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Víctor Vela
Sábado, 5 de marzo 2016, 17:08
Pudo haber sido el violín. Regalaron a sus padres entradas para un concierto en el Carrión y allí se fueron con el pequeño Blas. «Yo veía al violinista como un mago de las emociones que interpretaba mis sentimientos de nostalgia, que con la música se apaciguaban y serenaban». Pudo haber sido el violín, que estudió hasta sexto de Conservatorio. Pero la vocación el fosforito debería subrayar esta palabra se impuso en el futuro de Blas Bombín, psiquiatra que ha atendido a más de 42.000 pacientes. Pionero en la atención a alcohólicos, en la avanzadilla del estudio de las adicciones sociales, el hombre que pudo ser violinista celebra sus bodas de oro en la profesión.
Dice que la suya es la historia de una vocación.
Sí. Primero, una vocación por la Medicina que llegaría muy pronto, cuando yo tenía apenas cuatro años.
¿Cómo fue?
Mi madre era muy nerviosa. Tenía, uf, muchos dolores. Había peregrinado por muchas consultas, pero nadie le daba un diagnóstico convincente, nadie un tratamiento efectivo. Estaba desesperada.
¿Y entonces?
Se ve que la mujer soñaba que encontraba a un médico que le curaba. Y me decía:He vuelto a tener un sueño. Al principio el médico no tenía cara, pero luego... luego vi que eras tú, hijo. Aquello me impresionó de tal manera que sembró en mí el virus de la vocación médica básica. Luego hemos sido médicos sus dos hijos.
Pero no solo la madre. Hubo otro «familiar allegado» crucial en la vida de Bombín. Dice que no podía comprender cómo un hombre tan bueno y sensato como aquel podía transformarse, de la noche a la mañana, en un «verdadero diablo».
Me atraía tanto la idea de estudiar... Conocer a fondo la mente para entender las causas y razones de esa misteriosa e imprevisible transformación. Con el tiempo, y mis estudios, entendería que aquel fenómeno que despertó mi vocación se presenta de forma casi habitual en el alcoholismo. Yque cuando la alternancia entre los momentos de libación y sobriedad alcanza una intensidad especialmente grande, puede obedecer a una patología dual, la cohabitación en la misma persona de un trastorno mental y una adicción.
Recuerda Bombín que fue así como nació esa vocación. Por la Medicina con cuatro años. Por la Psiquiatría cuando cumplió los siete.
No todos los niños lo tienen tan claro. Hay vocaciones frustradas.
Cuando somos niños nos dejamos deslumbrar. Queremos ser Ronaldo. Nos atraen ciertos trabajos que pueden no estar en consonancia con nuestras aptitudes. Eso hay que irlo explorando en función de nuestra evolución intelectual y formativa.
El joven con raíces en Valdearcos de la Vega y vocación profunda comenzó Medicina en 1960, con 17 años. Antes de terminar sus estudios, ya estaba adscrito como alumno agregado a la Cátedra de Psiquiatría y al Instituto Psiquiátrico Provincial, dirigidos por el profesor José María Villacián. Era 1966. Hace medio siglo.
¿Es importante un buen maestro?
Es fundamental. Con el buen maestro te identificas. Lo admiras, quieres ser un día como él.
En su caso...
El doctor Villacián. Una figura mítica en Valladolid, de repercusión nacional en el campo de la Psiquiatría. Me fascinó su manera de tratar al enfermo. Respetuosa, amable, cariñosa, humanitaria. Eso me cautivó. Si el enfermo ya tenía un verdadero drama interno, no se le podía tratar con el menosprecio y la falta de dignidad con la que se le trataba muchas veces al encadenarlo, al hacerle tratamientos violentos, crueles. Ni él ni yo nos veíamos en ese papel. Me adoptó enseguida en el campo asistencial, clínico, docente, de investigación. Fui su último discípulo.
Blas Bombín rememora esos primeros pasos profesionales desde este despacho de la calle López Gómez por el que tantos pacientes han pasado. Pacientes con una dolencia que no es fácil detectar.
Yo sé cuándo me duele la espalda, la rodilla. Pero...
Aquí es muy frecuente la falta de conciencia. Sobre todo en las enfermedades mentales endógenas (como la esquizofrenia) y en las adicciones.
Como el alcoholismo de aquel familiar.
En las adicciones no hay un trastorno psicótico. Algunas veces están cerca, porque hay una distorsión profunda de la realidad que puede llegar incluso al delirio. En el caso de la ludopatía, por ejemplo, al delirio de grandeza. En el alcohol, al delirio de perjuicio. Para el alcohólico, el mundo está al revés. Él es la víctima y la familia los perseguidores. Él no tiene ningún problema, nos lo estamos inventando los demás. Es la familia la que le quiere reducir, invalidar, someter a un tercer grado con el objeto de anularlo. Eso está prácticamente en todos los enfermos adictos, sobre todo en el alcoholismo. Pero sin llegar al delirio. El delirio es una paranoia absolutamente inaccesible a la argumentación lógica. En el alcoholismo, hay un resto de capacidad de pensamiento lógico.
El principio para trabajar.
El insight.
¿Qué es eso?
La conciencia interna de la patología que se sufre. Si una persona no identifica su conducta como adictiva, no hay nada que hacer. [El doctor Bombín ha diseñado una escala que mide ese nivel de conciencia para las adicciones].
Ese es el primer paso.
Claro. Es importante que la persona se identifique como enfermo. El esquizofrénico muchas veces te rechaza si haces insinuación de que puede no ser cierto aquello que está pensando. El médico tiene que andar con cuidado, es un terreno resbaladizo. No puede oponerse frontalmente al pensamiento del paciente.
¿Y los familiares?
Suelen ser los primeros que toman conciencia de la realidad patológica del paciente. Pero hay muchas ocasiones en las que la familia, por su desconocimiento, por su falta de información, colabora con el paciente, deviene en una complicidad que retrasa el comienzo del tratamiento.
Ya.
Los adictos son pacientes que no siempre son bien aceptados, ni siquiera en sus familias. Conllevan una gran perturbación de la convivencia. Eso se suele vivenciar por parte de la familia como un ataque hacia ellos, como un insulto. La familia tiene mucho que aprender. Muchas veces, lo más importante es saber lo que no se debe hacer.
Blas Bombín es una autoridad nacional en el tratamiento de las adicciones. En sus primeros años de trabajo, a mediados del decenio de 1960, comenzó a coordinar el grupo de alcohólicos anónimos del Instituto Psiquiátrico Provincial. En 1973 nació Arva, la primera asociación de alcohólicos rehabilitados de Valladolid. De 1988 a 1993 dirigió el Servicio de Toxicomanías de Cruz Roja. Después, creó Cetras (Centro Específico de Tratamiento y Rehabilitación de Adicciones Sociales), con sede ahora en la avenida del Valle Esgueva. Ha trabajado para Renault, en la Seguridad Social, con consulta propia...
Empezó con el alcohol para abrir luego el campo a otras adicciones.
Sí. Una cosa me llevó a la otra, pero sin abandonar la anterior. Del alcohol pasé a la ludopatía, luego a los trastornos de la alimentación. Ahora abarcamos todas las conductas adictivas, con sustancia y sin ella, pero siempre dentro de la legalidad. Por eso se llaman adicciones sociales. Se basan en el consumo de sustancias o conductas que normalmente están institucionalizadas, que forman parte de nuestra cultura.
¿Por ejemplo?
La bulimia. Es una compulsión a la comida, pero todos comemos. La adicción al sexo, al teléfono móvil.
¿La base es la misma?
El fenómeno adictivo es el núcleo de todas las adicciones sociales. Y todas tienen en común que se trata de ingredientes propios de nuestra sociedad.Todos practicamos sexo, todos comemos, todos podemos beber, todos podemos jugar. La patología consiste en la cuantía en que la persona hace este tipo de conducta y en las repercusiones que eso iene en todo lo demás.
Se dice mucho: Eres un adicto.
Es una expresión un poco frívola. Se puede ser adicto a prácticamente todo. Oa casi todo. Pero no se puede frivolizar.
¿Dónde está la frontera?
El concepto de adicción implica una pérdida de libertad de la persona para elegir entre consumir o abstenerse. Una pérdida de estabilidad emocional, de dignidad, de autoestima. Se abandonan las responsabilidades y obligaciones habituales en favor de la conducta adictiva o evasiva. Y eso tiene que ser prolongado en el tiempo. Una cosa es el uso normal, otra el abuso y otra, la adicción.
¿Hay síntomas?
Pueden ser muy variados:ansiedad, depresión, aislamiento, apatía... En las adicciones con sustancia, como el alcoholismo, hay una serie de síntomas físicos derivados de la intoxicación. Pero en las adicciones comportamentales (sin sustancia) a veces también hay síntomas propios de un estado de intoxicación, como el temblor en los estados de abstinencia.
¿Influyen factores externos?
Sí, sí. En la génesis de las adicciones hay factores internos:la inmadurez emocional, la predisposición a las conductas de placer... eso es algo que se puede incluso heredar. Hay un factor genético que a veces predispone, aunque luego la educación puede reforzar ese tipo de tendencias. Una intolerancia a la frustración, una aversión al esfuerzo, a la espera. Todo lo que conlleva una educación proteccionista en la cual a la persona no se le ha exigido ningún esfuerzo por autogestionarse.
¿Y el externo?
Es el factor de la presión social al consumo. Yeso va en función directa a la disponibilidad del objeto. ¿Sabes cuándo empezó a incrementarse epidemiológicamente el juego en España?
¿Cuándo?
A partir de 1977, cuando se legalizó el juego de azar. Hasta entonces, la adicción al juego era meramente testimonial, casi anecdótica, muy esporádica. Desde ese año, y sobre todo a partir de 1981, cuando se introdujeron las máquinas tragaperras en los bares, el porcentaje de las adicciones al juego explotó de una manera lujuriante. Por eso algunas veces, a algunas personas que claman por la legalización de la droga pensando que con eso se evitaría mucha delincuencia...
¿Qué les diría?
Que estamos jugando con fuego. La historia demuestra que cuando no ha habido disponibilidad... El juego no es una cosa intrínsecamente mala. Pero, en cambio, hay sustancias que son tóxicas de por sí. No puede haber nada bueno en consumir heroína o cocaína. La apertura de la veda para obtener estas sustancias tranquilamente en una farmacia significaría la multiplicación de las patologías. Lo tengo clarísimo.
¿Qué es un éxito con un paciente?
El profesional tiene que pensar siempre qué es lo que puede alcanzar dada la patología a la que se enfrenta. Si se puede curar, hay que curar. Si no, hay que aliviar. Y si no se puede aliviar, por lo menos acompañar. Siempre tenemos que aspirar a curar, pero a veces no podemos.
Esa sensación de no poder curar.
Es muy fastidiosa, como un fracaso que te arrogas. Siempre hay algo que se te escapa porque la patología humana es complejísima. Tenemos que ser lo suficientemente humildes para asumir la imposibilidad de llegar a curar ciertas enfermedades. Así que, si no podemos curarlas, hay que hacerlas compatibles con una vida normal. Al menos intentarlo.
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