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Amaya Gil, una de las afectadas que ha reclamado al Sacyl por su ceguera.
«Soy consciente de que mi vida no volverá atrás»

«Soy consciente de que mi vida no volverá atrás»

m. muñoz

Domingo, 27 de diciembre 2015, 12:46

Amaya Gil Sendino es una de las cinco personas que se han quedado ciegas en Valladolid después de una operación de desprendimiento de retina con el perfluoroctano de la farmacéutica alemana Ala Medics, que fue retirado el pasado 26 de junio tras la alerta remitida por la Agencia Española del Medicamento al registrarse 47 casos de ceguera en España vinculados al uso de este producto sanitario.

El desamparo, la incapacidad de cuidar de sus hijos y de trabajar, miedo, incertidumbre e impotencia ante la opacidad de Sacyl y de los médicos que la trataron. Amaya Gil Sendino resume así sus sentimientos después de quedarse ciega del ojo derecho tras un operación de desprendimiento de retina en el hospital Río Hortega de Valladolid. Ella es uno de los cinco casos que, de momento, se han registrado en la capital vallisoletana porque todo apunta a que existen más afectados por el perfluoroctano Ala Octa del laboratorio alemán Ala Medics.

Un informe del Instituto de Oftalmobiología Aplicada de Valladolid (IOBA), realizado por petición del Gobierno vasco y sobre los cuatro lotes concretos de perfluoroctano que se han empleado en el País Vasco en ocho cirugías, ha revelado que son tóxicos. El análisis científico demuestra que dos de ellos, con fechas 6 de octubre y 17 de diciembre, originan muerte celular en aproximadamente el 99% de las células del epitelio pigmentario de la retina (EPR) y causan cambios degenerativos severos en los explantes (tejidos) de la neurorretina capa interna de la retina. Otros dos lotes, con fecha 5 de mayo y 7 de julio, también son tóxicos, aunque en menor medida, producen la necrosis del 50% de las células y degradan de forma «moderada» los tejidos de la neurorretina.

Amaya Gil asegura que también ha sido operada con un lote tóxico y ya se ha puesto en manos del despacho bilbaíno de abogados Gómez Menchaca para que lleve su caso. Ella es consciente de que el proceso judicial será largo y costoso, pero considera que debe luchar porque está segura de que su caso de ceguera está vinculado a la toxicidad del producto.

Hace más de un año que se inició su calvario. Un día empezó a ver nublado, con destellos luminosos y puntos oscuros. Estos primeros síntomas apuntaban al desprendimiento de la retina, el tejido que recubre la parte posterior del ojo. Las soluciones son diversas, la suya fue una operación en principio sin gran riesgo, el 96% de garantía de que concluyese con éxito. Salió del quirófano del hospital Río Hortega el 2 de septiembre de 2014. Desde entonces, ya nada ha vuelto a ser como antes. «Me dijeron que la intervención era muy sencilla, sufría un desprendimiento leve», recuerda Amaya. Pasaron dos o tres días, y Amaya no recuperaba la visión. Preocupada, volvió al centro médico y la respuesta a su falta de visión fue que tenía un «ojo raro», el nervio óptico atrofiado, sin solución. Los oftalmólogos que la trataron acusaron el resultado a la «rareza». Amaya aceptó la respuesta médica y asumió que su vida había cambiado para siempre, e incluso, vivió angustiada por la posibilidad de que le ocurriera en el otro ojo, porque también tuvo que ser intervenida quirúrgicamente aunque lo hicieron con láser. «He vivido un año pensando que me podía quedar ciega de los dos ojos», cuenta ya con serenidad.

Amaya desconocía la vinculación de la toxicidad de lotes del perfluoroctano hasta que no salieron a la luz los primeros afectados en el País Vasco, de cuyos casos se hicieron eco los medios de comunicación. Una persona cercana le comentó que había visto un reportaje que hablaba de personas que se habían quedado ciegas como ella tras ser operadas de un desprendimiento de retina. Alertada, Amaya volvió a los facultativos que le habían tratado y revisado su caso. Ninguno reconoció nada dentro del hospital. «En la calle afirma, el oftalmólogo que me operó sí vinculó mi ceguera al mal estado del producto». La vallisoletana lamenta la respuesta facultativa, sobre todo, de Sacyl. «Aún nadie se ha puesto en contacto conmigo, a diferencia del Servicio de Salud Vasco, que ha respondido a los afectados y ha encargado la investigación al IOBA», compara.

Durante este último año, se ha sentido «desamparada» e, incluso, destaca que se ha sentido culpable y responsable de lo sucedido, como si ella hubiese hecho algo mal. Lo cierto, es que su vida ya no es la misma. Amaya cuenta que aún no ha podido volver al trabajo. Administrativa de profesión, llevaba 16 años trabajando para la misma empresa. El Tribunal Médico acaba de renovar su baja laboral por seis meses más. El primer día que intentó volver, se le saltaron las lágrimas, era incapaz de focalizar lo que leía, y regresó a casa destrozada. Junto a la ceguera irreversible del ojo derecho, sufría dolores de cabeza, mareos, y era incapaz de coger a sus hijos por miedo a que cualquier golpe afectara al ojo. Tampoco puede conducir y se siente mal porque no puede llevar a sus mellizos, de tan solo cuatro años, al parque: no los ve bien. El pánico también aparece en el simple gesto de cruzar la calle. Tampoco puede conducir ni leer, a pesar de asegurar que antes de la operación devoraba los libros.

Resignada, reconoce que su vida es muy diferente y que, poco a poco, se adapta. Recuerda que al principio no era capaz de coger objetos porque no calculaba bien las distancias. «He perdido la referencia del volumen de las cosas», enfatiza.

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