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Imagen de familia de los residentes del centro San José.
La lavadora, el mejor invento para las abuelas centenarias

La lavadora, el mejor invento para las abuelas centenarias

Varias mujeres de la provincia, que superan los cien años, recuerdan cómo lavaban en el río

j. nieto

Martes, 17 de noviembre 2015, 11:41

Natividad Herrera, 105 años y residente en la Pedraja de Portillo; Milagros Maroto, cien años e inquilina de la residencia San José, de Santovenia; y las hermanas Isabel y Matilde Sánchez, 105 y 99 años respectivamente, y también asentadas en el mismo centro, son cuatro de las vallisoletanas más longevas de la provincia. Rurales, trabajadoras del campo y aficionadas al ganchillo son las características que tienen en común.

«Para vivir mucho hay que trabajar mucho. Yo trabajé muchísimos años en el campo y tuve cinco hijos», dice Natividad Tejera, 105 años residiendo en La Pedraja de Portillo, desde que nació. «Solo estuve nueve meses en Madrid cuando tenía 21 años. A mí no me gustaba trabajar en el campo, así que unas amistades les pidieron a mis padres que me dejaran ir a Madrid con ellos. Pero en Nochebuena me volví al pueblo porque no me gustaba nada la capital. Prefería recoger ramas en el pueblo», se ríe Nati, como la llaman. Y es que Natividad Tejera goza a su edad de un excelente sentido del humor.

Por el contrario, a Milagros Maroto, nacida en Cuéllar hace cien años, sí le gustaba el campo, «aunque me dolían mucho los riñones». Se casó con un mozo de la cercana localidad de Fresneda y en ese pueblo vivió toda su vida de matrimonio, unos cincuenta años, hasta que su marido falleció.

Inventos y progresos

El campo y la casa o la casa y el campo. Estos son los dos territorios de estas mujeres centenarias. Y si muchos son los inventos o progresos que han visto sus ojos, solo hay uno en el que coincidan todas ellas: la lavadora.«Ni televisión, ni tractores, ni mucho menos Internet; el mejor invento es la lavadora». Y cuando le dices que muchos estudios dicen que el mejor invento es la luz eléctrica, Natividad responde que con las astillas que recogían en los pinares hacían lumbre para ver y que de esa forma se arreglaban muy bien. ¡Pero lavar la ropa en el lavadero...!

Y es que estas mujeres fueron en su día mujeres de su tiempo. Dedicadas a la casa, al campo, al ganchillo El ganchillo es su pasatiempo favorito: «Me paso el día haciendo mantas para los hijos y nietos. La televisión o las películas no me llaman mucho la atención. De la tele lo que más me gusta ver es cuando salen pueblos del entorno que conozco», dice Natividad. Milagros Maroto también presume de todas las colchas de ganchillo que ha hecho a lo largo de toda su vida y Matilde dice de su hermana Isabel que era muy buena haciendo bordados. «Hacía auténticas maravillas».

Las hermanas

Las hermanas Isabel y Matilde Sánchez viven juntas en la residencia San José, en Santovenia. «Comparten habitación y van juntas a todas partes. No se separan en todo el día», dice la directora de la residencia, Cristina Martínez, quien añade que Isabel, aunque es la más mayor de la residencia, es la que menos medicamentos toma.

Isabel nació el 8 de julio de 1910 en una casita de la localidad vallisoletana de Torrecilla de la Torre, un pueblo de apenas 38 habitantes con casas de piedra y adobe, en las estribaciones del monte Torozos, muy próximo a Torrelobatón. Fue la segunda de cinco hermanos, tres varones y dos mujeres, y de los que solo sobrevive su hermana Matilde, con la que convive en la residencia.

Tanto Isabel como Matilde son solteras. Isabel pasó gran parte de su vida cuidando de su hermano sacerdote, que llegó a ser canónigo magistral de la catedral de Ciudad Real, algo que las dos hermanas llevan con mucho orgullo. «Cuando íbamos al pueblo, los pastores bajaban a saludar a mi hermano. Antes había mucho más respeto por los curas; ahora no. Ahora incluso los curas van al baile o visten con ropa de calle», se queja Matilde. Fue con la jubilación de su hermano cuando Isabel y Matilde se juntaron y compartieron un piso en la calle Núñez de Arce, en la capital vallisoletana, hasta que hace once años ingresaron en la residencia San José.

Y si Isabel y Matilde se sienten orgullosas de su hermano canónigo magistral, Natividad y Milagros también presumen de familia. Natividad Herrera tiene doce nietos, diez biznietos «y cuatro hijos buenísimos». Prueba de ello es que sus hijos, ya jubilados, se turnan cada dos días para hacerla compañía y cuidarla en su casa de la Pedraja de Portillo. Y se emociona cuando recuerda la muerte de su hija no hace mucho tiempo. De la misma manera, Milagros, que no tiene descendientes, recuerda con emoción su cien cumpleaños que celebró el pasado 19 de abril. «Vino toda la familia, incluso la que vive en el extranjero».

Recuerdos que afloran

Si les preguntan por los mejores recuerdos siempre afloran los de la niñez y juventud. «De niña, jugaba a alfileres. Hacíamos montones de tierra y escondíamos los alfileres. Dábamos un golpe en la tierra y la que más alfileres sacaban, ganaba», evoca Milagros. Ahora los jóvenes pasan más tiempo en casa». Y recuerda cuando montaba en burra, «eso me gustaba mucho» y las labores de la casa. Natividad se acuerda de cuando iba a la escuela, primero y al campo, después; Milagros de los juegos de cartas con las vecinas

Natividad, por el contrario, destaca lo que ha cambiado el pueblo desde que ella nació: «Antes, en el pueblo, había ricos y pobres. Los ricos de antes son más pobres ahora y los pobres, algo más ricos. Antes los pobres iban a buscar un cacho de pan y ahora lo tienen mejor que los ricos». No sabe si ella pertenecía a la clase de los ricos o a la de los pobres, pero lo que sí deja claro es que sufre mucho cuando sus nietos dicen que van a tirar ropa a la basura para comprarse otras. «Con la de remiendos que habré cosido yo en la vida No me gusta nada que tiren la ropa; cuando dicen que van a tirar una prenda u otra, me pongo mala». Ya no salen a la calle. «No puedo andar por la artrosis», dice Natividad, «pero he comido y sigo comiendo de todo; todo me sienta bien». Isabel asegura haber tenido en su vida más penas que alegrías y a Milagros le gustaría volver a ser joven otra vez para bordar o para no hacer nada.

«Para vivir mucho hay que trabajar mucho. Yo trabajé muchísimos años en el campo y tuve cinco hijos», dice Natividad Herrera, 105 años residiendo en La Pedraja de Portillo, desde que nació. «Solo estuve nueve meses en Madrid cuando tenía 21 años. A mí no me gustaba trabajar en el campo, así que unas amistades les pidieron a mis padres que me dejaran ir a Madrid con ellos. Pero en Nochebuena me volví al pueblo porque no me gustaba nada la capital. Prefería recoger ramas en el pueblo», se ríe Nati, como la llaman. Y es que Natividad Herrera goza a su edad de un excelente sentido del humor.

Por el contrario, a Milagros Maroto, nacida en Cuéllar hace cien años, sí le gustaba el campo, «aunque me dolían mucho los riñones». Se casó con un mozo de la cercana localidad de Fresneda y en ese pueblo vivió toda su vida de matrimonio, unos cincuenta años, hasta que su marido falleció.

El campo y la casa o la casa y el campo. Estos son los dos territorios de estas mujeres centenarias. Y si muchos son los inventos o progresos que han visto sus ojos, solo hay uno en el que coincidan todas ellas: la lavadora. «Ni televisión, ni tractores, ni mucho menos Internet; el mejor invento es la lavadora». Y cuando le dices que muchos estudios dicen que el mejor invento es la luz eléctrica, Natividad responde que con las astillas que recogían en los pinares hacían lumbre para ver y que de esa forma se arreglaban muy bien. ¡Pero lavar la ropa en el lavadero...!

De su tiempo

Y es que estas mujeres fueron en su día mujeres de su tiempo. Dedicadas a la casa, al campo, al ganchillo El ganchillo es su pasatiempo favorito: «Me paso el día haciendo mantas para los hijos y nietos. La televisión o las películas no me llaman mucho la atención. De la tele lo que más me gusta ver es cuando salen pueblos del entorno que conozco», dice Natividad. Milagros Maroto también presume de todas las colchas de ganhillo que ha hecho a lo largo de toda su vida y Matilde dice de su hermana Isabel que era muy buena haciendo bordados. «Hacía auténticas maravillas».

Las hermanas Isabel y Matilde Sánchez viven juntas en la residencia San José, en Santovenia. «Comparten habitación y van juntas a todas partes. No se separan en todo el día», dice la directora de la residencia, Cristina Martínez, quien añade que Isabel, aunque es la más mayor de la residencia, es la que menos medicamentos toma.

Isabel nació el 8 de julio de 1910 en una casita de la localidad vallisoletana de Torrecilla de la Torre, un pueblo de apenas 38 habitantes con casas de piedra y adobe, en las estribaciones del monte Torozos, muy próximo a Torrelobatón. Fue la segunda de cinco hermanos, tres varones y dos mujeres, y de los que solo sobrevive su hermana Matilde, con la que convive en la residencia.

Tanto Isabel como Matilde son solteras. Isabel pasó gran parte de su vida cuidando de su hermano sacerdote, que llegó a ser canónigo magistral de la catedral de Ciudad Real, algo que las dos hermanas llevan con mucho orgullo. «Cuando íbamos al pueblo, los pastores bajaban a saludar a mi hermano. Antes había mucho más respeto por los curas; ahora no. Ahora incluso los curas van al baile o visten con ropa de calle», se queja Matilde. Fue con la jubilación de su hermano cuando Isabel y Matilde se juntaron y compartieron un piso en la calle Núñez de Arce, en la capital vallisoletana, hasta que hace once años ingresaron en la residencia San José.

Y si Isabel y Matilde se sienten orgullosas de su hermano canónigo magistral, Natividad y Milagros también presumen de familia. Natividad Herrera tiene doce nietos, diez biznietos «y cuatro hijos buenísimos». Prueba de ello es que sus hijos, ya jubilados, se turnan cada dos días para hacerla compañía y cuidarla en su casa de la Pedraja de Portillo. Y se emociona cuando recuerda la muerte de su hija no hace mucho tiempo. De la misma manera, Milagros, que no tiene descendientes, recuerda con emoción su cien cumpleaños que celebró el pasado 19 de abril. «Vino toda la familia, incluso la que vive en el extranjero».

Recuerdos que afloran

Si les preguntan por los mejores recuerdos siempre afloran los de la niñez y juventud. «De niña, jugaba a alfileres. Hacíamos montones de tierra y escondíamos los alfileres. Dábamos un golpe en la tierra y la que más alfileres sacaban, ganaba», evoca Milagros. Ahora los jóvenes pasan más tiempo en casa». Y recuerda cuando montaba en burra, «eso me gustaba mucho» y las labores de la casa. Natividad se acuerda de cuando iba a la escuela, primero y al campo, después; Milagros de los juegos de cartas con las vecinas

Natividad, por el contrario, destaca lo que ha cambiado el pueblo desde que ella nació: «Antes, en el pueblo, había ricos y pobres. Los ricos de antes son más pobres ahora y los pobres, algo más ricos. Antes los pobres iban a buscar un cacho de pan y ahora lo tienen mejor que los ricos». No sabe si ella pertenecía a la clase de los ricos o a la de los pobres, pero lo que sí deja claro es que sufre mucho cuando sus nietos dicen que van a tirar ropa a la basura para comprarse otras. «Con la de remiendos que habré cosido yo en la vida No me gusta nada que tiren la ropa; cuando dicen que van a tirar una prenda u otra, me pongo mala». Ya no salen a la calle. «No puedo andar por la artrosis», dice Natividad, «pero he comido y sigo comiendo de todo; todo me sienta bien». Isabel asegura haber tenido en su vida más penas que alegrías y a Milagros le gustaría volver a ser joven otra vez para bordar o para no hacer nada.

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