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Rezo de las 13:00 horas, en el convento de Filipinos-Campo Grande.
Las monjas que lanzan su mensaje por Whatsapp, Facebook e Instagram triplican su congregación

Las monjas que lanzan su mensaje por Whatsapp, Facebook e Instagram triplican su congregación

Las carmelitas samaritanas utilizan las redes sociales para evangelizar, y ya alcanzan las treinta hermanas en la comunidad, cuando hace diez años eran apenas once

Víctor Vela

Jueves, 21 de enero 2016, 18:58

La tinta negra de un tatuaje en el antebrazo asoma por debajo del hábito de la hermana Sara, sonrisa con prisa en los pasillos del monasterio de Filipinos.

Es que fue boxeadora, explica la hermana Pilar.

Y Sara dice que sí, que amateur, que iba al gimnasio con guantes y Biblia, que el boxeo era su vida y su refugio, su liberación y descarga, hasta que sintió una llamada más intensa que la del ring. Recuerda que fue un Viernes Santo, aunque hacía meses que ya sentía «el runrún en el pecho». Que se lo dijo a sus amigas un sábado por la noche, antes de ir a la discoteca. Que en esas noches de fiesta pensaba más en la misa del día siguiente que en la canción que estaba a punto de bailar. Que de pequeña quiso ser policía, bombera, violinista, luego arqueóloga, bióloga marina, nadadora profesional para ir a las Olimpidas, boxeadora. Nunca creyó que monja.

Hasta que creyó.

Hay un vídeo en Internet en el que lo cuenta. Una de los 695 grabaciones que las carmelitas samaritanas han subido a su canal de Youtube. Sus testimonios pueden seguirse por Facebook (14.773 seguidores), por Twitter (@csamaritanas), en Instagram, a través de su página web. El domino era www.carmelitasvalladolid.es. Lo han cambiado a carmelitassamaritanas.es ante la incertidumbre de su futuro. Yacaban de crear cuenta en ivoox para compartir podcast con charlas y vivencias.

«Lo que os digo en tinieblas, decidlo en la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde las azoteas» (Mateo, 10:27).

«Hoy la azotea más potente es Internet», dice la madre Olga. «En la red se puede gritar de todo. Y nosotras también lanzamos nuestro grito, nuestro mensaje». La suya es una orden secular las carmelitas descalzas, un convento de clausura, de vida contemplativa, pero... «Tenemos una vivencia diferente del camino teresiano, con unos matices propios. Y para que fuera viable, hemos solicitado la aprobación de un nuevo Instituto de Vida Contemplativa». Desde 2012 disponen de una dispensa vaticana para «abrirse». Hijas de Santa Teresa de Jesús, afiliadas al Carmelo descalzo. «Pero no es una clausura tradicional, hacia adentro. Queremos ofrecer nuestra vivencia espiritual. Brindarla, compartirla».

Internet es una forma de conseguirlo.La más directa. Pero no la única. Las puertas de su monasterio están abiertas en Filipinos. Ofrecen conversaciones espirituales, encuentros abiertos (los primeros sábados del mes, a las 17:30), la posibilidad de rezo compartido (la adoración samaritana de los jueves, 21:30 horas, que emiten en directo, vía streaming).

Esta fuerte presencia en la Red ha sido imán para muchas de las religiosas que hoy componen una comunidad de 30 monjas, con edades entre los 90 años la madre María Ángeles (de Santiago de Compostela) y los 18 de la hermana Esperanza (Córdoba). Entre medias, jóvenes atraídas por un convento «diferente».

La hermana Catalina buscaba desde su Colombia natal una canción por Internet (Cantaré) y se topó con un vídeo de las carmelitas vallisoletanas. «El Señor tomó los medios para que llevar su voz hasta mí», explica. La hermana Vanessa, natural de Paraguay, tecleó el nombre de Santa Teresa un 15 de octubre «quería saber más sobre ella» y encontró la web de la congregación. «¡Uy, qué Carmelo más raro», pensó. Ycuenta que le convencieron su misión, su idea de ayuda a los desamparados, su «alegría y felicidad como vehículo para dar testimonio del anuncio de Cristo». La hermana Cristina tomará los hábitos el próximo sábado 30, en San Juan de Letrán. Y también llegó aquí gracias a Facebook.

Hay una pila de sacos de harina en una de las estancias del monasterio. Hay una báscula roja para pesar la dosis justa. Hay una, dos, tres máquinas tan grandes y tan pesadas que están en planta baja y salas separadas para preparar las placas de obleas que servirán de base para elaborar las formas. A los mandos de dos de ellas están las hermanas Vanessa y Cristina. A ellas ya las conocemos. La tercera con una estampa de San José pegada en el aluminio la maneja la hermana Guadalupe, natural de Cuzco (Perú). Después, humidificarán las obleas para que no se quiebren. Más tarde, la hermana Catalina se encargará de troquelarlas para extraer las formas que luego empaquetarán y venderán a diversas diócesis para nutrir de fondos a la comunidad.

Dice la hermana Ana, plancha en mano, que ella fue gótica.

¿Gótica?

Sí, sí. Gótica. De las de negro. Las de collares de pinchos.

También dice que era «un poco insoportable». Que iba a su bola. Que hizo de la rebeldía una forma de vida. Hasta que. «Yo no procedía de una familia creyente, pero siempre me llamó la atención el crucificado: ¿Qué hacía ese hombre ahí?». «Mi vida se trastocó en el instituto. Yo quería estudiar Bellas Artes, pero en el Julián Marías (Parquesol) no había Bachillerato artístico». Cursó el científico por imposición. «Me enfadé con la vida. No veía apoyo familiar. Por llevar la contraria, me apunté a la clase de Religión, me vestí de gótica (el negro, los pinchos), fui a un campamento cristiano en Santo Domingo de Silos».

¿Y qué pasó allí?

Llegó el día de la confesión y algo se removió en mí. Vi lo mal que me había portado con la gente. Yme sentí como una mierda. Odiaba a todo el mundo y no podía seguir así. Mi vida había perdido todo el sentido...

La hermana Ana explica que entonces contempló el rostro del sacerdote, que se fijó en la «misericordia tremenda de su mirada» y que lo vio con claridad. «Descubrí que aquel hombre en la cruz había muerto por mí.Que en lugar del arte de la pintura, dedicaría mi vida al arte del amor y del perdón». Cuenta que siempre se imaginó un noviazgo de película, un matrimonio feliz, muchos hijos alrededor. Que luchaba contra la llamada para ser monja.«Pero cuanto más quería apagar esa sed, más vacía me sentía». Estudió Trabajo Social. En septiembre de 2012, aclaró su futuro e ingresó en el covento. Hoy, esta mañana de enero, plancha en mano, comparte recuerdos y lavandería con la hermana Fátima.

Ella es periodista. «Siempre pensé que esa era mi vocación». Escribir. Escribir. Escribir. Se licenció en la Universidad de Pamplona. Probó cosas de Marketing. Trabajó de administrativa. Hasta hizo un curso de programación. «Yo me hacía un poco la tonta, pero lo sabía. Sentí la llamada, pero... No sé si era miedo, pero...». Yla Semana Santa de 2014, trasteando por Internet, vio un vídeo de las carmelitas vallisoletanas. «Pensé a ver si me aclaro...». Yse aclaró. Se acabaron los peros. «Nunca creí que podría ser tan feliz. Del qué horror ser monja, justo me tocó a mí pasé a qué regalo más grande ser monja, justo me tocó a mí».

Hablan Fátima y Ana delante de la hermana Pilar, una de las veteranas, 42 años de entrega, una vocación clara. «Alos siete años yo sabía que de mayor sería monja».Estudió Enfermería. Tal vez por ayudar en un hospital, quizá por echar una mano en las misiones. Recuerda que participó en unos ejercicios espirituales en el monasterio de la Encarnación de Ávila, que sintió con profundidad a Santa Teresa de Jesús, que no hubo duda desde entonces.

Cuando abandonaron Rioseco, once hermanas formaban la congregación. Ahora han llegado a la treintena. Un crecimiento atípico para una clausura atípica. Y que no quiere dear Valladolid.

¡Cómo vamos a irnos de aquí, por el amor de Dios! ¡No podemos dejar la ciudad del Corazón de Jesús!, exclama la hermana Vanessa, con una vitalidad que recorre los pasillos de esta residencia de Filipinos que dentro de poco tendrán que abandonar. Yen esos pasillos, la voz de Vanessa se funde con el aroma que emana de la cocina. La hermana Carmen, también vallisoletana, de Prado de la Magdalena, está hoy a los fogones.Lentejas y tortilla francesa.

Es que es de lo más barato explica la hermana Pilar mientras, de fondo, la madre Olga graba un vídeo con su teléfono móvil, saca fotos de las hermanas que luego comparte en su grupo de whatsapp, fabrica recuerdos que después subirá a Internet, esa azotea de libertad desde la que las hermanas samaritanas lanzan su mensaje para hacer «más accesible» la vida espiritual. Con la intención de quedarse en Valladolid. Con la esperanza de que alguien les ofrezca una residencia, un hogar, un espacio para seguir en la diócesis en la que permanecen desde 1608.

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