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YMCA nació en el año 1844 en Reino Unido. Como asociación sin ánimo de lucro su labor se ha ido expandiendo por todo el globo hasta llegar a Castilla y León. Es difícil resumir en unas líneas su misión social. Grosso modo, «potencia el desarrollo de los jóvenes y transforma vidas» para que vayan a mejor.
Eso tiene un trasfondo. Por sus programas también pasan familias con problemas económicos, gente desempleada o inmigrantes que necesitan una mano con el idioma castellano. Una de sus bazas es la de atender de manera individual las necesidades de quien demanda su ayuda de manera voluntaria.
Ángela Bueno, responsable regional de YMCA en Castilla y León, afirma que en todos los países les une el movimiento de ayudar a las personas, eso sí, adaptado a cada entorno y parte del planeta. «Nuestra labor es muy personalizada. Hemos obtenido muy buenos resultados en los 10 años que hemos estado en Valladolid».
Quieren mantenerse como una asociación pequeña pero extensa. Conocida a la par que cercana, para «acompañar en todo aquello que necesiten las personas». Un indicador de cómo se sienten antes y después de entrar es el comportamiento, el cómo se integran en las actividades. «Ni que decir tiene en los jóvenes».
Hay un perfil claro a quien esta entidad declarada de utilidad pública asiste. Personas en riesgo de exclusión social.
«De los 180 niños y niñas con los que hemos trabajado, 115 vienen de los Servicios Sociales», afirma Bueno, y con ellos se hace hincapié en dos cosas: el refuerzo escolar y el ocio con valores. «Es importante que cuando se diviertan aprendan la igualdad de género, la solidaridad, la interculturalidad... A estas edades todo eso se trabaja mejor».
El Fondo Social Europeo, los Ministerios de Empleo y Sanidad, la Junta de Castilla y León y el Ayuntamiento de Valladolid aportan gran parte de los fondos, destinados también a programas de empleo. «A veces llegan jóvenes que no están en riesgo de exclusión social, pero tienen extremas dificultades para entrar en el mercado laboral».
YMCA también está en esas ocasiones, y cuando las empresas buscan contratar «tranquiliza que estemos con el candidato o candidata en todo el proceso. Desde que prepara el currículum hasta el mantenimiento del puesto de trabajo», explica Ángela. «Pedimos que den una oportunidad a las personas».
Como cualquier organización social, la crisis ha marcado un antes y un después: «ha llegado gente que no concebía venir o que no tenía ningún problema». Familias enteras recurren a este organismo de apoyo social y abordarlas en su totalidad puede ofrecer «cambios y éxitos conjuntos».
Hay quien ha recibido noes toda la vida, «entonces esa persona necesita que la motiven. En ocasiones es abrir la mente a gente que no concibe ciertas cosas», dice. A la gran mayoría de los que se benefician de esta misión «no les cuesta» seguir en los programas, pero los hay más reticente. Actualmente, están en Valladolid 60 de los aproximadamente 580 voluntarios de toda España.
Bueno tiene claro cómo son. «A la gente que está aquí le encanta su trabajo. Todo el personal está cualificado, ya sean trabajadores sociales, psicólogos, orientadores o educadores. Sin ellos sería imposible». Sumando esfuerzos con otras instituciones públicas, colaboradores y voluntarios ven que «se transforman vidas».
El centro en la calle Núñez de Arce en Valladolid, el de Salamanca y otro de Salduero, en Segovia, son los únicos de Castilla y León. «Por ahora», aclara gentilmente Ángela. Están en dieciséis poblaciones de España y esperan seguir expandiéndose. El tiempo dirá hasta dónde llegan.
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