquiera su propuesta en esbozo, Polavieja encarnaba la figura del líder necesario: «Un hombre enérgico, de voluntad firme, con valor para arrostrar impopularidades». Como escribía Antonio Royo Villanova en El Norte con motivo de la muerte del cardenal, «el amor patrio del venerable arzobispo revelose, sobre todo, en los años terribles de nuestro desastre internacional: en los esfuerzos que hizo por evitar la guerra, cerca de las más altas personalidades y de los políticos más influyentes; en la amargura inmensa con que recibió la noticia de la ruptura de las hostilidades (..). El patriotismo del cardenal se vio también destilar de su pluma en aquella célebre pastoral tan discutida. Sin entrar en el fondo de ese notable documento, sólo he de recordar la manera clara y terminante con que planteaba el problema político».
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Abel Verano, Lidia Carvajal y Lidia Carvajal
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
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