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Interior d ela Exposición
Aquella espectacular Feria de Muestras de 1906

Aquella espectacular Feria de Muestras de 1906

Cientos de expositores se congregaron hace 110 años en el Campo Grande y en el Ayuntamiento en un evento que afianzó a Valladolid como motor del progreso regional

Enrique Berzal

Jueves, 8 de septiembre 2016, 17:00

«Obra magna de la vitalidad castellana, prueba del progreso de nuestra región; demostración vigorosa de lo que somos actualmente, esperanza halagüeña de lo que seremos en lo porvenir». Todo eso y mucho más simbolizaba, según El Norte de Castilla, la impresionante convocatoria que aglutinó a empresarios, obreros, agricultores, comerciantes y artistas en dos lugares harto simbólicos en la ciudad: el Campo Grande y el Palacio Consistorial. Ocurrió en septiembre de 1906, hace justamente 110 años, y bien podría calificarse de antecedente lejano de la Feria de Muestras que hoy comienza, tanto por el número de expositores como, sobre todo, por los objetivos buscados. Estos no eran otros que aglutinar fuerzas en aras del progreso económico de la región castellana, entendida ésta en su más amplia acepción geográfica, pues también pretendía contribuir a afianzar una incipiente conciencia regional.

Y es que aquella Exposición regional de la Agricultura, la Industria y las Artes celebrada en nuestra ciudad del 22 de septiembre al 24 de octubre de 1906 superaría con creces a sus antecedentes inmediatos: la de 1859, que también supuso cierto impulso regionalista, y la de 1871. Ahora, en efecto, las dimensiones eran diferentes, mucho más amplias y ambiciosas. Así lo había adelantado el alcalde, Manuel Semprún Pombo, a la Corporación reunida en febrero de 1906: se trataría de una magna convocatoria de las fuerzas vivas del progreso económico que convertiría Valladolid en epicentro de los avances más modernos en los sectores agrícola e industrial, sin menoscabo de las facetas culturales y artísticas más representativas. Según el proyecto, la cita tendría lugar en las ferias de septiembre y contaría con dos sedes: el Campo Grande, para todo lo relacionado con la maquinaria y los avances en agricultura, ganadería y avicultura, y el propio edificio consistorial, aún en obras desde que en 1879 se derribó el viejo Ayuntamiento (la inauguración definitiva del nuevo edificio no se verificaría hasta el 19 de septiembre de 1908).

Ya a principios de mayo, aprovechando la visita a Valladolid del ministro de Fomento, Rafael Gasset, el alcalde insistió ante la prensa en la voluntad del Consistorio de celebrar la Exposición y anunció, de paso, que el propio Gasset le había prometido una subvención por parte de su Ministerio de 5.000 pesetas. El 2 de junio de 1906 se hizo público el Reglamento de la Exposición, que invitaba a empresarios, agricultores, comerciantes y artistas a exponer sus obras, productos, maquinaria e inventos. Aparte de Valladolid, la convocatoria se extendía a las provincias de Madrid, Toledo, Cuenca, Guadalajara, Ciudad Real, León, Zamora, Salamanca, Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia, Ávila y Palencia. Las solicitudes debían enviarse antes del 20 de agosto (luego se prorrogaría el plazo hasta el 12 de septiembre) e irían dirigidas al secretario de la Comisión de Gobierno del Ayuntamiento.

Los rumores, claro está, no tardaron en saltar a las páginas de El Norte de Castilla; rumores y temores más o menos fundados, como lo demuestran las cartas publicadas en este periódico durante la primera quincena de agosto: y es que, aun alabando la idea edilicia, muchos temían que la escasez presupuestaria (el coste de la Exposición se cifraba en 16.000 pesetas) terminara convirtiendo la convocatoria ferial en una exposición de medio pelo, canija y poco representativa. Por eso muchos respiraron, y terminaron convencidos del previsible éxito de la convocatoria, cuando ese mismo mes El Norte de Castilla anunció que don Julián Prado y Beltrán, que debía cobrar del Ayuntamiento un débito de 20.000 pesetas procedente de la expropiación de las casas de la calle Angustias y prolongación de la de Libertad, había decido aplazar dicho pago en dos plazos (1907 y 1908) para que el Consistorio pudiera destinar a la Exposición esos «cuatro mil duros».

A partir de ese momento, las solicitudes se aceleraron. El edil Solalinde, presidente de la Comisión organizadora, no daba abasto. El Norte de Castilla informaba puntualmente de los progresos de la Exposición y se hacía eco de los acelerados trabajos de montaje tanto en el Ayuntamiento como en el Campo Grande. La actividad era tan frenética y los plazos tan apurados, que la inauguración hubo de retrasarse hasta el 22 de septiembre -en un principio estaba proyectada para el día 20-. Aquel día cayó en sábado. Eran las 11 de la mañana cuando el nuevo Palacio Consistorial, aún por rematar, se erigía en foco de atención del impulso económico español.

Junto al alcalde Semprún formaban la presidencia el cardenal Cos y Macho, el capitán general, el presidente de la Audiencia, el delegado de Hacienda, dos generales, y el presidente de la Diputación. Tras las breves palabras de agradecimiento y felicitación de Solalinde y del cardenal Cos, este último especialmente preocupado por la situación de «la clase proletaria, los más necesitados de atención», le tocó el turno al alcalde. Su discurso no pudo ser más expresivo de los afanes que inspiraban su iniciativa: se trataba de aunar voluntades y afianzar lazos regionales, no en vano la comunicación entre regiones era fuente de progreso y riqueza. Por si fuera poco, la cita vallisoletana contribuiría también a «mejorar las leyes del trabajo (), enseñar la aplicación de las artes a la industria y procurar el bienestar de las clases trabajadoras». En definitiva, la Exposición regional de Agricultura, Industria y Artes mostraría el «progreso de la tierra castellana en general y de Valladolid en particular».

También El Norte de Castilla, «entusiasta propagandista de todo cuanto tienda a enaltecer a nuestra tierra; incansable defensor de los intereses de la región castellana; mantenedor enérgico y acicate continuo de las energías, a veces desmayadas, de la raza, ha sentido una grande, íntima, rebosante satisfacción al ver que el éxito más lisonjero ha coronado el esfuerzo titánico del iniciador de la idea y de cuantos en ella le ayudaron hasta llegar a dar cima a una empresa, que en un principio por falta de tiempo y de recursos pecuniarios pudo parecer temeraria».

Una peseta

La entrada a la Exposición, que se cobraba en taquillas construidas al efecto en la Plaza Mayor, costaba una peseta, pero se rebajaba a la mitad para aquellas familias y clases sociales en situación de necesidad. Las instalaciones del Campo Grande eran espectaculares: la puerta principal, obra del arquitecto municipal, señor Baeza, la componían dos mástiles de 14 metros de altura entre los que se abrían dos arcos que sostenían un grupo de escudos de ambas Castillas que rodeaban al de Valladolid. Del éxito del evento dieron cuenta las 1.600 entradas vendidas el primer día, que ascendieron a más de 2.000 el segundo.

Hasta el último día de la Exposición El Norte de Castilla dio rigurosa cuenta, siempre en portada, de su ingente contenido. Sobresalía entre todas las instalaciones la de la Compañía del Norte, con sus secciones de calderería, forja, ajuste, fundición, coches, cerrajería y pintura, pero sobre todo con «el coche de primera clase A F.V. 613», de 11 metros de longitud y con los mejores adelantos del momento, incluidos «el freno por vacío automático y aparato de alarma, calefacción, luz eléctrica, retretes bien acomodados», sin olvidar otras muchas «comodidades» en sus departamentos.

En el apartado de maquinaria agrícola e industrial, también en el Campo Grande, destacaban los arados, bombas aspirantes, rastrillos, sembradoras, segadoras, atadoras, norias y bombas hidráulicas expuestas por firmas como Adrián Eyries, Garteiz Hermanos, Yermo y Compañía, Parsons, José Martín e Hijos y M. Morgan Elliot. Claro que pocos como Dativo García, conocido industrial de la ciudad e inventor notable que, con motivo de la Exposición, dio a conocer al público un «enformador de sombreros», artilugio con chorro de vapor capaz de dar la forma deseada al sombrero del cliente, y un «cintillo insecticida» que, rodeando el tronco del árbol, impedía a los insectos subir a las ramas y dañar el fruto.

Quienes compraron la entrada y visitaron las instalaciones del Campo Grande, forasteros muchos de ellos, también pudieron disfrutar del horno de fundición inventado por los señores Pérez y Gerino, así como de la calidad de los abonos de S.A. Cros y de la fábrica de Luis Perelétegui. A Segundo Cernuda, redactor de El Norte encargado de cubrir el evento, le llamó poderosamente la atención la cantidad de «animales útiles» expuestos, los cerdos de Ángel Monedo, las gallinas y palomas de Gándara y Narezo, las ovejas, patos de Canadá, conejos gigantes, perros perdigueros, lebreles y potros andaluces que aportaron empresarios como Francisco Nanetti, Justo Sanz y Casto de la Mora.

Gabriel Soto, de Rioseco, maravilló al público con sus elegantes carruajes, lo mismo que Tomás Sánchez, Santiago Soto y el señor Peñalva, mientras que las instalaciones de la fábrica «La Progresiva», muy visitadas, atraían por su colección de jarrones y materiales de construcción. A su lado destacaba el pabellón o arco construido con yesos del señor Barbotán.

Las salas acondicionadas en el interior del Ayuntamiento no se quedaban atrás. En el ala izquierda, por ejemplo, brillaba la máquina para electroterapia y Rayos X de Eusebio Allen e Hijo, las prendas de la modista Isabel Hourmat, uno de cuyos vestidos había sido adquirido para la reina Victoria, y los modelos de los sastres Desiderio Martín, Jesús Calleja, José Zarate, F. Monterde y, más aún, Gregorio Hernández con su «airosa capa y gabán de una sola pieza», sin olvidar al zapatero Florián Téllez y su «par de botas de cartera, piel de foca y tacones de escalera, invención de la casa». El sector de jamones y embutidos estaba bien representado con firmas como Juan García y Pantaleón Muñoz y, ya en el ala derecha, no pasaban desapercibidas las estufas y cocinas de gas de N. y J. Robreño, los mármoles de José Posas, los folletos de Juan Agapito Revilla, el gabinete de antropometría escolar de Anacleto Moreno, el material aséptico y antiséptico del doctor Cea y el «herbario o colección de medicinas disecadas» de Mariano Pérez Mínguez.

Las firmas Gambrinus y El Águila exhibían sus cervezas, Eudosio López hacía otro tanto con sus chocolates, bombones, tés y cafés, la Casa Olibert presumía de sus galletas y la empresa Hijos y Sucesores de Lorenzo Bernal popularizaba sus licores, aguardientes y vinos. No faltaban conocidas firmas de máquinas de escribir (La Yost, la Sun y la Smith Premier), que incluso ponían a disposición del público veloces mecanógrafas a quienes dictar cartas, las tipografías de la Editorial Cuesta y los zapatos del prestigioso Dionisio Baroja, propietario en Valladolid de una fábrica de calzado, la única en la región, «capaz de competir con las más afamadas del extranjero». Una sección dedicada a «labores de la mujer» exhibía bordados, colchas, cubrecamas, cortinones, papeleras y tapetes pintados, entre otras manufacturas, mientras que los colegios de niños, sobre todo de párvulos, también ofrecían curiosos trabajos.

Alumnos de la Escuela de Artes e Industrias compartían zona con la Academia de Dibujo y Pintura de Ricardo Huerta, mientras que el futuro salón de sesiones lo ocupaba por completo la Sección de Bellas Artes, donde podían contemplarse cuadros y demás composiciones artísticas de personalidades como Alonso Valencia, Margarita Calleja, Gabriel Osmundo Gómez, Aparici, Luis González Lefort y Aurelio García Lesmes. En consonancia con la ingente cantidad de empresas, artistas, comerciantes y demás participantes, el 22 de octubre el jurado calificador hizo públicos los premios otorgados, más de un centenar entre diplomas de honor, medallas de oro, plata y bronce y otras menciones en las diferentes categorías. Los últimos días de la Exposición, 23 y 24 de octubre de 1906, la entrada fue gratuita. Las valoraciones de organizadores, participantes y periodistas no pudieron ser más positivas: las expectativas se habían cumplido con creces.

«La realidad, la hermosa realidad se ha impuesto y todos han podido admirar en los amplios salones del nuevo Ayuntamiento y en las pintorescas avenidas del Campo Grande las gallardas pruebas de vitalidad de la Agricultura, la Industria y el Comercio y las Bellas Artes no solo de Castilla sino de España entera», se felicitaba El Norte de Castilla, principal propagandista y divulgador de aquella singular feria de muestras de 1906.

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