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Los trabajadores jubilados Antonio Cimarra, Celestino Juárez, Ángel Pinilla, Laurentino Burgueño y Aurelio de la Fuente, en la puerta de acceso a Lauki.
60 años por el desagüe

60 años por el desagüe

La Central Lechera Vallisoletana, actual Lauki, nació en enero de 1956 arropada por los planes del gobierno para modernizar la industria láctea y acabar con la venta a granel

Enrique Berzal

Lunes, 21 de marzo 2016, 19:03

Escribir de Lauki en Valladolid supone transitar por 60 años de trayectoria empresarial estrechamente ligada a la ciudad, un recorrido sentimental que para los menos jóvenes trae a la memoria la imagen de aquellos curiosos isocarros que repartían leche envasada en botellas de cristal a colegios y despachos de venta al público. Seis décadas produciendo y suministrando leche pero también, como recuerdan muchos antiguos trabajadores y no paran de insistir los que ahora se ven amenazados por el cierre, seis décadas de eficiencia empresarial traducida en constantes beneficios.

La creación de esta histórica factoría está directamente relacionado con el nuevo contexto de oportunidades creado por el gobierno: decidido a solventar el grave problema de alimentación existente en España y procurar la expansión de la industria láctea, que si por algo se caracterizaba era por sus exiguas dimensiones, en 1952 promulgó un Plan de Centrales Lácteas que terminaría provocando un positivo cambio en el sector.

Y es que los gestores de la época tenían clara la necesidad de abandonar el sistema económico autárquico, a todas luces ineficiente, pero al mismo tiempo procurar un abastecimiento de leche a las ciudades conforme normas de alcance nacional. Por eso el Plan de 1952, desarrollado mediante un Decreto (18 de abril) y un Reglamento (31 de julio), prohibía la venta de leche cruda en poblaciones mayores de 25.000 habitantes, en las que se trataba de asegurar el abastecimiento de leche pasteurizada mediante un concurso que asignaba los cupos de producción a determinadas empresas.

Entre ellas, la Central Lechera Vallisoletana. En efecto, la aprobación del Plan y las inmensas posibilidades que presentaba nuestra ciudad animaron a 53 ganaderos con capital propio y a un grupo financiero e industrial de Madrid, representado por Ildefonso Astarloa, a asociarse para crear una empresa lechera. El 13 de enero de 1956 se constituía la Central Lechera Vallisoletana S.L. con el objetivo expreso de proceder a la «explotación industrial y ganadera de toda clase de productos pecuarios, en especial lácteos y sus derivados, así como en el suministro de piensos y alimentos para el ganado». Según la normativa aprobada, la inversión necesaria en las centrales lecheras era de 465.000 pesetas por cada 1.000 litros de capacidad diaria, la mayor parte para maquinaria. La realidad es que las empresas acogidas a este Plan contaron con cuantiosas ayudas gubernamentales, además de tener garantizado un volumen de ventas.

La autorización por parte del gobierno de la Central Lechera Vallisoletana se hizo efectiva a finales de marzo de 1956, con una capacidad mínima de higienización de 25.000 litros diarios. Los terrenos donde habrían de ser construidas las naves, en la Avenida de Palencia, fueron bendecidos el 18 de septiembre de ese mismo año por el cura párroco de San Pedro, Jesús Gutiérrez Aillón. Aprovechando el acto, El Norte de Castilla dio cumplida cuenta de quiénes estaban al frente del proyecto: se trataba del conocido empresario y poeta José María Luelmo, propietario de la Granja Minaya y futuro presidente de la Cámara de Comercio, que presidía el Consejo de Administración, y de los consejeros Ildefonso Astarloa, Santiago Torres (primer director de la factoría), Ángel Molero, Faustino Posadas y Santiago Rodríguez Zorita.

De la parte técnica de las obras se encargó José Azpiroz, según proyecto de Santiago Matallana. La empresa constructora, Belver, era la misma que poco antes había levantado el Palacio de Justicia. Como en un principio las adjudicaciones especificaban que la leche debía venderse envasada en botella de vidrio recuperable, la Central anunciaba su distribución en envases de este tipo, «con tapón inviolable y hermético, de cartón parafinado y precintado con alambre». El vallisoletano Aurelio de la Fuente entró en la fábrica en 1962, con 23 años y recién llegado de Alemania, precisamente como repartidor: «Yo repartía la leche en garrafa de 10 y 20 litros a las monjas de clausura, colegios y despachos de leche. Llegué a repartir a 180 despachos. Las botellas de vidrio se llevaban en jaulas de cristal, que cuando se rompían te tocaba cargarlas al hombro. Los vehículos que se utilizaban eran isocarros de tres ruedas y las famosas SAVA-Pegasín, de seis; luego, los camiones Ebro. Cuando entré éramos cuatro chóferes para repartir».

La pureza de la leche se garantizaba por medio de un proceso de mecanización que abarcaba desde el ordeño hasta el embotellamiento y el precintado. Otra de las consecuencias del Plan de 1952 fue la importación de maquinaria extranjera para modernizar tecnológicamente los procesos, circunstancia que cumplía la Central Vallisoletana, cuya maquinaria se encargó a la casa norteamericana Cherry Burrell.

La autorización definitiva del Ministerio para ponerla en funcionamiento salió publicada en el BOE de 12 de noviembre de 1958. La Central, ya construida, ocupaba una superficie de 10.000 metros cuadrados y daba empleo a poco más de una veintena de trabajadores.

«Hacíamos de todo»

Entre los pioneros, Antonio Cimarra, que con 19 años entró como peón; era 1960 y la fábrica, en comparación con la actual, «parecía un cuchitril, muy pequeña, había dos depósitos con capacidad para 12.000 litros cada uno y máquinas para pasteurizar que había que desmontar y limpiar, porque entonces se hacía de todo. En la esquina teníamos un pequeño puesto para vender leche. Yo luego fui ascendiendo hasta llegar a jefe de equipo, puesto en el que me jubilé en 2003».

Lo cierto es que entre los vallisoletanos de entonces, acostumbrados muchos a adquirir la leche a pequeños productores para luego cocerla en su domicilio, comenzaron a correr todo tipo de rumores, algunos no muy halagüeños. Por eso José María Luelmo se apresuró a aclarar algunos extremos en El Norte de Castilla: la leche se serviría a los despachos conforme las normas al uso y la empresa no destruiría negocio alguno, pues procedería a comprar a los pequeños productores siempre que cumpliesen las normas higiénicas y de seguridad. Quedaba prohibida, eso sí, la venta de leche a granel sin envasar y con simulacros de pasteurización.

En ese momento, los precios y márgenes comerciales eran regulados por el gobierno. Para 1959, por ejemplo, el precio de compra al ganadero en origen era de 4,50 pesetas, y el de venta de la leche ya higienizada y embotellada era de 6,08 pesetas en muelle central, 6,20 sobre despacho y 6,50 al público en despacho. Finalmente, el precio de venta en bidones precintados era de 6 pesetas en domicilio y algo menos, 5,88, en muelle central. En todos estos precios estaba incluido el impuesto municipal de 0,15 pesetas por litro de leche.

Con todo, el futuro inmediato no fue fácil para los ganaderos asociados. Incapaces de hacer frente al gasto que suponía la máquina de pasteurizar, en 1960 llegaron a un acuerdo con Ildefonso Astarloa, el consejero que se la había vendido, quien les condonó la deuda a cambio de hacerse con el control de la empresa. De este modo, Astarloa amplió el negocio y creó Industrias Lácteas Madrileñas S.A., que a partir de ese momento dirigió las operaciones de la factoría vallisoletana desde la Plaza de Castilla, en Madrid.

Un año más tarde, la Central era autorizada por el Ministerio para fabricar leche en polvo, y en 1967, ya con 62 personas en plantilla, ampliaba sus instalaciones para introducir una línea de envasado automático de leche higienizada en envases flexibles de polietileno, sin retorno. Hacía tiempo que los primitivos envases de vidrio recuperable, procedimiento caro y molesto, habían sido sustituidos por las famosas bolsas de plástico, prepak. «Las botellas de vidrio solían ser de litro, y pronto se hicieron las de cuarto de litro para repartir en los colegios», recuerda Cimarra; «luego vinieron las famosas bolsas de plástico y a mediados de los años 70 la primera leche en brik, con máquinas más avanzadas y de mayor producción, que comenzaron haciendo 4.000 litros por hora».

De la bolsa al brik

Astarloa fue el artífice, además, de la introducción de la marca Lauki, que hacía referencia a la nueva forma cuadrada de los envases, pues lauki en euskera significa caja. Hablar de días de descanso en aquellos primeros años es ilusorio: «Yo trabajaba todos los días, de lunes a lunes. Solo tuve dos días de descanso: el día de Reyes y cuando me casé. Lo de descansar los domingos vino mucho después, es algo casi reciente, de algunos años antes de mi jubilación», recuerda Cimarra, circunstancia en la que coincide Aurelio: «Yo en 30 años solo descansé el día de Navidad y el del Año. El resto, ni un día. Llegué a hacer más de 80 horas semanales. Comenzaba mi jornada a las 6 de la mañana y a veces la terminaba a las 11 de la noche».

Si la fábrica comenzó produciendo cerca de 15.000 litros de leche al día en 1974, la producción alcanzaba ya los 60.000 litros. «Al jubilarme, en 2003, se llegó al millón y medio de litros de capacidad en depósito, y la producción mensual superaba los cuatro millones», recuerda Cimarra, para quien la época dorada de la factoría comenzó a mediados de los años 80: «Primero se realizó una gran ampliación mediante la adquisición de 5.500 metros de la famosa finca de Los Palillos. Se introdujo más maquinaria y se fue ampliando la plantilla hasta los 170 trabajadores». De hecho, datos que maneja la propia empresa señalan que si en 1982 la producción alcanzaba los 10 millones de litros anuales, tres años después los triplicaba. Además, en 1985 inauguró el nuevo almacén, el más moderno de Europa.

En 1989, el negocio de Lauki entró en la órbita del grupo francés Sodiaal, a través de la empresa Sodiber, que cuatro años más tarde lo vendió al grupo cooperativo galo 3A (Alliance Agro Alimenteire). Finalmente, en 2004 Lactalis adquirió el 58 % del capital; muy pocos podían imaginar que el último comprador de la factoría, una potente multinacional francesa, sería el artífice de su cierre definitivo. Antonio y Aurelio, que tienen hijos trabajando en Lauki, no se lo explican: «Yo nunca viví crisis ni pérdidas en la fábrica, nunca, en los 43 años que estuve trabajando. Porque Lauki siempre ha dado beneficios. Incluso hoy, que produce mucho menos, sigue dando beneficios. Así que lo del cierre se deberá a motivos de estrategia empresarial que yo no entiendo», lamenta Antonio.

Lo cierto es que la secuencia temporal que ha desembocado en el anuncio del cierre es cuando menos sorprendente, pues en 2009, con una producción de 10 millones de litros de leche al año y más de 170 trabajadores en plantilla, Lactalis decidió invertir tres millones de euros en una nueva línea de leche fresca. Sin embargo, tres años después, los sindicatos daban la voz de alarma y denunciaban que se estaba deslocalizando la producción con el traslado de maquinaria a Lugo. Aunque la multinacional quiso salir al paso desmintiendo tamaña decisión, los trabajadores han seguido viviendo día a día, hasta hoy, el progresivo desmantelamiento de esta histórica fábrica vallisoletana.

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